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miércoles, 9 de febrero de 2011

Para muchos niños mañana será ya tarde

revistaecclesia
Escrito por Redactora
martes, 08 de febrero de 2011

Carta de monseñor Julián Barrio Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, en el Día de la Campaña contra el Hambre

Queridos diocesanos: El Concilio Vaticano II nos recuerda que es una exigencia ética del cristiano remediar a quien padece hambre y no sólo con los bienes superfluos1. En este propósito convergen la caridad que lleva a sentir como propios los problemas de los demás y a procurar resolverlos, y la justicia que exige respetar y promover los derechos de los que depende el bienestar ajeno. Sin estos presupuestos toda declaración humanitaria sería mera hipocresía.

"Nada de lo humano es ajeno a los cristianos, y las situaciones difíciles de nuestro mundo deben ser hechas nuestras. Dar luz sobre ellas desde el Evangelio es ineludible, máxime cuando ocasionan sufrimiento personal y afectan al conjunto de la sociedad".

El hambre aumenta cada vez más y no sólo en los países en vías de desarrollo. En 2009 las personas desnutridas superaron los mil millones, una sexta parte de la humanidad. Es el mayor incremento jamás registrado según la referencia anual de las personas que han traspasado el umbral de la desnutrición. El aumento más significativo, del 15,4%, se ha verificado en los países desarrollados. Nos encontramos ante un panorama angustioso. Esto nos tiene que motivar a multiplicar los esfuerzos para que el problema del hambre en el mundo encuentre la solución. Este objetivo debería ser prioritario en las preocupaciones de todos los gobernantes del mundo. Con el hambre la paz y la seguridad se ven amenazadas. Es una cuestión humana que nos exige construir una economía con rostro humano. Nuestra sociedad convive con la inmensidad del sufrimiento universal de millones de seres humanos con actitud indiferente como si fuera algo inevitable que “no va con nosotros”. Combatir el sufrimiento no tiene demora.

El mañana de los niños es nuestro compromiso hoy. La realidad del hambre afecta sobre todo a los niños, provocando numerosas muertes. Una nutrición insuficiente es la causa subyacente principal de esta trágica realidad que continúa siendo el baremo para evaluar la situación económica y social de los países. Son asi

nueve millones de muertes de niños al año, de los cuales cuatro millones mueren en su primera semana de vida. En sólo diez países de bajo desarrollo humano se producen la mayoría de las muertes infantiles. Afrontar el problema del hambre lleva consigo tomar conciencia de que no puede solucionarse si no se pone fin a las causas que lo generan. La situación del hambre contrasta con el desarrollo espectacular de la economía, la ciencia y la técnica en el mundo. Es un enigma. El beato Juan XXIII puso de relieve esta paradoja preocupante: “Observamos con profunda tristeza, escribió, cómo en nuestros días se dan dos hechos contradictorios: por una parte, la escasez de subsistencias aparece a nuestros ojos tan amenazadora, que se diría que la vida humana casi está a punto de extinguirse por el hambre y la miseria, mientras por otra parte, los descubrimientos científicos recientes, los avances técnicos y los abundantes recursos económicos se utilizan para la creación de instrumentos capaces de llevar a la humanidad a la mortandad más horrorosa y a la total destrucción” (Mater et Magistra, 198).

El hambre existe aunque toda persona tiene el derecho a disfrutar de los bienes materiales, derecho fundamental proclamado constantemente por la doctrina de la Iglesia que nos recuerda que “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para el uso de todos los hombres y pueblos». «El derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde” (Gaudium et spes, 69). “Toda la humanidad, decía Pablo VI el 15 de octubre de 1965, tiene el deber de tomar conciencia más viva de la imperiosa necesidad de asegurar a todos los hombres la primordial y esencial exigencia, calmar el hambre, para permitir que ese don de Dios, la vida, se desarrolle con plenitud”.

Tampoco puede resolverse el problema con una solución simplemente material y técnica. El incremento de la producción de bienes puede ser condición necesaria para atajar el mal, pero nunca será suficiente, ya que debe estar acompañado de una actitud de respeto y amor a la justicia, que comportan una adecuada distribución de esos bienes entre individuos y familias. En este horizonte vemos la necesidad de dar paso a un modelo de vida, de educación, de cultura y de religiosidad que ofrezcan la respuesta, no fácil en estos momentos pero sin embargo posible, a esta situación social en la que algunos tienen demasiado y muchos no cuentan con lo poco necesario. La presente crisis económica puede ser una oportunidad para la comunidad global a la hora de asumir las propias responsabilidades ante los demás. No esperemos a que se pueda solucionar todo, tratemos de hacer ya ahora lo que esté en nuestras manos, siempre unidas, a la hora de ofrecer nuestra colaboración.

La solidaridad internacional y la sensibilidad hacia los más vulnerables en nuestra sociedad contribuirán a afrontar el problema de la pobreza en sus raíces estructurales, buscando alcanzar la plena integración social. Este es nuestro compromiso moral, afirmando que sólo desde la verdad, la justicia y la libertad se puede construir el proyecto de la persona humana.

Os saluda con afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

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