Marcos 1, 29-39. Tiempo Ordinario. ¡Qué alegría saber que Cristo puede curar todo tipo de enfermedades!
Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 29-39
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y demoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique el Evangelio, pues para eso he venido.» Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.
Oración introductoria
Yo también te estoy buscando Señor. Te amo y confío en Ti porque sé que lo único que quieres es que sea feliz, aquí, ahora y en la eternidad.
Petición
Señor, ayúdame a salir de mi pasividad para ver, y hacer algo, por ayudar las necesidades de los demás.
Meditación
Aquí podemos ver toda la importancia de la pastoral de los enfermos, cuyo valor es verdaderamente incalculable por el bien inmenso que hace, en primer lugar al enfermo y al sacerdote mismo, pero también a los familiares, a los conocidos, a la comunidad y, por caminos desconocidos y misteriosos, a toda la Iglesia y al mundo. En efecto, cuando la Palabra de Dios habla de curación, de salvación, de salud del enfermo, entiende estos conceptos en sentido integral, sin separar nunca alma y cuerpo: un enfermo curado por la oración de Cristo, mediante la Iglesia, es una alegría en la tierra y en el cielo, es una primicia de vida eterna. Queridos amigos, como escribí en la encíclica Spe salvi, "la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad". Al instituir un dicasterio dedicado a la pastoral sanitaria, la Santa Sede quiso ofrecer su propia contribución también para promover un mundo más capaz de acoger y atender a los enfermos como personas. De hecho, quiso ayudarles a vivir la experiencia de la enfermedad de manera humana, no renegando de ella, sino dándole un sentido. (Benedicto XVI, 11 de febrero de 2010).
Reflexión
Yo creo que todos nos hemos encontrado en más de una ocasión con alguna persona enferma que no acepta su enfermedad o su condición de enfermo. Y me parece a mí que éstos son los casos más difíciles de tratar, precisamente porque no se quieren tratar ni dejan que los demás se preocupen por ellos. Se consideran sanos y dicen que no necesitan de nada. Y, sin embargo, el primer requisito para que alguien se cure es que reconozca su enfermedad y, consecuentemente, que quiera curarse.
Pero existen muchos tipos de enfermedades. Y las físicas no son precisamente las más graves. Mucho peores son las enfermedades emocionales, morales y espirituales. Y lo más grave del problema es que nos resulta más difícil aceptar estas segundas.
En una ocasión, mientras comía a la mesa de Mateo, junto con un grupo de publicanos y pecadores, Jesús dijo que "no eran los sanos quienes tenían necesidad de médico, sino los enfermos; y que Él no había venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Pero lo curioso es que nosotros no queremos ser considerados como tales, ni como los primeros ni como los segundos. Pero, ¿nos damos cuenta de que la primera condición para acercarnos a Jesús es, precisamente, aceptar nuestras enfermedades y dolencias, sean éstas físicas o espirituales?
El Evangelio de este domingo nos dice que "al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron a Jesús todos los enfermos y poseídos", y Él los curó a todos y expulsó muchos demonios. ¡Qué maravilla! ¡Qué alegría saber que Cristo puede curar todo tipo de enfermedades y expulsar a toda clase de demonios juntos! Pero, ¿de qué nos sirve saber eso si nosotros no queremos considerarnos enfermos o poseídos? Y por eso no nos acercamos a Jesús. Pues, ¡tontos de nosotros! Teniendo la salvación tan a la mano, no nos curamos de nuestras miserias por falta de humildad. Y la verdad es que aceptarse enfermo -sobre todo del alma- requiere una gran dosis de humildad y de aceptación personal, porque exige reconocer la propia debilidad, flaqueza y su necesidad de los demás. Así, pues, la primera condición para mejorar es reconocer que estamos enfermos.
Un escritor contemporáneo así describe su propia experiencia: "te cae encima una enfermedad y, de un día para otro, debes aceptar la inactividad -aunque sea breve-, y el sufrimiento -aunque sea limitado-, e incluso la posibilidad de la muerte -aunque parezca todavía lejana-. Te conviertes en un objeto más que en un sujeto; en una cosa administrada por los demás; en un paciente, aunque a veces tengas muy poco de paciente. Y entonces comienzas -si antes no lo has hecho nunca- a examinarte a fondo, tal vez incluso sin saberlo, desde la perspectiva de Dios".
¿Cuáles son nuestras enfermedades personales? Si éstas son físicas, Jesús tiene el poder de curarlas definitivamente, porque Él es el Señor de la vida. Y si son espirituales, Él es el Hijo de Dios, y es capaz de expulsar cualquier tipo de demonios del alma. Y si son emocionales, Él ya ha vencido con su cruz todo dolor y sufrimiento humano, y se ha convertido en la fuente de nuestra verdadera paz. Si nuestra enfermedad se llama "depresión", Él es el remedio seguro de nuestras tristezas y abatimientos, porque en su Getsemaní ya pagó el precio de todas nuestras angustias. Y si tenemos un demonio llamado "orgullo", aprendamos de Él, que es manso y humilde de corazón. Y si tenemos una duda de muerte, Él ya venció todas nuestras tinieblas con su luz y su gloriosa resurrección. En una palabra, ¡Él es infinitamente poderoso, es el Dios omnipotente, y es capaz de remediar todas nuestras miserias!
Propósito
Reconocer nuestra enfermedad y acercarnos a Él con humildad y confianza. ¡Él nos curará de todas nuestras dolencias físicas o espirituales!
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