.

Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

lunes, 24 de diciembre de 2012

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO (MARIA VALTORTA) XX


435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles.
13 de mayo de 1946.

1El sábado es el descanso. Ya se sabe. Descansan los hombres y las herramientas, cubiertas o colocadas con buen orden en sus sitios.
Ahora que el ocaso rojo de un viernes de verano está para cum­plirse, María, sentada a la sombra del grande manzano ante su telar más pequeño, se levanta, tapa el telar y, con la ayuda de Tomás, le devuelve a la casa, a su sitio, e invita a Áurea ‑ que, sentada en un pequeño taburete a sus pies, cosía todavía, con mano desmañada, los vestidos que le habían dado las romanas y que María ha adaptados a su talle ‑, le invita a doblar el trabajo con orden y a poner todo encima de la repisa de su habitación. Y, mientras Áurea lleva a cabo es­to, la Madre entra con Tomás en el local laboratorio donde Jesús y el Zelote se dan prisa en poner de nuevo en sus sitios sierras, cepillos, destornilladores, martillos, botes de barniz y de cola, y a barrer el serrín y las virutas de los bancos y del suelo. Del trabajo realizado hasta ese momento sólo quedan dos tablas dispuestas en ángulo, apretadas en el torno para que se solidifique la cola en las junturas (quizás es un futuro cajón), y un taburete barnizado a la mitad; ade­más de quedar el olor agudo de los barnices todavía frescos.
2Entra también Áurea. Va hacia el trabajo de buril de Tomás, se curva hacia él, lo admira y pregunta, curiosita, que para qué sirve, y también, instintivamente coqueta, pregunta que si a ella le quedaría bien.
«Te quedaría bien, pero te queda mejor el ser buena. Éstos son adornos que sólo hacen más hermoso el cuerpo, pero que no sirven para el espíritu; es más, cultivando la coquetería, perjudican al espí­ritu».
«¿Y entonces por qué lo haces?» pregunta, lógica, la niña. «¿Es que quieres perjudicar a un espíritu?».
Tomás, siempre afable, sonríe ante esta observación y dice: «Per­judica lo superfluo, a un espíritu débil. Pero, para un espíritu fuerte, el adorno se queda en lo que es, ni más ni menos: un alfiler necesario para tener sujeta la túnica».
«¿Para quién lo haces? ¿Para tu mujer?».
«Yo no tengo mujer ni la tendré nunca».
«Entonces para tu hermana».
«Tiene más de los que necesita».
«Entonces para tu madre».
«¡Pobre anciana! ¿Y qué hace con él?».
«Pero es para una mujer...».
« Sí. Pero que no eres tú».
«¡Ni siquiera lo pienso!... Y además, ahora que has dicho que estas cosas perjudican al espíritu débil, no lo querría. Voy a quitar también esas guarniciones a los vestidos. ¡No quiero perjudicar a lo que es de mi Salvador!».
«¡Eres una niña como se debe! Fíjate, tú, con esta voluntad tuya, has hecho un trabajo más bonito que el mío».
«Lo dices porque eres bueno...».
«Lo digo porque es verdad. 3Mira: yo he cogido este bloque de plata, lo he reducido a hojas a medida que iba siendo necesario; luego, con el instrumento, o, mejor, con los instrumentos, lo he doblado así. Pero todavía tengo que hacer la parte mayor. Juntar las partes, y de forma natural. Por ahora completas sólo están estas dos hojitas con su florecita unida» y Tomás levanta entre sus gruesos dedos un liviano escapo de muguete, recogido en una hoja que imita a la perfección las naturales. Hace un cierto efecto ver esa cosita, que resplandece con el brillo blanco de la plata pura, entre los dedos fuertes y bronceados del orfebre.
«¡Oh! ¡bonito! Había muchos de éstos en la isla y nos dejaban cogerlos antes de que el Sol saliera. Porque las rubias no debíamos nunca tomar el sol para valer más; a las morenas, sin embargo, las hacían estar fuera, al sol, hasta sentirse incluso mal, para que fueran más morenas. Las... ¿Cómo se dice vender una cosa diciendo que es una cuando en realidad es otra?...».
«Pues... con engaño... con trampa... no lo sé».
«Las engañaban diciendo que eran árabes o del alto Nilo, de donde nace; a una la vendieron como descendiente de la reina Saba».
«¡Nada menos! Pero no las engañaban a ellas, sino a los compradores. Se dice entonces que timaban. ¡Qué gentuza! Una buena sorpresa para el comprador, cuando haya visto descolorirse la... falsa etíope! ¿Estás oyendo, Maestro? ¡Cuántas cosas que nosotros ignoramos!...».
«Estoy oyendo. Pero lo más triste no está en el timo al comprador... sino en el destino de esas muchachas...».
«Es verdad. Almas profanadas para siempre. Perdidas...».
«No. Dios puede siempre intervenir...».
«Respecto a mí lo ha hecho. ¡Tú me has salvado!...» dice Áurea, volviéndose hacia el Señor con su mirada clara, serena. Y termina: «¡Y yo soy muy feliz!» y, no pudiendo ir a abrazar a Jesús, va a ceñir a María con un brazo, apoyando su rubia cabeza en el hombro de la Virgen en un gesto de confiado amor. Las dos cabezas rubias resaltan, con sus distintas coloraciones, contra la pared obscura: un grupo dulcísimo.
Pero María se acuerda de la cena. Se sueltan y se van.
4¿Se puede entrar?» dice tras la puerta del taller que da a la calle la voz un poco ronca de Pedro.
«¡Simón! ¡Abrid!» .
«¡Simón! ¡No ha sabido estar separado!» dice Tomás riendo, mientras se apresura a abrir.
«¡Simón! Era previsible...» dice sonriendo el Zelote.
Pero no es sólo el rostro de Pedro el que se enmarca en el cuadro de la puerta; son todos los apóstoles del lago, todos menos Bartolomé y menos Judas Iscariote. Y con ellos están ya Judas y Santiago de Alfeo.
«¡La paz a vosotros! ¿Pero, por qué habéis venido con este calor?».
«Porque... ya no podíamos estar separados. Han pasado dos semanas y media, ¿sabes! ¿Comprendes! ¡Dos semanas y media que no te vemos!» y Pedro parece decir: «¡Dos siglos! ¡Una enormidad!».
«Pero os había dicho que esperarais a Judas todos los sábados».
«Sí. Pero no ha venido dos sábados... y al tercero venimos nosotros. Allí se ha quedado Natanael, que no está demasiado bien. Si Judas va, le recibirá... Pero ciertamente no irá... Benjamín y Daniel nos dijeron que le habían visto en Tiberíades, pasando por Tiberíades para venir donde nosotros, antes de ir hacia el Hermón grande, y... bueno, ya te diré después...» dice Pedro, cuya palabra ha sido cortada por un tirón de la túnica por parte de su hermano.
«De acuerdo. Luego me dirás... ¡Pero, deseabais tanto descansar, y ahora que podéis reposar os pegáis estas carreras!... ¿Cuándo habéis salido?».
«Ayer al caer de la tarde. Con un lago que era un espejo. Hemos desembarcado en Tariquea para evitar Tiberíades para... para no encontrar a Judas...».
«¿Por qué?».
«Porque, Maestro, queríamos gozar de ti en paz» .
«¡Sois egoístas!».
«No. Él ya tiene sus alegrías... ¡En fin! No sé quién le da tanto dinero para gozárselo con... Sí, comprendido, Andrés. Pero deja de tirarme tan fuerte de la túnica. Ya sabes que sólo tengo ésta. ¿Quieres que me vaya con la túnica rasgada?».
Andrés se pone colorado. Los otros se ríen. Jesús sonríe.
«Bien. Hemos bajado a Tariquea también porque... bueno no me regañes... Será el calor, será que lejos de ti me hago malo, será que pensar que él se ha separado de ti para unirse a... ¡Pero bueno, deja ya de arrancarme la manga! ¡Ya ves que sé pararme a tiempo!... En fin, Maestro, será por muchas cosas... Yo no quería pecar, y si veía a Judas lo hacía. Así que me he dirigido a Tariquea. Y al alba nos hemos puesto en camino».
«¿Habéis pasado por Caná?».
«No. No queríamos alargar el viaje... Pero ha sido muy largo de todas formas. Y el pescado se ponía malo... Se lo dimos a la gente de una casa, en cambio de alojamiento durante algunas horas, las más calurosas. Y hemos partido de allí a mitad de tiempo de después de la nona... ¡Un horno!...».
« Os lo podíais haber ahorrado. Yo habría ido pronto...».
«¿Cuándo?».
«Cuando el Sol hubiera salido del León».
«¿Y Tú crees que podíamos estar tanto sin ti? ¡Hombre, desafiamos a mil calores semejantes pero venimos a verte! ¡Nuestro Maestro! ¡Nuestro adorado Maestro!» y Pedro se abraza a su Tesoro de nuevo hallado.
«Y pensar que cuando estamos juntos no hacéis otra cosa sino quejaros del tiempo, de lo largo que es el camino...».
«Porque somos unos necios. Porque, mientras estamos juntos, no comprendemos bien lo que Tú eres para nosotros... Pero aquí nos tienes. Ya tenemos lugares. Quién en casa de María de Alfeo, quien con Simón de Alfeo, quién con Ismael, quién con Aser y quién con Alfeo, que está aquí cerca. Ahora descansamos y mañana, al caer de la tarde, otra vez en marcha, más contentos».
5«El sábado pasado hemos tenido aquí a Mirta y a Noemí, que habían venido para ver otra vez a la niña» dice Tomás.
«¿Ves como quien tiene la posibilidad de venir, en cuanto puede viene aquí?».
«Sí, Pedro. Y vosotros ¿qué habéis hecho en este tiempo?».
«Hemos pescado... hemos barnizado barcas... reparado redes... Ahora Margziam sale frecuentemente con los mozos, cosa que hace disminuir los improperios de mi suegra contra "el holgazán que hace morir de hambre a su mujer después de traerle un bastardo". ¡Y pensar que Porfiria no ha estado nunca tan bien como ahora que tiene a Margziam, por el corazón y por todo lo demás! Las ovejas, de tres, han pasado a cinco, y pronto serán más... ¡No es poco útil esto para una pequeña familia como la nuestra! Y Margziam con la pesca suple a lo que yo no hago sino muy raramente. Pero esa mujer tiene lengua viperina, a pesar de que su hija la tiene de paloma... Veo que tú también has trabajado...».
«Sí, Simón. Hemos trabajado. Todos. Mis hermanos en su casa, Yo con éstos en la mía; para procurar satisfacción y descanso a nuestras madres».
«¡Hombre, también nosotros!» dicen los hijos de Zebedeo.
« Y yo a mi mujer, trabajando en colmenas y viñas» dice Felipe.
«¿Y tú, Mateo?».
«Yo no tengo a quién hacer feliz... y ahora me he hecho feliz a mí mismo, escribiendo las cosas que más me gusta recordar...».
«Entonces lo vamos a referir la parábola del barniz. La he provocado yo, muy inexperto pintor...» dice el Zelote.
«Pero has aprendido pronto el oficio. ¡Fijaos qué bien ha dejado esta silla!» dice Judas Tadeo.
El acuerdo entre ellos es perfecto. Y Jesús, cuya cara aparece más descansada desde que está en su casa, resplandece de alegría por tener en torno a sí a sus queridos apóstoles.
6Entra Áurea y se queda sorprendida en el umbral de la puerta.
«¡Ah, ahí está! ¡Fíjate qué bien está! Pasa por una pequeña hebrea, vestida así».
Áurea se pone roja como la púrpura y no sabe qué decir. Pero Pedro se muestra tan afable y paternal, que en seguida se recobra y dice: «Me esfuerzo en serlo y... con mi Maestra espero serlo pronto... Maestro, voy a decir a tu Madre que están ellos...» y se retira ágil.
«Es una buena muchacha» declara el Zelote.
«Sí. Quisiera que se quedara con nosotros israelitas. Bartolomé, rechazándola, ha perdido una buena ocasión y una alegría...» dice Tomás.
«Bartolomé está muy ligado a las... fórmulas» dice Felipe para disculparle.
«Es su único defecto» observa Jesús.
Entra María...
«La paz a ti, María» dicen los que han venido de Cafarnaúm.
«La paz a vosotros... No sabía que estabais aquí. En seguida me ocupo de vosotros... Entretanto venid...».
«De casa vendrá nuestra madre con bastante comida, y también Salomé. No to preocupes, María» dice Santiago de Alfeo.
«Vamos al huerto... Se está alzando el viento de la noche y se está bien...» dice Jesús.
Y entran en el huerto. Se sientan acá o allá. Hablan fraternalmente, mientras las palomas zurean disputándose la última comida, que Áurea esparce por el suelo... Luego es el riego de los cuadros florecidos, o simplemente de útiles y bonitas verduras necesarias para el hombre. Quieren hacerlo los apóstoles, alegremente, mientras María de Alfeo, que ha llegado en ese momento, con Áurea y María, preparan la cena para los llegados. Y el olor de los alimentos que chirrían se mezcla con el de la tierra regada, de la misma forma que el gorjeo de los pájaros, que se disputan, presuntuosos, un buen sitio entra las tupidas frondas del huerto, se mezclan con las voces profundas o agudas de los apóstoles...





436.  En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la   Redención.
14 de mayo de 1946.

1Y el sábado continúa, propiamente en el sábado. En la espléndida mañana, no pesado aún el aire por el calor, es agradable estar sentados, reunidos fraternal y pacíficamente debajo de la pérgola llena de sombra, o donde el manzano que está al lado de la higuera y del almendro proyecta, con éstos, manchas de sombra, prolongando la de la pérgola en que madura la uva. Es bonito ir y venir paseando por los senderos que hay entre los cuadros, yendo de la colmena hasta el palomar, desde éste hasta la pequeña gruta, y luego, pasando detrás las mujeres ‑ María, María Cleofás, la nuera de ésta: Salomé de Simón, Áurea ‑, ir hacia los pocos olivos que desde el promontorio se alargan hacia el huerto quieto. Y esto es lo que hacen Jesús y los suyos, María y las otras mujeres. Y Jesús adoctrina incluso sin querer. Y María adoctrina incluso sin querer. Y los discípulos del primero y las discípulas de la segunda están atentos a las palabras de los dos Maestros.
Áurea, sentada en su taburetito habitual a los pies de María, casi acuclillada, está con las manos entrelazadas alrededor de las rodillas, la cara levantada, con los ojos abiertos completamente y fijos en el rostro de María: parece una niña escuchando una fábula. Pero no es una fábula, es una hermosa verdad. María cuenta las antiguas historias de Israel a la pequeña paganita de ayer, y las otras, aunque conozcan las historias patrias, escuchan también con atención. Porque es muy dulce oír fluir de esos labios la historia de Raquel, la de la hija de Jefté, la de Ana de Elcaná.
2Judas de Alfeo se acerca lentamente y escucha sonriendo. Está detrás de María, que, por tanto, no le ve. Pero la mirada sonriente de María Cleofás a su Judas advierte a María de que alguno está detrás de Ella, y se vuelve: «¡Oh, Judas! ¿Has dejado a Jesús por escucharme a mí, una pobre mujer?».
«Sí. Te dejé a ti para ir con Jesús, porque la primera maestra mía fuiste tú, pero me es dulce alguna vez dejarle a Él para venir contigo, a hacerme niño como cuando era un escolar tuyo*. Continúa, te lo ruego...».
«Áurea quiere su premio todos los sábados. El premio es narrarle aquello que más impresión le haya causado de nuestra Historia (yo se la voy explicando un poco cada día mientras trabajamos)».
También los otros se han acercado... Judas Tadeo dice: «¿Y qué te gusta, niña?».
«Muchas cosas; todo, podría decir... Pero, mucho mucho, Raquel, y Ana de Elcaná, luego Rut... y luego... ¡ah!, es muy bonito Tobit y Tobías con el Ángel, y luego la esposa que ora para ser liberada...».
______________________
* cuando era un escolar tuyo, como en 38.8/9.

«¿Y Moisés no?».
«Me da miedo... Demasiado grande... Y en los profetas me gusta Daniel defendiendo a Susana». Mira a su alrededor y susurra: «...también a mí me ha defendido mi Daniel» y mira a Jesús.
«¡Pero también son bonitos los libros de Moisés!» .
«Sí. Donde enseñan a no hacer las cosas que son feas. Y también donde hablan de aquella estrella que nacerá de Jacob. Yo ahora sé su nombre. Antes no sabía nada. Y mi fortuna es mayor que la de aquel profeta, porque yo la veo, y además de cerca. Ella me ha dicho todo, así que sé también yo» termina con un cierto aire triunfal.
«¿Y la Pascua no te gusta?».
«Sí... pero... también los hijos de los demás tienen mamá. ¿Por qué matarlos? Yo entre el Dios que salva y el que mata, prefiero al primero...».
«Tienes razón... 3María, ¿no le has contado todavía nada de su Nacimiento?» dice Santiago, señalando al Señor, que escucha y calla.
«Todavía no. Quiero que conozca bien el pasado, antes del presente; para comprender este presente, que tiene su razón de ser en el pasado. Cuando lo conozca, verá que el Dios que te produce miedo, el Dios del Sinaí, es un Dios de amor severo, pero en todo caso amor».
«¡Oh, Madre, dímelo ahora, que me costará menos esfuerzo comprender el pasado cuando sepa el presente, que, por lo que yo sé de él, es muy bonito y hace amar a Dios sin miedo! ¡Yo necesito no tener miedo.
«La niña tiene razón. Recordad siempre todos esta verdad cuando evangelicéis. Las almas necesitan no tener miedo para ir a Dios con toda confianza. Es lo que Yo me esfuerzo en hacer, y más aún cuando, o por ignorancia o por culpas, están sujetos a temer mucho a Dios. Pero Dios, incluso el Dios que castigó a los egipcios y que te produce miedo, Áurea, es siempre bueno. Mira: cuando quitó la vida a los hijos de los egipcios crueles, tuvo piedad con ellos, los cuales, no creciendo, no se hicieron pecadores como sus padres, y dio tiempo de arrepentirse a sus padres del mal cometido. Así pues, fue una severa bondad. 4Hay que saber distinguir la verdadera bondad de lo que es sólo debilidad de educación. Cuando Yo era un pequeño infante, fueron asesinados muchos pequeñuelos en el pecho mismo de sus madres. Y el mundo gritó de horror. Pero, cuando el Tiempo ya no exista ni para los individuos ni para la Humanidad entera, comprenderéis, una y mil veces, que fueron afortunados, benditos en Israel, en la Israel de los tiempos de Cristo, aquellos que, por haber sido exterminados en la infancia, fueron preservados del mayor de los pecados, el de ser cómplices de la muerte del Salvador» .
«¡Jesús!» grita María de Alfeo poniéndose en pie, asustada, mirando a su alrededor como si temiera ver salir a los deicidas de detrás de los setos y de los troncos del huerto. «¡Jesús!» repite mirándole con pena.
«¿Es que ya no conoces las Escrituras, que tanto te asombras de esto que digo?» le pregunta Jesús.
«Pero... Pero... No es posible... No debes permitirlo... Tu Madre...».
«Es Salvadora conmigo, y sabe. Mírala a imítala».
María, en efecto, está austera, regia con su palidez, que es intensa; e inmóvil. Tiene las manos apoyadas en su regazo, apretadas, como en oración; alta la cabeza, la mirada fija en el vacío...
5María de Alfeo la mira. Luego se dirige de nuevo a Jesús: «¡Pero, de todas formas, no debes hablar de este horrendo futuro! Le clavas una espada en el corazón».
«Hace treinta y dos años que está esta espada en su corazón».
«¡Nooo! ¡No es posible! María... siempre tan serena... María...».
«Pregúntaselo a Ella, si no crees en lo que digo».
«¡Sí que se lo pregunto! ¿Es verdad, María? ¿Sabes esto?...».
Y María, con voz blanca pero firme, dice: «Es verdad. Tenía Él cuarenta días cuando me lo dijo un santo... Pero incluso antes... ¡oh!, cuando el Ángel me dijo que, sin dejar de ser la Virgen, concebiría un Hijo, que por su concepción divina sería llamado Hijo de Dios, lo que realmente es; cuando se me dijo esto, y que en el seno de Isabel estéril estaba formado un fruto por milagro del Eterno, no me fue difícil recordar las palabras de Isaías: "La Virgen dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel"... ¡Todo, todo Isaías! Y donde habla del Precursor... Y donde habla del Varón de dolores, rojo, rojo de sangre, irreconocible... un leproso... por nuestros pecados... La espada está en el corazón desde entonces, y todo ha servido para hincarla más: el cantar de los ángeles y las palabras de Simeón y la venida de los Reyes de Oriente, y todo, todo...».
«¿Pero, todo, qué otras cosas, María mía? Jesús triunfa, Jesús hace prodigios, le siguen turbas cada vez más numerosas... ¿No es, acaso, verdad?» dice María de Alfeo.
Y María, siguiendo en la misma postura, dice a cada pregunta: «Sí, sí, sí» sin congoja, sin alegría, solamente asiente con serenidad, porque así es...
«¿Y entonces? ¿Qué otro todo te clava la espada en el corazón?».
«¡Oh!... Todo...».
6«¿Y estás tan serena? ¿Tan serena? Siempre igual que cuando llegaste aquí, casada, hace treinta y tres años. Y me parece ayer todo este cúmulo de recuerdos... ¿Pero cómo tienes esta fuerza?... Yo... yo estaría como loca... yo haría... no sé lo que haría... Yo... ¡Bueno, que no, que no es posible que una madre sepa esto y esté serena!».
«Antes de ser Madre, soy hija y sierva de Dios... Mi serenidad ¿dónde la encuentro? En hacer la voluntad de Dios. Mi serenidad ¿de qué me viene? De hacer esta voluntad. Si hiciera la voluntad de un hombre, podría sentirme turbada, porque un hombre, aun el más sabio, siempre puede imponer una voluntad errada. ¡Pero la de Dios!... Si Él ha querido que sea Madre de su Cristo, ¿deberé acaso pensar que es un hecho cruel, y perder en este pensamiento mi serenidad? ¿Saber lo que será la Redención para Él, y para mí, también para mí, deberá turbarme con el pensamiento de cómo voy a superar ese momento? ¡Oh! será tremenda...» y María sufre un involuntario sobresalto, como un escalofrío improviso, y cierra las manos como para impedirles temblar, como para orar más ardientemente, mientras que su cara se pone aún más blanca, y los párpados sutiles, con un parpadeo de angustia, se cierran sobre sus dulces ojos garzos. Pero, después de un profundo suspiro de congoja, reafirma su voz y termina: «Pero Él, Aquel que me ha impuesto su voluntad y a quien sirvo con amor confiado, me dará la ayuda para ese momento. A mí, a Él... Porque no puede el Padre dictar designios demasiado fuertes para las fuerzas del hombre; y socorre... siempre... Y nos socorrerá, Hijo mío... nos socorrerá... Él nos socorrerá... y sólo podrá ser Él, que tiene medios infinitos, el que nos socorra...».
«Sí, Madre. El Amor nos socorrerá, y en el amor nos socorreremos recíprocamente. Y en el amor redimiremos...».
Jesús se ha puesto al lado de su Madre y ahora le pone una mano en el hombro. Ella levanta la cara para mirar a su hermoso y sano Jesús, destinado a quedar desfigurado por las torturas, muerto con mil heridas, y dice: «En el amor y en el dolor... Sí. Y juntos...».
7Ya ninguno dice nada... En círculo ‑ alrededor de los dos Protagonistas principales de la futura tragedia del Gólgota ‑, apóstoles y discípulas parecen estatuas pensativas...
Áurea se ha quedado petrificada en su taburete... Pero es la primera que se recobra, y, sin ponerse en pie, se arrodilla, de forma que se encuentra justo contra María; le abraza las rodillas y agacha su cabeza y la apoya en su regazo; dice: «¡También por mí todo esto!... ¡Cuánto cuesto y cuánto os amo por lo que os cuesto! ¡Oh, Madre de mi Dios, bendíceme para que no os cueste sin fruto...».
«Sí, hija mía. No temas. Dios también te ayudará a ti, si aceptas siempre su voluntad». Le acaricia los cabellos y las mejillas, y siente éstas empapadas de llanto. «¡No llores! Del Cristo lo primero que has conocido ha sido el destino de dolor, el final de su misión de Hombre. No es justo que, habiendo conocido esto, ignores los momentos primeros de su vida en el mundo. Escucha... A todos les gustará salir de la contemplación amarga, tenebrosa, evocando el dulce momento, todo luz, todo canto, todo hosanna, de su Nacimiento... Escucha...» y María, explicando la razón del viaje a Belén de Judá, ciudad anunciada como ciudad natal del Salvador, dulcemente narra la noche del Nacimiento de Cristo.

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