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Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

jueves, 20 de diciembre de 2012

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO (MARIA VALTORTA) XVI


366.  Anastática entre las discípulas.  Las cartas de Antioquía.
22 de enero de 1946.

1Jesús ha dejado Betania junto con los que estaban con Él, o sea, Simón Zelote y Margziam; pero a ellos se ha unido Anastática, la cual, velada toda, camina al lado de Margziam. Jesús va un poco retrasado con Simón. Las dos parejas conversan mientras caminan, cada una por su cuenta y del tema que prefieren.
Dice Anastática a Margziam, continuando un tema ya empezado: «Ardo en deseos de conocerla». Quizás la mujer se refiera a Elisa de Betsur. «Creo que no estaba tan nerviosa cuando mis bodas ni cuando me declararon leprosa. ¿Cómo la voy a saludar?».
Y Margziam, sonriendo dulce y seriamente al mismo tiempo: «¡Con su verdadero nombre! ¡Mamá!».
«¡Pero si yo no la conozco! ¿No es demasiada confidencia? A fin de cuentas, ¿quién soy yo respecto a ella?».
«Lo que yo el año pasado. ¡Bueno, tú mucho más que yo! Yo era un pobre huerfanito sucio, aterrorizado, paleto. Y, a pesar de todo, ella me ha llamado siempre hijo, desde el primer momento, y ha sido para mí una verdadera madre. El año pasado era yo el que estaba tan agitado que temblaba, en espera de verla. Pero luego, sólo con verla, se me paró el temblor. Se pasó del todo el terror que se me había quedado en la sangre desde que había visto con mis ojos de niño, primero, la furia de la naturaleza que había destruido todo de mi casa y de mi familia, y luego... y luego, con estos ojos míos de niño, había podido, había tenido que ver cómo el hombre es una fiera más cruel que el chacal y el vampiro... Temblar siempre... llorar siempre... sentir un nudo aquí, estrecho, duro, doloroso, de miedo, de sufrimiento, de odio, de todo... En pocos meses conocí todo el mal, el dolor y la crueldad que hay en el mundo... Y ya no podía creer que existieran todavía la bondad, el amor, el amparo...».
«¡¿Y cómo es eso?! ¡¿Y cuando el Maestro te tomó consigo?!... ¡¿Y cuando te viste entre esos discípulos suyos tan buenos?!».
«Temblaba todavía, hermana... y odié todavía. Ha hecho falta tiempo para convencerme de no tener miedo... Y más tiempo todavía para no odiar a quien había hecho sufrir a mi alma dándole a conocer lo que puede ser un hombre: un demonio con aspecto de fiera. No se sufre, especialmente cuando uno es niño, sin que haya consecuencias largas... Queda la señal, porque nuestro corazón está todavía tierno y tiene aún el calor materno de los besos; más hambriento de besos que de pan. Y, en vez de besos, ve dar golpes...».
«¡Pobre niño!».
«Sí. Pobre. ¡Muy pobre! No tenía ni siquiera ya la esperanza en Dios ni el respeto por el hombre... Tenía miedo del hombre. Incluso al lado de Jesús y en los brazos de Pedro tenía miedo... Decía: "¿Es posible? No, no durará así. Ellos también se cansarán de ser buenos...". Y suspiraba por llegar donde María. Una mamá es siempre una mamá, ¿no es verdad? Y así fue: cuando la vi, cuando me vi entre sus brazos, dejé de temer. Comprendí que todo el pasado había terminado y que del infierno había pasado al paraíso... El último dolor fue que vi que me olvidaban aparte, solo... Siempre sospechaba algo malo. Y lloré con ganas. ¡Ah! ¡Con qué amor me tomó entonces! No. No he vuelto a llorar añorando a mi madre desde aquel momento, no he vuelto a temblar... María es la dulzura y la paz de los infelices...».
«Y de dulzura y paz tengo necesidad yo...» suspira la mujer.
«Dentro de poco las tendrás. ¿Ves aquella zona verde de allá abajo? Allí la dulzura y la paz, ocultas dentro de la casa del Getsemaní».
«¿Estará también Elisa? ¿Y qué les voy a decir? ¿Qué me dirán?».
«No sé si estará Elisa. Estaba enferma».
«¡¿No se morirá?! ¿Quién me tomaría como hija, en ese caso?».
«No temas. Él ha dicho: "Tendrás madre y casa". Y así será. Vamos a seguir un poco más ligeros. No sé frenarme cuando estoy cercano a María».
Aceleran y ya no oigo lo que dicen.
2El Zelote los ve casi correr por el poblado camino y hace a Jesús esta observación: «Parecen hermanos. Mira qué buenos amigos son».
«Margziam sabe estar con todos. Es una virtud difícil y muy necesaria para su futura misión. Pongo cuidado en aumentar en él esta oportuna disposición, porque le servirá mucho».
«A él le modelas a tu gusto, ¿verdad, Maestro?».
«Sí. La edad me lo permite».
«Pero también has podido modelar al anciano Juan Félix...».
«Sí. Pero porque se ha dejado abatir y crear de nuevo, completamente, por mí».
«Es verdad. He notado que los más grandes pecadores, cuando se convierten, nos superan en la justicia a nosotros, hombres de relativa culpabilidad. ¡Por qué?».
«Porque su contrición es proporcional a su pecado. Inmensa. Por tanto, los tritura con la muela del dolor y la humildad. "Mi pecado está siempre frente a mí" dice el salmista*. Ello mantiene humilde al espíritu. Es un recuerdo bueno, cuando está unido a esperanza y confianza en la Misericordia. Las medias perfecciones, o incluso menos que medias, muchas veces se detienen porque carecen del acicate del remordimiento de haber pecado gravemente y de tener que

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* dice el salmista, en Salmo 51, 5.


expiar, carecen de este acicate que las haga continuar hacía la perfección verdadera. Se estancan como aguas cerradas. Se sienten satisfechas de ser límpidas. Pero hasta el agua más cristalina, si no se depura con el movimiento de las partículas de polvo, de los detritos que el viento le aporta, termina siendo lodosa y putrefacta».
3«¿Y las imperfecciones que dejamos existir y persistir en nosotros son polvo y detritos?».
«Sí, Simón. Todavía tendéis demasiado a estancaros. Tenéis un movimiento casi imperceptible hacia la perfección. ¿No sabéis que el tiempo es veloz? ¿No sabéis que en el espacio que queda deberíais esforzaros por alcanzar vuestra perfección? Si no poseéis la fuerza de la perfección, conquistada con decidida voluntad en este tiempo que queda, ¿cómo podréis resistir a la tempestad que Satanás y sus hijos desencadenarán contra el Maestro y su Doctrina? Llegará un día en que, desconcertados, os preguntaréis: "¿Cómo es que fuimos arrollados, nosotros que estuvimos tres años con Él?". La respuesta está en vosotros, en vuestro modo de actuar. El que más se esfuerce en alcanzar la perfección en este tiempo que queda será más capaz de ser fiel».
«Tres años... Pero, entonces... ¡Oh! ¡Mi Señor!... ¿Entonces te vamos a perder la primavera que viene?».
«Estos árboles tienen ya frutos incipientes. Los comeré maduros. Pero no volveré a probar, después de los frutos de este año, nuevas cosechas... No te abatas, Simón. El abatimiento es estéril. Debes saber esto y poner los medios para confirmarte en la justicia, para poder ser fiel en el momento terrible».
«Sí. Lo haré. Con todas mis fuerzas. ¿Puedo decir esto a los demás? Para que se preparen también ellos».
«Puedes decirlo. Pero sólo quien tenga fuerte voluntad querrá».
«¿Y los otros? ¿Perdidos?».
«No, pero sí duramente probados por su propio acto. Serán como uno que se creía fuerte y se encuentra en el suelo y vencido. Desconcertados. Humillados. ¡Humildes, por fin! Porque ‑ créelo, Simón ‑, si no hay humildad, no se avanza. El orgullo es la piedra que Satanás usa como pedestal. ¿Por qué tenerla en el corazón? ¿Es maestro agradable este horrendo ser?».
«No, Maestro».
«Y, no obstante, tenéis en el corazón el punto de apoyo, la tarima para sus lecciones. Estáis penetrados de orgullo. Tenéis orgullo en todo y por todos los motivos. Incluso del hecho de ser "míos". ¡Cortos de inteligencia! ¿No os cura el comparar lo que sois con Aquel que os ha elegido? No es porque os haya llamado por lo que seréis santos. Será por el modo en que hayáis evolucionado después de mi llamada. La santidad es edificio que cada uno eleva por sí mismo. La Sabiduría le puede indicar el método y el proyecto. Pero la obra material os toca a vosotros».
«Es verdad. ¿Pero entonces no nos vamos a perder? ¿Después de la prueba vamos a ser más santos por ser más humildes?...».
«Sí». El "sí" es breve y grave.
«¿Lo dices así, Maestro?».
«Así lo digo».
«Querrías de nosotros santidad antes de la prueba...».
«Eso querría. Y para todos».
«¡Para todos? ¿No seremos iguales en la prueba?».
«No seréis iguales ni antes ni durante ni después de ella... a pesar de que a todos os haya ofrecido la misma palabra...».
«Y el mismo amor, Maestro. Nuestra culpa hacia ti es grande...».
Jesús suspira...
4El Zelote, después de un silencio más bien largo, está ya para hablar cuando, casi corriendo, vienen hacia ellos los apóstoles y discípulos que han encontrado a Margziam en las primeras subidas del Getsemaní. Simón guarda silencio. Jesús responde a los saludos de todos, para caminar luego al lado de Pedro en dirección al olivar y a la casa.
Pedro informa de que estaban alerta desde el alba; de que Elisa está todavía enferma en casa de Juana; de que la noche anterior habían venido unos fariseos; de que... de que... de que... un haz muy enmarañado de noticias, de las cuales, al final, surge la pregunta: «¿Y Lázaro?», pregunta a la que Jesús responde exhaustivamente. Pedro, muy curioso, no sabe contenerse y pregunta: «¿Y... nada, Señor? Ninguna... noticia...».
«Sí. A su tiempo las sabrás. ¿Dónde están Margziam y la mujer? ¿Ya en la casa?».
«¡No, no! La mujer no se ha atrevido a seguir adelante. Está sentada en un cembo y te espera. Margziam... Margziam... me ha desaparecido. Habrá ido corriendo a la casa».
«Vamos a acelerar el paso».
Pero, a pesar de acelerar, no llegan a la casa antes de que María con su cuñada, Salomé, Porfiria y las mujeres de Bartolomé y Felipe hayan salido ya, venerantes. Jesús las saluda de lejos, pero se dirige hacia el lugar en que, humilde, está Anastática; la toma de la mano y la conduce hacia su Madre y las mujeres.
«Mira, ésta es la flor de esta Pascua, Madre. Aunque sea sólo una este año, que te signifique delicadeza, puesto que te la traigo Yo».
La mujer se ha arrodillado. María se agacha y la levanta mientras dice: «Las hijas están en el corazón de sus madres, no a sus pies. Ven, hija. Conozcamos nuestras caras como ya se conocen nuestros espíritus. Aquí están las hermanas. Vendrán otras. Que sea una dulce familia, toda ella santidad para la gloria de Dios y amor entre sus miembros».
La discípulas se dan recíprocamente el beso de amor, y reciproca y profundamente se miran. Entran y suben a la terraza de la casa, circundada del glauco de centenares de olivos. Los grupos se separan: Jesús con los hombres; las mujeres, aparte, en torno a la nueva llegada. Regresa Susana, que había ido a la ciudad con su marido. Viene Juana con los niños. Aparece Analía con su cara de ángel. Jairo, mezclado con los discípulos que venían presurosos hacia Jesús, regresa con su hija, la cual va al grupo de las mujeres y se pone junto a María, que la acaricia.
Paz y amor hay en esta reunión de personas. Luego el Sol declina, y Jesús, antes de saludar a los que regresan a sus propias casas o a las casas en que se alojan, reúne a todos en oración y los bendice. Luego los saluda. Se queda solamente con los que prefieren estar estrechos en la casa del Getsemaní o pernoctar debajo de los olivos antes que marcharse. Así pues, se quedan María, María de Alfeo, Salomé, Anastática, Porfiria y otras mujeres; y Jesús, Pedro, Andrés, Santiago y Judas de Alfeo, Santiago y Juan de Zebedeo, Simón Zelote, Mateo, Margziam y otros hombres.
5Pronto consumen la cena. Después, Jesús invita a su Madre y a María de Alfeo a ir con Él y con los discípulos por el olivar silencioso. Quizás las otras tres mujeres irían también de buena gana. Pero Jesús no las llama; es más, dice a Salomé y a Porfiria: «Hablad santas palabras con la nueva hermana y luego acostaos. No nos esperéis. La paz sea con vosotros». Y las tres se resignan a su destino.
Pedro está un poco enfurruñado, y calla mientras todos hablan yendo en grupo, precisamente hacia el futuro peñasco de la agonía. Se sientan en el ribazo. Tienen frente a ellos a Jerusalén, la cual, tras. el ajetreo de la jornada, se aquieta.
«Enciende unas ramas, Pedro» ordena Jesús.
«¿Para qué?».
«Quiero leeros lo que escriben Juan y Síntica. Y has de saber, tú que estás enfadado, que éste es el motivo por el que no he dejado venir a las tres mujeres».
«¡Pero si mi mujer estaba aquella noche!...».
«Pero excluir de las antiguas discípulas sólo a Salomé habría sido feo... Además esto te dará la manera de desahogar tu lengua contando a tu prudente esposa lo que ahora vas a oír».
Pedro, alborozado por el elogio dado a Porfiria y por la concesión de poderla poner al corriente del secreto, pierde de golpe su gesto de enfado, y se dedica a encender una alegre hoguera de la que se elevan llamas derechas, quietas en el ambiente calmo.
6Jesús saca de su cinturón las dos cartas. Las abre. Lee en medio del circulo atento de once rostros.
«"A Jesús de Nazaret, honor y bendición. A María de Nazaret, bendición y paz. A los hermanos santos, paz y salud. Al bien amado Margziam, paz y caricias.
Lágrimas y sonrisas hay en mi corazón y en mi rostro mientras me siento a escribir esta carta para todos vosotros. Recuerdos, nostalgias, esperanzas y paz del deber cumplido hay en mí. Tengo ante mí todo el pasado que considero de valor, es decir, el que empezó hace doce meses; y un salmo de agradecimiento a Dios, demasiado compasivo con el culpable, brota de mi corazón. ¡Bendito seas, y contigo la Santa que te ha dado al mundo, y la otra madre que recuerdo como la compasión encarnada; y contigo Pedro, Juan, Simón, Santiago y Judas y el otro Santiago, y Andrés y Mateo, y, en fin, el amadísimo Margziam, a quien pongo en mi pecho para bendecirle! ¡Benditos por todo lo que me habéis dado desde el momento en que os conocí hasta el momento en que os dejé, ciertamente no por voluntad mía! Os he sido arrebatado. ¡Que Dios los perdone! ¡Que Dios los perdone! Y que aumente en mí la capacidad de perdonar por mi parte. Por ahora, con su ayuda, junto con Él lo puedo hacer. Pero solo no puedo; no, todavía no podría, porque demasiado quema la herida que me han hecho arrancándome de mi verdadera Vida, de ti, Santísimo. Demasiado quema todavía, a pesar de que tus consuelos sean una lluvia continua y balsámica que desciende sobre mí..."».
7Jesús pasa muchas líneas sin leerlas. Y reanuda: «"Mi vida..."». Pero Pedro, que para ayudar al Maestro a ver ha cogido una rama encendida y la mantiene alzada, estando junto al Maestro y alargando el cuello para ver el escrito, dice: «¡No, no, no es así! ¿Por qué no lees, Maestro? ¡Hay otras cosas entre medias! Soy animal, pero no tanto como para no saber leer despacio. Yo leo: "Tus promesas han superado mis esperanzas..."».
«¡Eres terrible, ¿eh?! ¡Peor que un muchacho!» dice Jesús sonriendo.
«¡Hombre, claro! ¡Ya me estoy haciendo viejo! Por eso tengo más malicia que un muchacho».
«Deberías tener también más prudencia».
«Es buena para los enemigos. Aquí estamos entre amigos. Aquí Juan dice una serie de cosas bonitas de ti. Quiero saberlas. Para saber cómo tendría que hacer yo, cuando me expidieras a otro lugar como una mercancía. ¡Venga, hombre, lee todo! Madre, dile tú también que no es justo darnos las noticias triadas como si fueran pececillos. ¡Saca! ¡Saca todo! Algas, barro, peces pequeños y peces excelentes. ¡Todo! ¡Ayudadme vosotros! Parecéis un conjunto de estatuas. ¡Es que me sacáis de quicio! ¡Y se ríen!».
Ante la agitación de Pedro, que salta acá y allá como un potro encabritado, sacudiendo su rama encendida sin preocuparse de las chispas que le llueven encima, es difícil no reírse.
Jesús tiene que ceder para calmarle y poder seguir leyendo.
«"Tus promesas han superado mis esperanzas en ellas. Maestro santo, cuando, aquella triste mañana de invierno, me prometiste que vendrías a consolar a tu discípulo triste, no comprendí el verdadero valor de tu promesa. El dolor y la relatividad del hombre oprimían las facultades del espíritu, de forma que éste era tardo en entender el alcance de tu promesa.
¡Bendito seas, espiritual visitador de mis noches, que no son por eso desolación ni dolor, como pensaba, sino una espera de ti. ¡Oh, gozoso encuentro contigo! La noche ‑ horror de los enfermos, de los desterrados, de los que están solos, de los culpables ‑, para mí, que soy verdaderamente Félix* haciendo tu voluntad y sirviéndote, se ha convertido en 'la espera de las vírgenes prudentes a que llegue el esposo'. E incluso más tiene mi pobre alma: la beatitud de ser la esposa que espera a su Amor, que viene a la estancia nupcial para darle todas las veces la alegría del primer encuentro y el éxtasis fortalecedor de la fusión.
¡Oh, Señor y Maestro mío, mientras te bendigo por lo mucho que me das, te ruego que recuerdes las otras dos promesas que me hiciste. La más importante, para este hombre débil en demasía que soy yo, es no mantenerme en vida para la hora de tu dolor. Conoces mi debilidad. No permitas que aquel que por tu amor se ha despojado del odio haya de volver a vestir, por el odio hacia los hombres tus verdugos, el uniforme híspido e hiriente del odio. La segunda es para tu pobre discípulo, igualmente débil en demasía e incompleto en la perfección: ven a mi lado, como dijiste, a la hora de mi muerte. Ahora que sé que para ti no existen distancias, y que ni mares ni montes ni ríos ni voluntad de hombre te impiden dar a quien te ama el consuelo de tu sensible presencia, no dudo poder tenerte cuando expire. ¡Ven, Señor Jesús! Y ven pronto a introducirme en la paz.
8Y ahora que he hablado del espíritu, te daré noticias de mi trabajo.
Tengo muchos discípulos, de todas las razas y países. Para no herir la sensibilidad de unos u otros y dada la ausencia de pedagogos aquí, he dividido los días, de forma que alterno un día a los paganos, uno a los fieles, con mucho provecho. Doy lo que gano a los pobres, y así los atraigo hacia el Señor. He vuelto a tomar mi viejo nombre, no por apego, sino por prudencia. En las horas en que soy del mundo, soy 'Félix'. En las horas en que soy solo de Jesús, soy 'Juan': la gracia de Dios. He explicado a Felipe que el verdadero nombre era Félix y que me llamaban Juan sólo para distinguirme entre los hermanos. Y la cosa no ha creado ningún estupor, dada la facilidad con que cambiamos de nombre o llamamos por sobrenombres.
Espero hacer aquí mucho trabajo, para preparar el camino a los hermanos santos. Si tuviera más fuerzas, querría adentrarme en la campiña para dar a conocer tu Nombre. Quizás pueda al  principio  del  verano  o  con  el  frescor  del

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* Felix: "Felice" se traduce por "Félix" en español, y "felice" significa en español "feliz" (NdT).

otoño. Basta que pueda y lo haré. El aire puro de Antigonio, estos jardines tan serenos y hermosos, las flores, los niños, las gallinitas, el afecto de los jardineros, y, sobre todo, el grande, sabio, filial afecto de Síntica me hacen mucho bien. Yo diría que he mejorado. No piensa lo mismo Síntica... Bueno, esta opinión suya se manifiesta solamente por los solícitos y continuos cuidados que me dispensa: mi comida, mi descanso, que no coja frío... Pero me siento mejor. ¿Esta sensación no viene, quizás, del deber heroicamente cumplido? Eso dice Síntica. Querría saber si está acertada. Porque el deber es cosa moral, mientras que la enfermedad es cosa carnal.
Y querría saber también si Tú vienes realmente o sólo te me apareces a los sentidos espirituales, aunque de forma tan perfecta que no me dejas distinguir dónde termina la realidad material de tu Presencia.
Maestro amado y bendito, tu Juan se arrodilla pidiéndote tu bendición. A la Madre, a María, a los hermanos santos, paz y bendición. A Margziam un beso para que se acuerde de enviar las santas palabras, pan para los que estamos en tierras lejanas trabajando en la viña del Señor".
Ésta es la carta de Juan... ¿Qué opináis?».
Se cruzan diversas impresiones... Pero la más fuerte de todas es la que se refiere a la presencia de Jesús. Le abruman a preguntas... sobre cómo puede ser, sobre si puede ser, si Síntica ve, etc. etc.
9Jesús hace un gesto de silencio y abre el rollo de Síntica. Lee:
«"Síntica al Señor Jesús con todo el amor de que es capaz. A la Madre bendita, veneración y alabanza. A los hermanos en el Señor, gratitud y bendición. A Margziam el abrazo de su hermana distante.
Juan te ha expuesto, Maestro, nuestra vida. Muy sintéticamente, te ha dicho lo que hace y lo que yo, como mujer, hago. Tengo mi pequeña escuela llena de niñas. Gano mucho espiritualmente, porque las gano para ti, ¡oh mi Señor!, hablando del verdadero Dios a través incluso del trabajo. Esta región, donde tantas razas se han mezclado, es una maraña enredada de religiones. Tan enredada, que... ya no son sino religiones impracticables, deshiladuras de religiones que ya no sirven para nada. En medio, rígida e intransigente, la fe de los israelitas, que con su peso rompe los hilos ya deteriorados de las otras, sin obtener nada.
Juan, teniendo varones, debe actuar con prudencia. Yo, con las niñas, me muevo más libremente. Ser mujer es siempre una inferioridad; tanto, que a las familias de distintas religiones no les importa si las niñas se mezclan en una única escuela. Basta con que aprendan el productivo arte del bordado. Y bendito sea este concepto despreciativo que el mundo tiene de nosotras las mujeres, porque así me permite extender cada vez más mi radio de acción. Los bordados se venden maravillosamente, la fama se difunde, vienen damas de lejos. A todas les puedo hablar de Dios... ¡Ah, los hilos, que, en el telar o en la tela, se transforman en flores, animales, estrellas, también sirven, con sólo quererlo, para encauzar a las almas hacia la Verdad! Conociendo varias lenguas, puedo usar el griego con los griegos, el latín con los romanos, el hebreo con los hebreos; es más, en esta última lengua progreso cada vez más con la ayuda de Juan.
Otro medio de penetración es el ungüento de María. He hecho mucho ungüento nuevo, con las esencias que existen aquí, mezclando en él una porcioncita del originario para santificarlo. Úlceras y dolores, heridas y dolor de pecho desaparecen. Verdad es que yo, mientras unto y vendo, no ceso de repetir los dos Nombres santos: Jesús‑María. Es más, haciendo una relación con el significado griego de Cristo, he llamado a este bálsamo 'Ungüento Mirra'. ¿Es así, no? ¿No posee, acaso, la esencia salutífera de la Mirra de Dios que te engendró, Oleo precioso que nos haces reyes? Muchas veces me debo quedar levantada para poder preparar más ungüento. Le rogaría a la Santa que preparase también Ella más, y que me lo mandase para los Tabernáculos, para poderlo mezclar con el otro, hecho por la ínfima sierva de Dios. De todas formas, si no fuera correcto lo que hago, dímelo, Señor, y jamás lo volveré a hacer.
10El amado Juan me ensalza mucho. ¿Qué debería decir yo de él, entonces? Sufre agudamente, pero tiene una fortaleza maravillosa. Si no conociera su secreto, estaría asombrada. Pero desde aquella noche en que, regresando de un enfermo, le descubrí extático y transfigurado, y oí sus palabras y me arrodillé porque intuí que Tú estabas presente ante tu siervo, ya no puedo asombrarme. Quizás algún hermano sí que se asombrará si oye que no deploro el no haber visto yo misma. ¿Por qué debería hacerlo? Todo está bien, todo lo que Tú das es suficiente. Cada uno recibe la parte que merece y que le es necesaria. Bien está, pues, que Juan te tenga en forma visible y yo sólo en el espíritu.
¿Soy feliz? Como mujer, echo de menos el tiempo en que estaba contigo y María. Pero como alma, soy felicísima, porque sólo ahora te sirvo, mi Señor. Pienso que el tiempo es nada. Pienso que la obediencia es moneda para entrar en tu Reino. Pienso que ayudarte es gracia que supera cuanto la pobre esclava podía soñar, incluso en horas de delirio, y que Tú me has concedido ayudarte. Pienso que, separada ahora, te tendré al final para toda la eternidad. Y canto la canción de Juan cual calandria en primavera por los campos de oro de la Hélade. Mis niñas la cantan porque dicen que es bonita. Yo las dejo cantar al compás del telar, tan semejante al del remo de aquel día lejano, porque pienso que decir tu nombre, Madre, es prepararse a la Gracia.
Juan me ruega que añada la noticia de que te ha enviado un magnífico ciudadano de Antioquía. Se llama Nicolái. Es su primera conquista para tu rebaño. Tenemos mucha confianza en que Nicolái no defraude el concepto que tenemos de él en nuestro corazón.
Bendice a tu sierva, Señor. Bendícela, Madre. Bendecidme todos, santos, y tú, niño bendito que creces en sabiduría junto al Señor".
Esto escribe Síntica. Y ha añadido una apostilla sin que Juan lo supiera. Dice: "Juan sólo en el espíritu se manifiesta grande y se refuerza; en lo demás declina, a pesar de todos los cuidados. Tiene muchos proyectos para el principio del verano, pero creo que no podrá llevar a cabo lo que dice. Creo que el invierno ahogará su exigua vida... Pero está en paz. Y se santifica con las obras y el sufrimiento. ¡Manténle la fuerza con tu presencia, mi Señor! Te pido que me sometas a mí a cualquier pena a cambio de este don para tu discípulo. Enviando las presentes con Tolmái a Lázaro, te suplico que les digas a él y a sus hermanas que recordamos su bondad hacia nosotros y que constante y ardientemente oramos por ellos"».
Todos se intercambian de nuevo impresiones.
11Andrés se inclina para preguntar algo a María, pero se queda sorprendido al ver lágrimas en su cara. «¿Lloras?» pregunta.
«¿Por qué llora? ¿Cómo es eso, Madre!» dicen muchos de los presentes.
«Yo sé por qué llora» dice Margziam.
«¿Por qué llora?».
«Porque Juan ha recordado la muerte del Señor».
«Ya, claro. ¿Es verdad? ¿Y cómo lo sabe, si ya no estaba cuando la predijiste?».
«Porque lo ha sabido de mi boca, para su consuelo».
«¡Mmm! ¿Consuelo!...».
«Sí, consuelo. La promesa de que no esperará mucho a tener el Reino. Él lo merece porque os ha superado en la voluntad y obediencia. Vamos a volver a casa. Vamos a preparar las respuestas para dárselas a Tolmái; tú, Margziam, adjuntarás tus libros».
«¡Ah! ¡comprendo! ¡comprendo! ¡Escribía para ellos!...».
«Sí. Vamos. Mañana iremos al Templo...».

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