Dios no se muestra abiertamente, sencillamente porque no nos conviene que lo haga, ya que en la vida, que es una prueba, debemos tener mérito al creer sin ver, pues si Dios se mostrara abiertamente, ya no podríamos dudar y no sería meritorio el creer.
Jesús dio a entender esto cuando dijo a Tomás: “Ahora crees porque me has visto. ¡Felices los que crean sin haber visto!”.
Y también cuando el Señor anuncia a sus apóstoles que volverá al Padre, les dice que les conviene que Él se vaya, porque así tendrá mérito la fe.
A veces pensamos y nos preguntamos: ¿Por qué Dios o la Virgen no se me aparecen, como se aparecen a otras personas? Y es que, ¿saben una cosa?, no nos conviene que se nos aparezcan, porque si los vemos, nuestro premio será menor; ahora si creemos sin verlos, y confiamos mucho en Ellos, entonces nuestro premio en el Cielo, y también en la tierra, será grandísimo.
Si los ateos vieran a Dios, ya no habría ateos en el mundo. Pero estamos en el tiempo de prueba que es la vida del hombre sobre la tierra.
Y que Dios no quiera hacer portentos admirables y apabullantes, obligándonos así a creer, nos lo da a entender el Señor cuando responde al Tentador en el desierto, que lo instaba a hacer prodigios, a tirarse del pináculo del Templo y bajar en medio de ángeles ante la gente, para que todos crean. Sin embargo Jesús rechazó esto como una verdadera tentación.
Pensemos en estas cosas y aumentemos nuestra fe, y demos gracias a Dios tanto como si se nos muestra de alguna manera, como si no lo hace, porque todo es amor de Dios, todo es para nuestro bien, porque Dios nos creó para que fuéramos felices, y eso es lo que Él quiere.
Porque recordemos también que si es muy lindo ver a Jesús o a la Virgen, y ver incluso milagros, también es una gran responsabilidad, porque a quien más se le dio, más aún se le exigirá. Recordemos esa invectiva que Cristo lanza a las ciudades que habían visto tanto de sus milagros y no mudaron de vida. Si nosotros vemos muchas manifestaciones de Dios, pero no nos hacemos más santos, entonces sería para nosotros un verdadero mal.
Así que tanto si el Señor se quiere mostrar, como si no lo quiere hacer, tiene sus motivos, que siempre son por amor, para bien de los hombres, porque es necesario tener mérito al creer, para así recibir el premio eterno.
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