Oración y penitencia es lo que debemos practicar si queremos ser santos. Porque hoy, como ayer, como siempre, no hay otro camino para ser santos que el camino que nos ha trazado Cristo con su vida, y que nos ha resumido en sus palabras: "Quien quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga". Por eso no tenemos que olvidar esta gran verdad de que al Cielo llegan los abnegados, los que se esfuerzan en secundar la gracia de Dios con su buena voluntad.
La Virgen en estos tiempos y en todas sus apariciones nos pide oración y penitencia, porque Ella sabe bien que la salvación del mundo depende de que la humanidad, en gran parte, acepte este llamado angustioso de María, y se decida a hacer penitencia y a rezar más.
Si no rezamos y no hacemos sacrificios, entonces es imposible nuestra santificación, y hasta es difícil nuestra simple salvación, porque la oración y la penitencia deben ser empuñadas por quien realmente tiene deseos de salvarse y de ser santo.
Hoy el demonio seduce a todos los hombres con el error del materialismo y el hedonismo, de modo que todos buscan el placer, el bienestar, la comodidad, y evitan el dolor y el sufrimiento como cosas malas. Pero es a través del dolor y el sufrimiento como Cristo nos salvó, como nosotros debemos salvar y salvarnos.
Animémonos y entremos por el camino de la penitencia. No es necesario que hagamos grandes penitencias, sino imitar a Santa Teresita del Niño Jesús que nos enseña a hacer pequeños sacrificios, pequeñas renuncias, muchas por día, y todas hechas con y por amor a Dios, y entonces sí que la santidad será una meta alcanzable para nosotros.
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