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lunes, 16 de mayo de 2011

"La institución que más está haciendo por los pobres es la Iglesia Católica."


de Católico Apostólico Romano, el Lunes, 16 de mayo de 2011 a las 0:58
      El padre Carlos Ruiz, párroco de San Martín de Porres (Diócesis de Ciudad Guayana - Venezuela) fue entrevista por el diario El Correo del Caroní  "habla de la pobreza y sus causas con la autoridad que le confiere la convivencia diaria con familias golpeadas hasta los tuétanos por la criminalidad".
A continuación el texto completo de esta entrevista:
Marcos David Valverde


"No podemos utilizar a los pobres como la masa de votos"

Carlos Ruiz, párroco de San Martín de Porres (sector Brisas del Sur - San Félix) habla de la pobreza y sus causas con la autoridad que le confiere la convivencia diaria con familias golpeadas hasta los tuétanos por la criminalidad. Recuerda con pesar a los 300 jóvenes que han muerto durante su permanencia en la comunidad a causa de la violencia urbana; abraza la religiosidad desde el activismo social, de allí la crítica que formula a la indiferencia de los creyentes frente a la situación de los que tienen menos recursos.
“El trabajo con los pobres no puede ser con un fin partidista ni para buscar votos. Tampoco puede ser con campañas o programas esporádicos, que cambian según los intereses del poder, sino que tiene que ser un trabajo permanente. Si estás con los pobres para buscar otro fin, les traicionas, porque al final cambia el signo político o las modas, y ese es el problema”, argumenta.
“No conozco ninguna viuda, ningún huérfano, a los que haya venido una institución pública a decirle: ‘oye, tú tienes derecho a una pensión de sobreviviente, tú tienes derecho a una beca de estudios porque tu padre ha sido asesinado…".

En Brisas del Sur, a escasos metros de la plaza Alí Primera, se escucha el bullicio de unos niños que juegan fútbol en el patio de la sede de Fe y Alegría, situada al lado de la iglesia San Martín de Porres. El personaje por entrevistar no está allí, pero todos saben su ubicación. En seguida, las voces se tornan casi unánimes: “La casa parroquial queda en la esquina”.
Tan simple como que todos saben en dónde vive. Hay familiaridad. La cercanía del barrio se percibe y rápidamente, justo en medio de la plaza, aparece una figura de baja estatura, ojos claros, y una voz sosegada que contrasta con los comentarios afilados que se escurren entre su acento español. Alza la mano para llamar la atención y, con un gesto, comunica: “sígueme, es por acá”.
En la entrada de la casa parroquial, la pereza derrota mil veces a un gato que se tiende debajo de las sillas. Aunque el calor amenaza con tornar incómodo el momento, pronto sus palabras acaparan el ambiente: “Mi familia, desde que tenía 13 años, se estableció en Madrid, así que yo digo que soy un poco madrileño. Soy, ante todo, anti Barça, pero soy más del Atlético de Madrid”. Comienza, así, la entrevista con ese que todos, allí, conocen: el padre Carlos Ruiz.
En muchos de los barrios más deprimidos de Ciudad Guayana, no te voy a decir que en todos, la institución que más está haciendo por los pobres es la Iglesia Católica. Es con toda honradez lo que tengo que decir, ¿no?, por dos razones, que son la constancia y el desinterés. El trabajo con los pobres no puede ser con un fin partidista ni para buscar votos.

Tampoco puede ser con campañas o programas esporádicos, que cambian según los intereses del poder, sino que tiene que ser un trabajo permanente. Si estás con los pobres para buscar otro fin, les traicionas, porque al final cambia el signo político o las modas, y ese es el problema. La pobreza no se le puede adjudicar a este Gobierno o al anterior, porque viene de lejos y se sigue manteniendo. ¿Por qué? Porque no ha habido políticas o actuaciones que hayan ido a la raíz del problema, que hayan hecho un trabajo constante y permanente y, sobre todo, desinteresado. Cada quien viene, busca un fin determinado y se va, y esta crítica la amplío no solamente al Gobierno y a los políticos, sino a algunas ONG que desarrollan programas que no tienen sostenibilidad en el tiempo. En los barrios, lo que hacemos (desde la Iglesia) lo hacen, en realidad, los pobres, para que eso nazca de sus necesidades.
Inyección de realidad
  
  
¿Que alguien, en términos coloquiales, puede venir a echarle cuentos? Nunca. Él sabe cuál es la realidad de los barrios, y sabe que son los jóvenes los que están sucumbiendo, víctimas de la violencia. ¿Ha escuchado comentarios o ha visto lo que aparece en los periódicos? No: de los que él conocía, muchos han sido asesinados. Tantos, que se cuentan por cientos.
La labor más importante que se puede hacer contra la violencia es recuperar la familia. Ese es el trabajo más importante y, de hecho, estadísticamente el índice de crecimiento de la violencia es paralelo al deterioro o la destrucción de las familias. Va parejo. Solamente esa labor es importante, y a eso unimos que la Iglesia es la única institución que se está preocupando de las víctimas. Lamentablemente, las víctimas son olvidadas por todas las instituciones públicas. Yo no conozco ninguna viuda, ningún huérfano, a los que haya venido una institución pública a decirle: “oye, tú tienes derecho a una pensión de sobreviviente, tú tienes derecho a una beca de estudios porque tu padre ha sido asesinado…”. No conozco absolutamente ninguno, y te estoy hablando de que en los nueve años que llevo aquí, he enterrado ya a más de 300 jóvenes. De esos huérfanos o de esas viudas, ninguno ha recibido ayuda de una institución pública.
Nosotros no podemos darles a la mayoría ni becas ni pensiones, pero tienen a alguien que les escucha, tienen un ámbito donde se pueden asociar… a veces hay abogados que colaboran gratuitamente y, de hecho, ha nacido una fundación, la Fundación por la Dignidad Sagrada de la Persona, que se está organizando para dar respuestas jurídicas y asistencia a las víctimas. Esa es una labor fundamental, porque la miseria no sólo es la falta de comida, sino que también es el aplastamiento que sufren los pobres. Algunos de ellos han sido hijos de nuestros catequistas, o muchachos que salieron de nuestros grupos de confirmación. Entonces, ¡bueno!, imagínate cómo me siento yo, como padre de esta comunidad, porque muchos de ellos han sido verdaderos hijos, y he visto cómo me los han matado.
Miserias humanas
  
  
¿Es el ahogo de un sollozo? Sí, con toda seguridad. Apenas escucha “el sistema de justicia venezolano”, se queda sin palabras y observa el techo, como si con la mirada pretendiera traspasarlo y buscar una respuesta cuya llegada se torna imposible. Y, después, es cuando puede hablar.
El sistema de justicia venezolano es deprimente. Es, es… es uno de los factores que más colabora a la violencia, porque la impunidad es un multiplicador de violencia, sobre todo porque sabes que no puedes recurrir a una institución que, teóricamente en la Constitución, está para garantizar tus derechos, porque tienes miedo, porque sabes que no va a servir para nada, porque sabes que ese caso no va a seguir adelante. Entonces, el sentir de la gente común es que no vale, y no es sólo que no valga, es que, además, colabora para el mal, porque si fomentas la impunidad, no es solamente que eres inepto, es que también eres perverso, porque estás provocando que el violento se crezca, y que el débil se sienta injustamente tratado.
Solidaridad pura
  
  
Su padre falleció hace un mes. En ese momento, dice, terminó de convencerse de que la solidaridad más pura sólo la ha sentido en los barrios, pues esos que, muchas veces, no tienen con qué comer, fueron quienes lo socorrieron entre la bruma de la amargura.
La solidaridad que vemos fundamentalmente es de los pobres. Yo, en realidad, no creo en otra solidaridad fuera de esa, porque a veces hay mucha falsa caridad, mucha falsa ayuda, de personas que se acuerdan de los pobres por fines políticos o por tranquilizar la conciencia a veces. Creo que los pobres son los que nos tienen que enseñar. A los pobres, estamos acostumbrados, siempre hemos venido a darles, y creo que debemos recibir de ellos un sentido de la vida y de la justicia. Por eso es que yo no creo en los proyectos de las oenegés que, desde afuera, montan una cosa y se van.
 Esos proyectos siempre se caen, porque no han nacido de la necesidad de los pobres ni están protagonizados por ellos. A veces es un dinero que hay y se quiere invertir, te digo, por fines no confesables y ya está. Con esto no digo que todas son iguales, pero por eso creo en lo que hace la iglesia, porque nadie se mete en un barrio a vivir sin ganar nada, sino porque realmente esté convencido. Pero venir de afuera, ganando en euros, viviendo en un hotel y, luego de unos meses, irse y ya está, no me lo creo. Igual pasa con el Gobierno: montar una misión, instalar unas mesas, hacer un censo y ya, tampoco me lo creo, porque el pobre sigue siendo pobre.
Con esto digo una cosa: Así como pienso que la Iglesia es la única institución que está haciendo algo, también te digo que algunos de los que formamos la Iglesia no tenemos sensibilidad social. No distinguiría, porque afecta tanto a sacerdotes como a laicos. Diría los bautizados. Es como un llamado que nos tenemos que hacer, y no podemos tapar el sol con un dedo. Yo puedo ir a comulgar, pero en esta ciudad se están muriendo niños de hambre.
Herramientas
  
  
De repente, suena el teléfono celular. Se excusa y pide “un minuto”. “¿Ah, Julia? Bien, mira, ¿me puedes llamar en media hora?… sí… de acuerdo, Julia. Un abrazo. Chao, chao…”. No se ha desconcentrado. No dice: “¿Puedes repetir la pregunta?”. No. Simplemente, responde sobre la incógnita que quedó: ¿cuál es, según su experiencia, la herramienta más eficaz contra la pobreza?
Creo que para eliminar la pobreza hay dos planos. Desde el punto de vista cristiano, todos deberíamos convertirnos en el dolor del hermano. El problema de Venezuela es el abismo que hay entre una minoría que vive muy bien y una gran mayoría que, a pesar de la inmensa riqueza de este país, no tiene acceso a ella. Desde ahí se ha establecido este Gobierno, con ese discurso, y en parte, eso nos tiene que hacer pensar a todos que eso es verdad. Lo que me duele es que haya un gobierno que utilice una cosa que es verdad y la esté manipulando y convirtiendo en demagogia. Eso nos exige una conversión, porque, como te decía, no me puedo decir cristiano, ir a comulgar, y que un miembro del cuerpo de Cristo se esté muriendo de hambre, o no tenga una escuela digna, o viva hacinado en una barraquita como la que hay en estos barrios donde cuatro o cinco niños duermen en una cama, sus papás en otra, y que nos extrañe que haya embarazos precoces y violaciones. Eso lo estamos permitiendo con las viviendas indignas, y eso para un cristiano es algo prioritario. En el mismo nivel de la fe en Dios, está el amor al hermano. No me puedo refugiar en mi casa con mi televisión y mi aire acondicionado y ya.
Muy unido a eso hay un plano político. Creo que en Venezuela es fundamental un consenso. Hay que dejar de utilizar la miseria como arma politiquera. No podemos utilizar a los pobres como la masa de votos que yo necesito para llegar al poder. Esto exige un consenso, entre todas las fuerzas políticas, sobre qué medidas realistas permitan, en diez años, superar la miseria. Es posible, no en 10 años: creo que en cinco. Es posible, además, con todas las riquezas que hay en Venezuela, y lo primero es generar puestos de trabajo estables y bien remunerados. Hay que reconducir la economía para que sea productiva, no basada en el gasto público. Tiene que haber apertura al capital privado con responsabilidad. Las leyes tienen que estar a favor del trabajo. No creo en la estatización, no creo en las políticas de estatización, sino en que sean la sociedad y la gente, con sus propias iniciativas, las que generen puestos de trabajo. La ley tiene que estar, fundamentalmente, del lado del obrero. No del Estado, tampoco del mercado, sino del obrero.
No se puede descartar el tema de la educación. Si en Venezuela se hubiese puesto todo ese plus del ingreso petrolero en la investigación de punta, aseguro que en Venezuela no habría miseria. Esa es la verdadera forma de sembrar el petróleo, como dijo Uslar Pietri.
Vida consagrada

El 3 de septiembre del mismo año del festival de Woodstock, de la llegada del hombre a la luna, de la muerte de Rómulo Gallegos y del debut del Boeing 747, 1969, nace Carlos Ruiz en Burgos, España.
Se formó en el Seminario de su ciudad natal. Allí se doctoró en Teología, en la especialidad de Espiritualidad. Su primer trabajo como sacerdote fue como formador en un seminario y, luego, pidió venir a desarrollar su trabajo en Venezuela.
Llegó directamente a Ciudad Guayana, y desde 2002 es párroco de la iglesia San Martín de Porres, ubicada en Brisas del Sur.

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