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viernes, 1 de febrero de 2013

EL ROSARIO MARAVILLOSA ORACION PARA CONVERTIR ALMAS.




Recitación del Avemaría y del Rosario

Recitarán con gran devoción el Avemaría o salutación angélica, cuyo valor, mérito, excelencia y necesidad apenas conocen los cristianos aun los más instruidos. Ha sido necesario que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos, como santo Domingo, san Juan de Capistrano o el beato Alano de la Roche, para manifestarles por sí misma el valor del Avemaría. Ellos escribieron libros enteros sobre las maravillas y eficacia de esta oración para convertir las almas. Proclamaron a voces y predicaron públicamente que habiendo comenzado la salvación del mundo por el Avemaría, a esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de vida y que, por tanto, esta oración bien rezada hará germinar en nuestras almas la Palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el Avemaría es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerle producir fruto en tiempo oportuno y que un alma que no es regada por esta oración o rocío celestial no produce fruto sino malezas y espinas y está cerca de recibir la maldición.

He aquí lo que la Santísima Virgen reveló al beato Alano de la Roche, como se lee en su libro De Dignitate Rosarii: Sepas, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que es señal probable y próxima de condenación eterna el tener aversión, tibieza y negligencia a la recitación de la salutación angélica, que trajo la salvación a todo el mundo. Palabras tan consoladoras y terribles, al a vez, tanto que nos resistiríamos a creerlas, si no las garantizara la santidad de este varón y la de santo Domingo antes que él, y después, la de muchos grandes personajes junto con la experiencia de muchos siglos. Pues siempre se ha observado que los que llevan la señal de la reprobación, como los herejes, impíos, orgullosos y mundanos, odian y desprecian el Avemaría y el Rosario.

Los herejes aprenden a rezar el Padrenuestro pero no el Avemaría, ni el Rosario. ¡A éste lo consideran con horror! Antes llevarían consigo una serpiente que un rosario.

Asimismo los orgullosos, aunque católicos, teniendo como tienen las mismas inclinaciones que su padre, Lucifer, desprecian o miran con indiferencia el Avemaría y consideran el Rosario como devoción de mujercillas, sólo buena para ignorantes y analfabetos.

Por el contrario, la experiencia enseña que quienes manifiestan grandes señales de predestinación, estiman y rezan con gusto y placer el Avemaría, y cuanto más unidos viven a Dios, más aprecian esta práctica. La Santísima Virgen lo decía al beato Alano a continuación de las palabras antes citadas.

No sé cómo ni por qué, pero es real: no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de Dios, que observar si gusta de rezar el Avemaría y el Rosario. Digo si gusta porque puede suceder que una persona esté natural o sobrenaturalmente imposibilitada de rezarlos, pero siempre los estima y recomienda a otros.

Recuerden, almas predestinadas, esclavas de Jesús en María, que el Avemaría es la más hermosa de todas las oraciones después del Padrenuestro. El Avemaría es el más perfecto saludo que pueden dirigir a María. Es, en efecto, el saludo que el Altísimo le envió por medio de un arcángel para conquistar su corazón y fue tan poderoso sobre el corazón de María que, no obstante su profunda humildad, Ella dio su consentimiento a la Encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente recitado también ustedes conquistarán infaliblemente su corazón.

El Avemaría bien dicho, es decir, con atención, devoción y modestia, es según los Santos, el enemigo del diablo, a quien hace huir, y el martillo que lo aplasta. Es la santificación del alma, la alegría de los ángeles, la melodía de los predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, el gozo de la Santísima Virgen y la gloria de la Santísima Trinidad. El Avemaría:

es un rocío celestial

que hace al alma fecunda,

es un casto y amoroso beso

que damos a María,

es una rosa encarnada

que le presentamos,

es una copa de ambrosía

y néctar divino que le damos.

Todas estas comparaciones son de los santos.

Les ruego, pues, con la mayor insistencia y por el amor que les profeso en Jesús y María que no se contenten con rezar la Coronilla de la Santísima Virgen. Recen también el Rosario y, si tienen tiempo, los quince misterios, todos los días. A la hora de la muerte bendecirán el día y hora en que aceptaron mi consejo. Y, después de haber sembrado en las bendiciones de Jesús y de María, cosecharán las bendiciones eternas. Quien hace siembras generosas, generosas cosechas tendrá (2 Cor. 9, 6).

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