Continuando con nuestro comentario de la Carta a Diogneto, acabamos a la consideración que el autor hace de la Iglesia como alma del mundo. Casi nada es lo que pensarán quienes no tienen un opinión positiva de la Iglesia y querrían que desapareciese cuanto antes, pero les miro con lástima porque no lo van a ver. Y no lo van a ver porque contamos con la promesa de Jesús.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. Los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo.
Es bonito este ejemplo porque apunta a la concepción evangélica de la presencia de los cristianos en el mundo, viven en el mundo, pero no son del mundo. Es lo que les dijo Jesús a los suyos. Y al no ser del mundo, el mundo –de antes y de ahora- los rechaza. Y ¿por qué? Pues por aquello que dice San Pablo, la doble tendencia que hay en el hombre, el querer y el hacer, las obras de la carne y del espíritu entre siempre hay tensión: “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rom. 7, 19). Lo que quiere el mundo son las obras de la carne. "Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne" (Gál. 5, 16).
Concretando las obras de la carne y del Espíritu, sigue diciendo: "Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley" (Gál. 5, 19-23). En esa tensión es donde está centrada la persecución de la Iglesia siempre y en todo el mundo.
Desde esa línea de San Pablo, sigue diciendo la Carta: La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
En la medida en que la Iglesia vive siguiendo estos principios, no es bien vista por los que no sienten en cristiano, ni por los cristianos que, de alguna manera están viviendo y aceptando los criterios del mundo y no los evangélicos.
Y como resumen de la exposición hecha de la situación de los cristianos en el mundo, concluye:
Los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo.
El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar”.
Esta conclusión es de un contenido extraordinariamente denso: Los cristianos ayudad a mantener la unidad de la sociedad, vivimos como en tienda de campaña esperando la casa definitiva y la vida sin corrupción, y se van multiplicando a través de los años si no en un sitio, en otro, pero siempre a más a pesar de las persecuciones desde dentro y desde fuera. Y no les es lícito desertar.
Es preciosa y llena de contenido la carta. Preciosísima.
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