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lunes, 22 de julio de 2013

NUEVAS ENTRADAS (POST BLOG)

HERMANOS/AS EN CRISTO JESUS, POR PROBLEMAS DE INTERNET YA QUE NO TENGO COBERTURA CONTINUAMENTE, SE SUSPENDEN LAS ENTRADAS-POSTS HASTA EL MES DE SEPTIEMBRE.
OS RUEGO RECEIS TODOS LOS DIAS EL PADRENUESTRO Y TRES AVEMARIAS. TAMBIEN EL CREDO Y EL ROSARIO.
NO OS OLVIDEIS TAMPOCO DE LEER TODOS LOS DIAS LA SAGRADA BIBLIA Y EL EVANGELIO DIARIO.  TAMBIEN UN CAPITULO DEL KEMPIS.
SI QUEREIS ALGO DE MI ESTARE CASI PERMANENTEMENTE EN MI EMAIL
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QUE DIOS OS BENDIGA Y NUESTRA MADRE OS PROTEJA.
LS PAZ SEA CON VOSOTROS.

domingo, 21 de julio de 2013

AMARAJESUS 21-07-13

Lecturas Domingo 16º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

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Domingo 21 de Julio del 2013

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (18,1-10a):

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él.
Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.»
Contestaron: «Bien, haz lo que dices.»
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: «Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.»
Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.
Después le dijeron: «¿Dónde está Sara, tu mujer?»
Contestó: «Aquí, en la tienda.»
Añadió uno: «Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5

R/.
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.

El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,24-28):

Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada Maria, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.»
Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Palabra del Señor
 
Comentario al Evangelio del Domingo 21 de Julio del 2013
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José María Vegas, cmf
¿Marta o María?
Se suele leer este texto evangélico en clave de dialéctica o confrontación entre la acción y la contemplación, entre el compromiso activo y la oración. Y, a juzgar por las severas palabras que Jesús dirige a Marta, sería la oración la que saldría ganando. Algo, por cierto, que no está muy en sintonía con la mentalidad actual. No es que Jesús descalifique por completo la acción, pues no habla de una parte buena y otra mala, sino de una especie de preferencia de la contemplación sobre el servicio, ya que se refiere a aquella como “la parte mejor”. ¿Está realmente Jesús alabando la oración y la contemplación en detrimento de la acción en favor de los demás, en este caso, incluso, del mismo Cristo? Si así fuera, no dejaría de resultar extraño, pues estas palabras de Jesús parecen chocar frontalmente con otras, en las que nos dice que para entrar en el Reino de los Cielos no basta decir “Señor, Señor”, sino que hay que hacer su voluntad (cf. Lc 6, 46; Mt 7, 21). Jesús exhorta en diversas ocasiones a adoptar esta actitud de servicio (cf. Lc 22, 26), hasta el punto de hacerse él mismo servidor de sus discípulos (cf. Lc 22, 27; Jn 13, 4-15). Y recordemos que en la parábola del Juicio Final (cf. Mt 25, 31-46) cifra la salvación no en específicas acciones religiosas, sino en la activa preocupación por aliviar a los que sufren.
Tal vez haya que buscar el hilo conductor y la clave de lectura de este texto evangélico en lo que tiene de común con la primera lectura: la actitud de acogida. En el texto de Génesis Abraham recibe a tres caminantes desconocidos, a los que ofrece las típicas muestras de hospitalidad oriental. El extraño hecho de que se dirija a ellos como a uno solo, llamándoles “Señor”, ha dado pie a que, ya desde la época patrística, se entienda este pasaje como una primera teofanía de la Trinidad. Acogiendo a los peregrinos, Abraham acoge al mismo Dios.
En el Evangelio Marta y María acogen a un caminante bien conocido, pues tanto aquí como en el evangelio de Juan (cf. Jn 11, 1-44), está atestiguada la amistad de esta familia con Jesús. La agitación de Abraham para atender debidamente a sus desconocidos huéspedes es similar a la de Marta, que “se multiplicaba para dar abasto con el servicio”. Salta a la vista (y parece que esa era la intención del evangelista en el modo de narrar los hechos) el contraste con la actitud de María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Cuando uno se multiplica es natural que pretenda que otros dividan con él el trabajo. Y también parece natural que se reaccione con una cierta irritación ante la aparente pasividad de los que deberían echar una mano. La apelación de Marta a Jesús da a entender ese enfado, que incluye un leve reproche al mismo Cristo: “¿No te importa…?” La, para muchos, sorprendente respuesta de Jesús denota tranquilidad y paciencia, pero también incluye una clara amonestación a la actitud de Marta (y una defensa de la de María). ¿Está Jesús, como insinuábamos al principio, dando prioridad a la contemplación sobre la acción?
Si la clave está en la acogida, podemos entender que hay dos formas de acogida: la acogida material, la preocupación por el bienestar externo del huésped; y la acogida de corazón, que abre no sólo la casa, sino que acepta a la persona con todo su significado, y se abre completamente a su mensaje. Jesús no critica la acción, ni rechaza en consecuencia la primera forma de acogida. Ya hemos dicho que nos avisa de que nuestra acogida de su persona no sea sólo de palabra (de boquilla, decimos en castellano), sino con actos. Pero, ¿cómo podemos hacer su voluntad, prolongando su misma actitud de servicio, si previamente no nos hemos detenido a escuchar atentamente su palabra, dejando que nos interpele y nos toque por dentro?
En el suave reproche a Marta, podemos leer una crítica del activismo, un mal que afecta a muchos en la Iglesia. Se emprende una actividad desbordante, apremiados por las muchas necesidades, se hacen muchísimas cosas, pero ese multiplicarse para dar abasto puede no tener el sello de la verdadera actividad cristiana, precisamente porque ya no se alcanza para “perder el tiempo” a los pies del Señor, en la escucha de su palabra. Se abren las puertas de la propia casa, se dedican el tiempo y las fuerzas a actividades religiosas, evangelizadoras, solidarias…, pero el trato con el Señor se queda fuera, Cristo se queda al margen de esa actividad intensísima: quiere hablar con nosotros (para eso ha venido a nuestra casa), pero se encuentra que, inquietos y nerviosos con tantas cosas, no le prestamos atención. Le hemos abierto las puertas exteriores de la casa, pero nuestro corazón permanece cerrado a su palabra. Y es que su palabra es peligrosa, nos pone en cuestión, nos llama a dar pasos que, tal vez, no queremos dar. La actividad puede ser una forma de autojustificación, una excusa para permanecer sordos a la palabra de Jesús (aunque la “usemos” con frecuencia, como material de nuestra actividad pastoral, o social). Cuando esto sucede, la mucha actividad refleja nuestras cualidades, nuestro compromiso, nuestra bondad, nuestra voluntad, pero ya no es el sacramento y el reflejo de lo único importante, de la Palabra (que es el mismo Cristo), que debemos transmitir, de la que debemos dar testimonio. ¿Cómo podemos reflejarla, si no la hemos escuchado, si no la hemos contemplado, si no le hemos dado cabida dentro de nosotros? Sí, Jesús quiere que hagamos, pero que hagamos su voluntad, que pongamos en práctica sus mandamientos, que nuestro servicio sea prolongación y testimonio del suyo, de Él, que se ha hecho servidor de sus hermanos.
Por este motivo, no debemos ser avaros en el tiempo de la escucha y la contemplación, en el tiempo dedicado a la aparentemente estéril oración. Obispos y sacerdotes, religiosos y laicos, todos en la Iglesia tienen que hacer suya esa parte mejor de María, para que en la actividad pastoral, social, profesional, familiar, en todo lo que hagamos, seamos un reflejo de la palabra que, como dice Pablo, amonesta, enseña, da sabiduría, y nos hace llegar a la madurez de la vida en Cristo, cada uno según su propia vocación dentro de la Iglesia.
Volviendo al episodio de Abraham, podemos comprender que en la aparente esterilidad de la oración hay, sin embargo, una fecundidad que ninguna actividad meramente humana puede alcanzar. El anciano Abraham y la estéril Sara reciben la promesa de una descendencia humanamente imposible. La Palabra escuchada y acogida es como una semilla que da frutos inesperados, frutos de vida nueva, de una vida más fuerte que la muerte.
Algo parecido se puede decir de algo tan humanamente inútil e indeseable como el sufrimiento. Pablo nos ilumina a este respecto, cuando hace de sus sufrimientos personales no sólo una participación en los dolores de Cristo (que sigue sufriendo en su Iglesia y en todo sufrimiento humano), sino también parte esencial de su ministerio apostólico. Esta es otra forma de estar a los pies del Señor, como María, la madre de Jesús, y las otras Marías, que “estaban junto a la cruz” (Jn 19, 25).
Así pues, tenemos que trabajar, actuar, realizar buenas obras, multiplicarnos como Marta (que también la Iglesia considera santa y modelo de acogida), pero hemos de hacerlo impregnados de la palabra del Señor, que escuchamos y contemplamos asidua y pacientemente. Es ella la que nos hace partícipes del Misterio Pascual de Cristo, la que nos ayuda a dar sentido cristiano a nuestras acciones y a nuestros propios sufrimientos, haciendo fecundo lo que a los ojos del mundo es estéril e inútil; es esa palabra, que es el mismo Cristo, la parte mejor que hemos de aprender a elegir, para, por medio de nuestras buenas obras (cf. Mt 5, 16), revelar eficazmente hoy al mundo el misterio escondido desde siglos y generaciones.



SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
EXHORTACIÓN DEVOTA PARA LA SAGRADA COMUNIÓN.
 
 

CAPÍTULO 4:  DE LOS MUCHOS BIENES QUE SE CONCEDEN A LOS QUE DEVOTAMENTE COMULGAN.
 
El Alma:
1. Señor Dios mío, preven a tu siervo con las bendiciones de tu dulzura, para que merezca llegar digna y devotamente a tu sublime Sacramento. Mueve mi corazón hacia Ti, y sácame de este grave entorpecimiento; visítame con tu gracia saludable para que pueda gustar en espíritu de suavidad, cuya abundancia se halla en este Sacramento como en su fuente. Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio; y esfuérzame para creerlo con firmísima fe. Porque obra tuya es, y no poder humano; sagrada institución tuya, y no invención de hombres. Ninguno ciertamente es capaz por sí mismo de entender cosas tan altas, que aun a la sutileza angélica exceden. Pues yo, pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y entender de tan alto secreto?
2. Señor, con sencillez de corazón, con fe firme y sincera, y por mandato tuyo, me acerco a Ti con reverencia y confianza; y creo verdaderamente que estás aquí presente en el Sacramento como Dios y como hombre. Pues quieres, Señor, que yo te reciba, y que me una contigo en caridad. Por eso suplico a tu clemencia, y pido la gracia especial de que todo me deshaga en Ti, y rebose de amor, y que no cuide ya de ninguna otra consolación. Porque este altísimo y dignísimo Sacramento es la salud del alma y del cuerpo, medicina de toda enfermedad espiritual, con la cual se curan mis vicios, refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, dase mayor gracia, la virtud comenzada crece, confirmase la fe, esfuérzase la esperanza, y se enciende y dilata la caridad.
3. Porque muchos bienes has dado y das siempre en este Sacramento a tus amados, que devotamente comulgan, Dios mío, huésped de mi alma, reparador de la enfermedad humana, y dador de toda consolación interior. Tú les infundes mucho consuelo contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio desprecio los levantas a esperar tu protección, y con una nueva gracia los recreas y alumbras interiormente, y así los que antes de la Comunión estaban inquietos y sin devoción, después, recreados con este sustento celestial, se hallan muy mejorados. Y esto lo haces de gracia con tus escogidos, para que conozcan verdaderamente, y experimenten a las claras cuánta flaqueza tienen en sí mismos, y cuán grande bondad y gracia alcanzan de tu clemencia. Porque siendo por sí mismos fríos, duros e indevotos, de Ti reciben el estar fervorosos, devotos y alegres. Pues ¿quién llegando humildemente a la fuente de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? O ¿quién está cerca de algún gran fuego, que no reciba algún calor? Tú eres fuente llena, que siempre mana y rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga.
4. Por esto, si no me es dado sacar agua de la abundancia de la fuente, beber hasta hartarme, pondré siquiera mis labios a la boca del caño celestial para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla, para templar mi sed, y no secarme enteramente. Y si no puedo ser todo celestial, y tan abrasado como los querubines y serafines, trabajaré a lo menos por hacerme devoto, y disponer mi corazón para adquirir siquiera una pequeña llama del divino incendio, mediante la humilde comunión de este vivifico Sacramento. Pero todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo Tú benigna y graciosamente por mí; pues tuviste por bien de llamar a todos, diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé.
5. Yo, pues, trabajo con sudor de mi rostro, soy atormentado con dolor de mi corazón, estoy cargado de pecados, combatido de tentaciones, envuelto y oprimido de muchas pasiones, y no hay quien me valga, no hay quien me libre y salve, sino Tú, Señor Dios, Salvador mío, a quien me encomiendo y todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para honra y gloria de tu nombre; pues me dispusiste tu cuerpo y sangre en manjar y bebida. Concédeme, Señor Dios, Salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la frecuencia de este soberano misterio.

CAPÍTULO 5: DE LA DIGNIDAD DEL SACRAMENTO Y DEL ESTADO DEL SACERDOCIO.
 
Jesucristo:
1. Aunque tuvieses la pureza de los ángeles, y la santidad de San Juan Bautista, no serías digno de recibir ni manejar este Sacramento. Porque no cabe en merecimiento humano que el hombre consagre y tenga en sus manos el Sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles. Grande es este misterio, y grande es la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es concedido a los ángeles. Pues sólo los sacerdotes ordenados en la Iglesia tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo. El sacerdote es ministro de Dios, cuyas palabras usa por su mandamiento y ordenación; mas Dios es allí el principal autor y obrador invisible, a cuya voluntad todo está sujeto, y a cuyo mandamiento todo obedece.
2. Así, pues, debes creer a Dios todopoderoso en este sublime Sacramento más que a tus propios sentidos y a las señales visibles. Y por eso debe el hombre llegar a este misterio con temor y reverencia. Reflexiona sobre ti mismo, y mira qué tal es el ministerio que te ha sido encomendado por la imposición de las manos del obispo. Has sido hecho sacerdote y ordenado para celebrar; cuida, pues, de ofrecer a Dios este sacrificio con fe y devoción en el tiempo conveniente, y de mostrarte irreprensible. No has aliviado tu carga; antes bien estás atado con más estrecho vínculo, y obligado a mayor perfección de santidad. El sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes, y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida. Su porte no ha de ser como el de los hombres comunes; sino como el de los ángeles en el cielo, o el de los varones perfectos en la tierra.
3. El sacerdote vestido de las vestiduras sagradas, tiene el lugar de Cristo para rogar devota y humildemente a Dios por sí y por todo el pueblo. El tiene la señal de la cruz de Cristo delante de sí, y en las espaldas, para que continuamente tenga memoria de su sacratísima pasión. Delante de sí en la casulla, trae la cruz, para que mire con diligencia las pisadas de Cristo, y estudie en seguirle con fervor. En las espaldas está también señalado de la cruz, para que sufra con paciencia por Dios cualquiera injuria que otro le hiciere. La cruz lleva delante, para que llore sus pecados, y detrás la lleva para llorar por compasión los ajenos, y para que sepa que es medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar ni ofrecer el santo sacrificio hasta que merezca alcanzar la gracia y misericordia divina. Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, y edifica a la Iglesia, ayuda los vivos, da descanso a los difuntos, y hácese participante de todos los bienes. 

LA TENTACION Y LA GRACIA 

SANTIAGO 1, 13-18

13 Nadie, al ser tentado, diga que Dios lo tienta: Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie,
14 sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que lo atrae y lo seduce.
15 La concupiscencia es madre del pecado, y este, una vez cometido, engendra la muerte.
16 No se engañen, queridos hermanos.
17 Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación.
18 El ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación.
 

sábado, 20 de julio de 2013

Lecturas Sábado de la 15ª semana del Tiempo Ordinario

Sábado 20 de Julio del 2013

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (12,37-42):

En aquellos días, los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños; y les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto, haciendo hogazas de pan ázimo, pues no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse; y tampoco se llevaron provisiones. La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 135,1.23-24.10-12.13-15

R/.
Porque es eterna su misericordia

En nuestra humillación, se acordó de nosotros. R/.

Y nos libró de nuestros opresores. R/.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos. R/.

Y sacó a Israel de aquel país. R/.

Con mano poderosa, con brazo extendido. R/.

Él dividió en dos partes el mar Rojo. R/.

Y condujo por en medio a Israel. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (12,14-21):

En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»

Palabra del Señor
 

Comentario al Evangelio del Sábado 20 de Julio del 2013

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Rosa Ruiz, Misionera Claretiana
Queridos amigos y amigas:
En la primera lectura recordamos hoy la salida de Egipto del pueblo de Israel, el Paso de Dios, la Pascua, la liberación…  Es un bonito momento para contemplar cómo no hay liberación posible que no conjugue adecuadamente la acción de  Dios y la nuestra. Dios es quien lo hace, nosotros no. Pero somos nosotros quien nos ponemos en acción o Dios no hace nada… No nos suple, no nos sustituye, cuando se trata de nuestra propia liberación. Buena parte del pueblo de Israel eligió quedarse en Egipto. Nada nos dice que les ocurriera algo terrible o que vivieran peor que los que optaron por fiarse y atravesar el mar Rojo. Simplemente eligieron. Y Dios respetó ambas decisiones.
Jesús, en el evangelio de hoy también elige marcharse de los lugares donde sabe que quieren acabar con él. No huye (la Cruz es la mejor prueba) pero elige la vida, siempre. Y en esa elección sigue cuidando y curando a cuantos se le acercan, sin violencia, sin aprovechar para acusar a quienes van contra el… Es el Siervo. “No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará…” Me recuerda aquella noche, aquella primera Pascua en Egipto: “Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.” Si bien es cierto que en otros lugares rezamos lo inútil que es fatigarnos, pues Dios actúa mientras nosotros dormimos, como crece el trigo en la noche, no es menos verdad esta otra afirmación.
Hay momentos de tal intensidad en nuestra vida (no pasa todas las semanas!) que Dios vela, nosotros también debemos velar.
Nos necesita. Y cuando Dios vela, cura, sana, no quiebra, no grita, no apaga… Al contrario, renueva y enciende, porque está actuando. Nosotros no llevamos la iniciativa, pero se nos pide, al menos, la vigilancia atenta de quien no sólo quiere que le liberen, sino que quiere ser libre.
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz, Misionera Claretiana
 

viernes, 19 de julio de 2013

CONSEJOS PARA EL TIEMPO DE PRUEBAS

SANTIAGO 1, 1-12

1 Santiago, servidor de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión.
2 Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas,
3 sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia.
4 Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada.
5 Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que la pida a Dios, y la recibirá, porque él la da a todos generosamente, sin exigir nada en cambio.
6 Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento.
7 El que es así no espere recibir nada del Señor,
8 ya que es un hombre interiormente dividido e inconstante en su manera de proceder.
9 Que el hermano de condición humilde se gloríe cuando es exaltado,
10 y el rico se alegre cuando es humillado, porque pasará como una flor del campo:
11 apenas sale el sol y calienta con fuerza, la hierba se seca, su flor se marchita y desaparece su hermosura. Lo mismo sucederá con el rico en sus empresas.
12 Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman.

SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR EXHORTACIÓN DEVOTA PARA LA SAGRADA COMUNIÓN.



CAPÍTULO 2: DE LA BONDAD Y CARIDAD DE DIOS, QUE SE MANIFIESTA EN ESTE SACRAMENTO PARA CON LOS HOMBRES.

El Alma:
1. Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia, vengo yo enfermo al médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al rey del cielo; siervo, al Señor; criatura, al Criador; desconsolado, a mi piadoso consolador. Mas ¿se dónde a mí tanto bien, que Tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me des a Ti mismo? ¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de Ti? Y Tú ¿cómo te dignas de venir al pecador? Tú conoces a tu siervo, y sabes que ningún bien tiene por donde pueda merecer que Tú le hagas este beneficio. Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad, alabo tu piedad, y te doy gracias por tu extremada caridad. Pues así lo haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por Ti mismo, para darme a conocer mejor tu bondad; para que se me infunda mayor caridad, y se recomiende más la humildad. Pues así te agrada a Ti, y así mandaste que se hiciese; también me agrada a mí que Tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad!
2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias acompañadas de perpetua alabanza te son debidas por habernos dado tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar! Mas ¿qué pensaré en esta comunión, cuando quiero llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar debidamente, y sin embargo deseo recibir con devoción? ¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré, sino humillarme profundamente delante de Ti, y ensalzar tu infinita bondad sobre mí? Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu majestad en el abismo de mi bajeza.
3. Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los pecadores. Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, Tú quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a comer el manjar celestial, y el pan de los ángeles; que no es otra cosa por cierto sino Tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo, y das vida al mundo.
4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación! y ¡cuántas gracias y alabanzas te son debidas por esto! ¡Oh cuán saludable y provechoso designio tuviste en la institución de este Sacramento! ¡Cuán inefable tu verdad! Pues Tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que Tú mandaste.
5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al entendimiento humano, que Tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido entero debajo de las especies de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe. Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste habitar entre nosotros por medio de este Sacramento. Conserva mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y limpia conciencia pueda celebrar frecuentemente, y recibir para mi eterna salvación este digno misterio, que ordenaste y estableciste principalmente para honra tuya memoria continua.
6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y consuelo tan singular que te fue dejado en este valle de lágrimas. Porque la caridad de Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de su misericordia nunca mengua.
7. Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del alma, y pensar con atenta consideración esta gran misterio de salud. Así te debe parecer tan grande, tan nuevo y agradable cuando celebras u oyes Misa, como si fuese el mismo día en que Cristo, descendiendo en el vientre de la Virgen se hizo hombre; o aquel en que puesto en la Cruz padeció y murió por la salud de los hombres.

CAPÍTULO 3: QUE ES PROVECHOSO COMULGAR CON FRECUENCIA.
 
El Alma:
1. A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y regocijarme en tu santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre. En Ti está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo, porque a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora con devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca como Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.
2. Date, Señor, a mí, y me basta; porque sin Ti ninguna consolación satisface. Sin Ti no puedo existir; y sin tu visitación no puedo vivir. Por eso me conviene llegarme muchas veces a Ti, y recibirte para remedio de mi salud, porque no me desmaye en el camino, si fuere privado de este manjar celestial. Pues Tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y curando diversas enfermedades, dijiste: No quiero consentir que se vayan ayunos a su casa, porque no desmayen en el camino. Haz, pues, ahora conmigo de esta suerte; pues te quedaste en el Sacramento para consolación de los fieles. Tú eres suave alimento del alma, y quien te comiere dignamente será participante y heredero de la gloria eterna. Yo que tantas veces caigo y peco, tan presto me entibio y desmayo, necesito verdaderamente renovarme, purificarme y alentarme por la frecuencia de oraciones y confesiones, y de la sagrada participación de tu cuerpo; no sea que absteniéndome de comulgar por mucho tiempo, decaiga de mi santo propósito.
3. Porque las inclinaciones del hombre son hacia lo malo desde su juventud; y si no le socorre la medicina celestial, al punto va del mal en pero. Así es que la santa Comunión retrae de lo malo, y conforta en lo bueno. Y si ahora que comulgo o celebro soy tan negligente y tibio, ¿qué sucedería si no tomase tal medicina y si no buscase auxilio tan grande? Y aunque no esté preparado cada día, ni bien dispuesto para celebrar, procuraré, sin embargo, recibir los divinos misterios en los tiempos convenientes, para hacerme participante de tanta gracia. Porque el principal consuelo del alma fiel, mientras peregrina unida a este cuerpo mortal, es acordarse frecuentemente de su Dios, y recibir a su amado con devoto corazón.
4. ¡Oh admirable dignación de tu clemencia para con nosotros, que Tú, Señor Dios, Criador y vivificador de todos los espíritus, te dignas de venir a una pobrecilla alma y satisfacer su hambre con toda tu divinidad y humanidad! ¡Oh feliz espíritu y dichosa alma la que merece recibir con devoción a su Dios y Señor, y rebosar así de gozo espiritual! ¡Oh, qué Señor tan grande recibe, qué huésped tan amable aposenta, qué compañero tan agradable admite, qué amigo tan fiel elige, qué esposo abraza tan noble y tan hermoso, y más amable que todo cuanto se puede amar ni desear! Callen en tu presencia, mi dulcísimo amado, el cielo y la tierra con todo su ornato, porque todo cuanto tienen de esplendor y de hermosura lo han recibido de tu beneficencia; y nunca pueden aproximarse a la gloria de tu nombre, cuya sabiduría es infinita.