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jueves, 16 de junio de 2011

La parábola del buen samaritano:

 Es una historia querida y conocida que habla de cómo tratar al prójimo. Según la interpretación habitual, el hombre que fue golpeado y robado es el prójimo, y el prójimo se define como cualquier persona que necesita ayuda.Pero parece que Jesús puso más énfasis en el hecho de que el prójimo fue el que ayudó a la víctima. Después de contar la parábola, Jesús le pregunta al abogado escéptico: "¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?" (Lucas 10:36). El prójimo es el que tiene compasión de la persona necesitada y le ayuda. Así que la pregunta es: "¿Somos buenos prójimos o no?" Comentario Bíblico I. El mandato de amar a otros Levítico (19:13,18,33,34; Mateo 22:37-40) A. Tratando al prójimo como a uno mismo El pasaje en Mateo nos hace entender que aun cuando las estrictas reglas de la Ley estaban en pie, el principio fundamental de la vida para el seguidor de Dios, era el amor divino. La ley no fue escrita para el hombre justo, sino para los "transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos..." (1 Timoteo 1:9). Traten al extranjero "como a un natural de vosotros" Moisés les dijo a los israelitas. Tal mandamiento era demasiado para un israelita, quien sabía que su propio pueblo era escogido por Dios. Los gentiles alrededor de ellos eran paganos. El mandamiento demuestra que Dios nunca quiso excluir a los que no eran judíos de tener comunión con El. Fueron los judíos quienes pensaron que ellos eran los únicos que recibirían la misericordia de Dios. Por lo tanto, creían que sólo ellos eran dignos de recibir privilegios especiales. Pregunta: ¿Por qué debían los israelitas tratar a los extranjeros (los gentiles) mejor de lo que los extranjeros los habían tratado a ellos? Los israelitas debían tratar bien a los extranjeros porque (1) los israelitas habían sido extranjeros en Egipto y sabían bien lo que era quedar excluidos, y (2) el Señor era su Dios. Puesto que Jehová es un Dios de amor y compasión, su pueblo debía mostrar los mismos atributos. El mandamiento de amar a otros todavía está vigente hoy. Si el cristiano ama como Dios quiere y con la plenitud del Espíritu Santo para amar, naturalmente guardará los mandamientos y las limitaciones de Dios concerniente al trato de los demás. El que sinceramente ama a su prójimo no lo oprimirá ni le engañará, no le pagará mal por mal y no guardará ningún rencor contra él. B. Dos grandes mandamientos Estos mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo son inseparables. El amor por los demás depende de nuestro amor a Dios; y nuestro amor a Dios se demuestra por nuestro amor por los demás (1 Juan 4:20 al 5:2). Sin embargo, los dos mandamientos son distintos. Amar a Dios, como lo describe el Nuevo Testamento, no es algo normal para el hombre. La naturaleza con que nacimos nos hace enemigos de Dios (Lucas 19:11-14; Juan 3:20; Romanos 5:10; Colosenses 1:21). Amar a Dios como Jesús manda en Mateo 22:37 (Deuteronomio 6:4,5) debe ser la respuesta del hombre al amor que Dios tiene por él. Dios ama a todo el hombre: su corazón, su alma y su mente. Por lo tanto, se espera que el hombre ame a Dios con todo su ser. El amor por los demás depende del amor que Dios nos mostró a nosotros de antemano. `Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros» (1 Juan 4:11). El amor del cristiano por los demás refleja el amor de Dios por nosotros. El Espíritu Santo es el que hace que el amor de Dios por nosotros se convierta en amor por otros (Gálatas 5:22). Pregunta: ¿Cree usted que Dios espera que amemos a nuestros prójimos aun cuando es difícil amarlos? Si es así, ¿cómo la hacemos? Romanos 5:5 nos presenta otra forma de demostrar el amor de Dios por otros a través de nosotros. Dios no espera que amemos a otros sin su ayuda. El amor con que amamos a los demás es en verdad el amor de Dios que rebosa en nuestros corazones para contagiar a otros. Es el amor de Dios visto a través de nosotros. A través de la oración, Dios nos da amor por otros cuando nos resulta imposible amarlos sin su ayuda.

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