Una de las cosas que hay que recordar es que dentro de las revelaciones de Sor Faustina, esta su visita al infierno.
Es un lugar sobre el que los sacerdotes no predican más, porque dicen que la gente se asusta. Si siguen creyendo en él, menudo favor le hacen a los fieles al no recordarles que existe, que no está vacío y que es para siempre.
“Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.”
La misteriosa realidad del infierno, la ridiculizada realidad del infierno, se ha elevado este siglo pasado como incesante recordatorio del Cielo. Pocas realidades sobrenaturales han encontrado un eco tal en los místicos de la Iglesia desde la modernidad del mundo. Muy a su pesar eran arrebatados para ver con los misteriosos ojos del alma la terribilidad del infierno. Uno de esos místicos fue Santa Faustina y así lo narró:
“Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión!
Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno, es la perdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias.
Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento se diferencia del otro. Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse [diciendo] que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es.”
La pérdida del sentido del destino eterno es hoy una de las realidades más manifiestas en nuestra secularizada cultura. La mirada a la realidad, a la vida personal, queda circunscrita a materialidad, y a esa materialidad se ordenan las instituciones y las estructuras. Entonces el que se viva como si Dios no existiera no es sólo evidencia sino premisa de partida para la ordenación del mundo. Y la vocación eterna del hombre, su destino último, queda constreñido en cuanto pieza de un engranaje, de una maquinaria social, cuyo fin último es el mismo mundo.
Esta es la terrible batalla de ideas que abate la modernidad. La realidad trascendental del hombre o su reducción a materialidad. Pero es una lucha en la que la misma idea de trascendencia ha perdido de vista las realidades últimas. Y así la defensa de la vocación eterna del hombre se ve reducida a la lucha por su dignidad, pero dignidad materializada en derechos humanos que no hablan ni pueden hablar de premio o castigo eterno. Entonces, la seriedad de la vida, la seriedad del destino eterno queda olvidado, y con él se pierde de vista que quizá todo cuanto pasa, paradójicamente, está montado en orden a esa misma eternidad que se desprecia. Es decir, la actual batalla de ideas está planteada en términos de dualidad: materia frente a espíritu. Pero es justo la realidad de los novísimos la que explica el porqué de esa materialidad descarnada. Si el infierno existe y no está vacío, quien bien lo sabe es Satanás. ¿No hará, entonces, todo cuanto pueda por trazar una ancha y espaciosa senda que lleve a la perdición? ¿No procurará el mantenimiento de estructuras sociales que dificulten la elevación de las almas, su salvación? En ese sentido se antoja la construcción actual de la sociedad moderna. Con el añadido de que toda senda que lleva a la perdición acaba siendo una senda infernal ella misma en la que el ser humano acaba viviendo en la desesperanza y en la angustia. El mundo, elevado a sí mismo como meta última, oprime al hombre y a las sociedades. Y al final demuestra que no puede ofrecer el paraíso que prometía. Pero la senda ya ha sido construida y es muy difícil salirse de ella, justo porque uno de sus primeros éxitos ha sido impedir ver que pueda haber algo fuera de ella. Se deja de creer con la misma facilidad con la que uno se desliza por la pendiente del abismo.
Santa Faustina se muestra tajante con una idea que repite dos veces al describir su estancia en el infierno: “la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe”, “que ningún alma se excuse [diciendo] que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es”. El olvido de las realidades eternas, incluso su desprecio, no es eximente. Lo que puede hacer entender porqué Satanás ha luchado denodadamente por parecer que no existe, porque si él no existe tampoco ha de existir el infierno. Y son justo mayoría las almas que están allí y que no creían en su existencia.
¿Callará entonces el Cielo? Más bien la realidad del infierno mostrada a los místicos quizá nos puede dar una pista sobre el comportamiento de lo Alto. ¿No explicará esa terrible realidad de un infierno sin fin la paciencia de Dios? Si Su mano no cae sobre el mundo es en aras de esa eternidad, pero en aras de esa misma eternidad Su mano habrá de caer sobre el mundo. Así se lo hará ver nuestra Señora a santa Faustina: “Yo di al mundo el Salvador y tu debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya es el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea un el tiempo para conceder la misericordia. Si ahora tu callas, en aquel día tremendo responderás por un gran número de almas.”
El infierno existe, y no está vacío. Por eso Dios es paciente con el hombre, y por eso mismo su paciencia un día tendrá fin. Sólo que es posible que los tiempos de Dios no haya que medirlos en plazos cronológicos, sino en almas. En las almas que Se ha empeñado en salvar y que no dejará que la furia de Satanás aparte de Su mano.
Fuentes: Cesar Uribarri para Religión en Libertad, Signos de estos Tiempos
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