¿Cómo actuamos a menudo con Dios? Nos acercamos cuando nos vemos en necesidad, pero mientras tanto, le damos la espalda o mantenemos una relación distante.
Sin embargo, a pesar de lo tibios que somos, puedo ver el amor de él extendiendo su ayuda sin importar cómo lo hayamos tratado.
Muy distinto a como actuaríamos nosotros con una persona que nos trate con frialdad o con cierta distancia. A alguien que nos trate con cierta indiferencia simplemente llegaría el momento en que no lo buscaríamos más.
Sin embargo Jesús no es así. No sólo murió por nosotros, sino que también todavía hoy nos sigue buscando. ¿No debería ser distinto? Deberíamos ser nosotros los que corriéramos detrás de Él después de conocer semejante regalo de amor.
Sin embargo seguimos viendo rechazo a su Palabra y a todo lo que Él representa. Jesús, sin embargo, sigue tocando a la puerta. Su Palabra nos dice: yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:20)
Esa es una gran invitación. Un rey haciéndonos una invitación y prometiéndonos que cenará con nosotros. Esa palabra habla de una relación estrecha y un compartir. Dios quiere compartir lo mejor que tiene con nosotros.
Lamentablemente la religión se ha encargado de dañar la imagen de Dios, o mejor dicho, presentar una imagen distorsionada. El llamar religioso a un cristiano realmente no es un halago.
La religión en realidad es un sistema de reglas, leyes. Son reglas y leyes que aquel que no las cumple es segregado y rechazado.
Ese legalismo es el que ha entrado en las iglesias y ha presentado una imagen erronea de quién es Jesús, y quién es Dios.
Y al que no cumple ciertos ritos irrelevantes con respecto a lo que la Palabra de Dios verdaderamente nos pide, se le echa a un lado.
La gente ha aceptado esa imagen incorrecta y al cabo de un tiempo, cuando ve que no puede cumplir con leyes impuestas por los hombres y su legalismo, se siente lejos de Dios, incapaz de complacerlo y de servirle. Se siente rechazada por Dios, cuando en realidad no es Dios quien la está rechazando, sino los hombres.
La gente ha aceptado esa imagen incorrecta y al cabo de un tiempo, cuando ve que no puede cumplir con leyes impuestas por los hombres y su legalismo, se siente lejos de Dios, incapaz de complacerlo y de servirle. Se siente rechazada por Dios, cuando en realidad no es Dios quien la está rechazando, sino los hombres.
Con todo esto, no digo que debamos ahora condenar a la Iglesia y separarnos. Con y sin razón, el ser humano que ha sido herido por el legalismo de la religión, se ha separado de la iglesia y en el camino, irónicamente, se ha enojado con Dios cuando ha sido el hombre quien le ha fallado.
Entonces tratan de enmendar el error de otros, cometiendo ellos otra falta, cuando en realidad lo que hay que hacer es aplicar la Palabra de "retener lo bueno y desechar lo malo".
Utilicemos un ejemplo sencillo. Si una escuela es deficiente en su enseñanza, no tengo por qué echarle la culpa a la educación. En todo caso, busco una mejor escuela, pero no tengo que dejar de creer en la educación.
Eso pasa cuando creemos más en lo que pueda decir una tradición religiosa, una tradición de hombres, que en lo que dice la Palabra de Dios.
Eso pasa cuando creemos más en lo que pueda decir una tradición religiosa, una tradición de hombres, que en lo que dice la Palabra de Dios.
Porque si bien Dios usa al hombre para instruir a sus semejantes en la Palabra, es nuestra obligación como nos manda la Biblia, analizar y meditar lo que nos dice esa persona a la luz de la misma Palabra.
Si encontramos que lo que dice esa persona, no está acorde a lo que dice la Palabra, entonces ese hombre, llámese como se llame y ostente el rango eclesiástico que ostente, no está por encima de Dios ni de la Palabra. Como tampoco ningún canon religioso y eclesiástico, no está por encima de la Biblia.
Eso es lo que la humanidad no ha sabido distinguir entre religión y servir a Cristo. Servir a Cristo e imitarlo, no es una religión ni un sistema de leyes y reglas. Es un estilo de vida que somos llamados a imitar. Y lo mejor es que, contrario a lo que pretende hacer creer la religión, el amor de Dios hacia nosotros no depende de que cumplamos ciertas reglas y normas.
El ya nos amó y nos ama, y espera con brazos abiertos a cada ser humano que aún no le ha querido recibir. Él no espera que cambies primero para entonces que te atrevas acercarte a él. Te acepta con todo y tus fracasos y errores del pasado.
Por supuesto que habrá un cambio en tu vida cuando lo recibas. Pero no tienes que pretender ser un modelo de perfección, ni mucho menos pensar que si no es así, Dios no te amará. Solo tienes que aceptarlo.
Cuando lo hagas, te darás cuenta que cambiar no será un asunto de que un sistema de leyes y reglas te obliga. Te darás cuenta, cuando verdaderamente tengas un encuentro con Él, de que cambiar será un asunto voluntario, por haberte dado cuenta del regalo de amor que Dios te ha hecho.
Saldrá de tu corazón cambiar tus viejos estilos de vida, pero lo harás voluntariamente, sin que nadie venga a obligarte. Cuando alguien te obliga, el problema es que lo harás por complacer a esa persona, o por temor a ser reprendido, y no porque hayas tenido una convicción de que debes cambiar.
En cambio, cuando entiendes el amor de Dios, lo haces libre y voluntariamente, porque vistes el amor y comprensión de nuestro Padre, y quieres tributarle viviendo una mejor vida para Él.
Acércate a Él y descubre al Dios verdadero que no te habían dejado ver ni la religión, ni el legalismo, ni la tradición.
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