Queridos compañeros de fe y camino.
- Primera lectura: «Estando Pablo en Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión: No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño; muchos de esta ciudad son pueblo mío» (Hch 18, 9-18).
Quien haya seguido el desarrollo del libro de los Hechos de los Apóstoles, y haya estado atento(a), notará que toda la trama consiste en: primero, la Acción del Espíritu Santo en todo momento, segundo, la respuesta de los discípulos misioneros que no se detienen y realizan lo mandado. En todo momento predicar, anunciar la buena nueva de Jesucristo, la que transformará todo el ser humano y la realidad de su entorno, y a terceros, genera oposición, exclusión de la sinagoga y del sistema dominante, incluyendo la persecución, los azotes y la muerte como el resultado de esta misión. En este pasaje encontramos que hay una fuerza superior a Pablo y los compañeros de misión, que no los detiene, no los arredra ante las prohibiciones y las amenazas, más bien al contrario, hay satisfacción y coraje porque lo proclamado y rechazado, también ha sido acogido por un pueblo sediento de cambio y de transformación total. Cuando esto se da, es que ha valido la pena, que hay una causa superior por la que vale la pena arriesgarlo y entregarlo todo.
- Evangelio: « [...] También vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. […] pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría». (Jn 16, 20-23ª).
Uno de los grandes misterios del seguimiento de Cristo, de su proyecto salvador, está justamente en este pasaje, que hoy leemos. En él encontramos al ser humano en su realidad cotidiana, en su ser corporal, social, afectivo y espiritual. El dolor y la tristeza al lado de la alegría, marcan su diario vivir. Esa es la realidad de todo creyente, porque Jesús no nos guía hacia momentos espirituales, alegres, místicos, separados de la cotidianidad, Él al encarnarse toma nuestra condición humana, para que comprendamos que asume nuestras flaquezas. Él llora ante la comunidad de Lázaro, ante la Jerusalén que mata a sus profetas. Siente como nosotros la tristeza del no reconocimiento de la grandeza del proyecto amoroso de Dios, su Padre, nuestro Padre. Sabe que sus discípulos, los de todos los tiempos, somos débiles y todo lo queremos fácil y cuando no suceden las cosas como las queremos, viene la tristeza. En este pasaje hemos de comprender con seguridad, que Jesús, no es una historia pasada, un mito que se diluye con el tiempo, sino alguien concreto, que camina a nuestro lado, participa en nuestras luchas y sobre todo, nos capacita para tener la clara conciencia de que nada es difícil para el que cree en Dios, y que todo pasa por el crisol de su amor, para que nada ni nadie nos arredre, nos acobarde y siempre alegres demos al mundo el mejor testimonio, el de nunca dejarnos robar la alegría, como nos lo recomienda el Papa Francisco.
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