En las primarias estadounidenses de este año, tan atípicas en muchos aspectos, unas palabras de Hillary Clinton han levantado un cierto revuelo. La candidata demócrata dijo textualmente, para defender su posición favorable al aborto, que “la persona no nacida no tiene derechos constitucionales (“The unborn person doesn’t have constitutional rights”). De este modo iba un poco más allá de lo declarado por la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que ante la misma cuestión optaba por negar la humanidad del niño no nacido, una afirmación endeble y más propia del siglo XIX que de la época de las ecografías por ultrasonidos (probablemente un defecto extensible al global de su ideología).
La frase de Hillary Clinton, muy significativa, pone de relieve al menos dos aspectos:
  1. Cada vez es más difícil negar que el niño aún no nacido no es un ser humano. Aquello de que no es más que un grumo de células está al mismo nivel que defender que la Tierra se acaba abruptamente en una especie de precipicio por el que se desparrama el agua de los océanos o que se puede convertir en oro cualquier metal gracias a la alquimia. Es posible encontrar algún friki que lo sostenga, pero la evidencia en contra es tan enorme que nadie sensato puede mantenerlo.

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2. Por otro lado, quienes defienden al aborto, lejos de replantearse su postura en base a las evidencias, reaccionan radicalizando su postura, en una especie de voluntarismo ciego, que les obliga a abandonar los eufemismos y medias tintas en que se refugiaban hasta ahora. La misma Hillary era famosa, hasta ahora, por su defensa, junto a su marido, de que el aborto debía ser “seguro, legal y raro”. Sin ocultar las altas dosis de hipocresía que encierra esa fórmula, parece evidente que la negación explícita de derechos a alguien que se reconoce que es una persona supone un paso nada banal.
“Mi postura sobre el aborto es conocida desde hace muchos años, que debería ser seguro y legal y sigo manteniendo la misma postura”
Por cierto, Hillary Clinton también ha confirmado ese dicho popular de que los políticos no tienen palabra, aunque sí habilidad para disimularlo. El pasado mes de febrero, contestando a una pregunta sobre su posición respecto del aborto hecha por Marco Rubio, Clinton respondió con las siguientes palabras: “Mi postura sobre el aborto es conocida desde hace muchos años, que debería ser seguro y legal y sigo teniendo la misma postura que he tenido desde hace muchos años”. ¿Seguro? ¿No se han dado cuenta de que en 2016 ha desaparecido la palabra “raro” de la fórmula sostenida con anterioridad? Claro, es que si es raro no hay negocio para algunos de sus mayores donantes.
Y es que uno de los elementos que explican esta nueva postura es la presión que se está desplegando sobre Planned Parenthood después de que saliera a la luz que la organización abortista trafica con los restos de los niños abortados. La candidata Hillary está lanzando un mensaje muy claro al lobby abortista: no os preocupéis, yo apoyo el aborto en cualquier caso, incluso admitiendo lo que ya no puede negarse, que el niño abortado es una persona, y no admitiré ninguna restricción al respecto. El negocio está protegido.
De hecho, podría incluso expandirse bajo la presidencia de Hillary. La enmienda Hyde, de 1976, prohibía que se pagaran abortos con dinero del contribuyente excepto en casos de riesgo para la vida de la madre. En 1993 Bill Clinton amplió la excepción a casos de violación e incesto y ahora Hillary está ya sugiriendo que el Estado tendría que pagar por los abortos de aquellas mujeres que no pueden pagárselos. En Planned Parenthood se frotan las manos. No es de extrañar que, por primera vez en sus 100 años de existencia, Planned Parenthood haya anunciado su apoyo a Clinton durante las primarias, sin esperar a las elecciones presidenciales.