28 de Julio de 1975
CON EL CORDERO SE OFRECIÓ A SÍ MISMA
— ¿Cuál es la participación de la Virgen María en el Misterio de la Cruz?
"La participación de mi Madre en el Misterio de la Cruz es un hecho único en la historia del género humano y también en la
historia del Cielo. I
luminada
Mi Madre, solo Ella entre todas las mujeres, es verdadera Sacerdotisa. Ella, bien erudita en las Sagradas Escrituras, iluminada
sobreabundantemente por el Espíritu Santo, aceptando la maternidad divina bien sabía lo que iba a ser de Ella.
Por lo demás, el viejo Simeón, sin términos medios le dijo: "y tú, oh mujer, tendrás el corazón traspasado... etc."
Mi Madre conservó en su corazón esta tremenda profecía, para Ella límpida y transparente, tanto que la misma profecía fue como
hoja afilada que le traspasó el corazón durante toda su vida.
Mi Madre fue verdadera Sacerdotisa.
No en el sentido común, en el que lo son en cierto modo, los bautizados y los confirmados. Ni siquiera en el sentido ministerial,
sino en modo diferente, y todavía más profundo, de quien ha recibido el Sacramento del Orden.
Mi Madre fue y es verdadera Sacerdotisa en cuanto que en la cima del Calvario ofreció al Padre la Víctima pura y santa, el Cordero
de Dios, su Hijo y con el Cordero se ofreció a sí misma.
Ella es también víctima por los pecados.
Presente, consciente, copartícipe, no sufrió la acción, pero - con el Hijo suyo divino - fue verdadera protagonista del drama de la
Redención en el que se centra la historia del género humano.
En este doble ofrecimiento, que se renueva en cada Misa, está la acción por la cual el Sacerdote es verdaderamente tal. Nunca en
efecto el Sacerdote es tan Sacerdote como cuando, junto a Mí, me ofrece a Mí mismo y a sí mismo al Padre.
Por esto mi Madre es corredentora.
Para realizar este ofrecimiento mi Madre ha debido anonadarse enteramente a sí misma. La víctima se destruye, la víctima se
consuma. Ella ha debido destruir su corazón de Madre santa y pura, la más santa entre todas las madres.
Ha debido sacrificar e inmolar todo sentimiento suyo, ha debido y querido repetir su “fiat” y, como Jesús y con Jesús
ha dicho: “no se haga, oh Padre, mi voluntad sino la tuya”.
Sólo un amor indescriptible, incomprensible, un amor sin dimensiones humanas la ha hecho capaz de tan grande prodigio.
Mi Madre, como Sacerdotisa, ha testimoniado a Dios y a los hombres la más grande prueba de amor que consiste en sacrificar no la
propia vida, sino la vida de Aquel a quien más se ama.
Tremenda sorpresa
Los hombres saben poco y reflexionan menos todavía sobre lo poco que saben.
Los hombres y muchos ministros míos y almas consagradas, no consideran que el Misterio de la Cruz se renueva incesantemente.
Débilmente creen en la sublime realidad del Misterio de la Cruz, que se perpetúa en el Santo Sacrificio de la Misa. Página 14 de 283
Los sacerdotes no piensan que junto a Mí, que estoy presente en la Hostia consagrada, está mi Madre como en el Calvario, que
ofrece al Padre, al mismo tiempo que a Mí, también a sí misma.
Piensa, hijo, qué tremenda sorpresa será un día para muchos de mis ministros el descubrir el hecho de haber sido sólo
materialmente, Conmigo y con la Madre mía y suya, protagonistas de estos grandes misterios.
Reflexiona en cuántos frutos no logrados, en cuántas almas no santificadas por la ceguera culpable de muchos ministros míos.
Reflexiona en los sacrilegios continuos.
Mi Madre está y permanece en perfecta comunión Conmigo. En Ella se han cumplido grandes cosas. ¡Qué ejemplo es mi Madre
para todos los sacerdotes!
Si mis sacerdotes se inspiraran en esta perfecta comunión que interviene entre Mí y mi Madre, lucharían cotidianamente por el
aniquilamiento total del propio yo.
Ofreciéndose al Padre junto a Mí, siguiéndome en la Cruz en lugar de seguir al mundo, experimentarían que mi yugo es suave y
ligero. Verían el árbol de mi Iglesia, riquísimo de frutos.
Hijo, el mundo se está precipitando hacia la ruina como una terrible avalancha.
Cuando una avalancha inicia su descenso,
raramente se la advierte; su movimiento inicial es imperceptible, luego, poco a poco, crece y se hace arrollador.
Pues bien, la avalancha ha iniciado su marcha y los hombres ciegamente no advierten el desastre hacia el que se precipitan.
La alarma se ha dado, casi inútilmente.
Poquísimos la han acogido; muchísimos la han ignorado.
Pero lo que más entristece mi Corazón Misericordioso y el Corazón Inmaculado de la Madre mía y vuestra, es el hecho de que
demasiados sacerdotes hayan ignorado las múltiples llamadas venidas del Cielo.
Tremenda responsabilidad...
¡Rezar, reparar, ofrecer!
Esto urge decir; esto urge hacer.
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