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jueves, 11 de julio de 2013

DEL HABLA INTERIOR DE CRISTO AL ALMA FIEL.



CAPÍTULO 48: DEL DÍA DE LA ETERNIDAD Y DE LAS ANGUSTIAS DE ESTA VIDA.
 El Alma:
1. ¡Oh bienaventurada mansión de la ciudad soberana! ¡Oh día clarísimo de la eternidad, que no obscurece la noche, sino que siempre le alumbra la pura verdad, día siempre alegre, siempre seguro, y siempre sin mudanza! ¡Oh, si ya amaneciese este día, y desapareciesen todas estas cosas temporales! Alumbra por cierto a los Santos con una perpetua claridad, mas no así a los que están en esta peregrinación sino de lejos, y como en figura.
2. Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre sea aquel día; los desterrados hijos de Eva gimen de ver que éste sea tan amargo y lleno de tedio. Los días de este mundo son pocos y malos, llenos de dolores y angustias, donde el hombre se ve manchado con muchos pecados; enredado en muchas pasiones, angustiado de muchos temores, ocupado con muchos cuidados, distraído con muchas curiosidades, complicado en muchas vanidades, envuelto en muchos errores, quebrantado con muchos trabajos; las tentaciones lo acosan, los placeres lo afeminan, la pobreza le atormenta.
3. ¡Oh, cuándo se acabarán todos estos males! ¡Cuándo me veré libre de la servidumbre de los vicios! ¡Cuándo me acordaré, Señor, de Ti solo! ¡Cuándo me alegraré cumplidamente en Ti! ¡Cuándo estaré sin ningún impedimento en verdadera libertad, y sin ninguna molestia de alma y cuerpo! ¡Cuándo tendré firme paz, paz imperturbable y segura; paz por dentro y por fuera; paz del todo permanente! ¡Oh buen Jesús! ¡Cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la gloria de tu reino! ¡Cuándo me serás todo en todas las cosas! ¡Cuándo estaré contigo en tu reino, el cual preparaste desde la eternidad para tus escogidos! Me han dejado acá, pobre y desterrado en tierra de enemigos, donde hay continuas peleas y grandes calamidades.
4. Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a Ti suspira todo mi deseo. Todo el placer del mundo es para mí pesada carga. Deseo gozarte íntimamente; mas no puedo conseguirlo. Deseo estar unido con las cosas celestiales; pero me abaten las temporales y las pasiones no mortificadas. Con el espíritu quiero elevarme sobre todas las cosas; pero la carne me violenta a estar debajo de ellas. Así yo, hombre infeliz, peleo conmigo, y me soy enfadoso a mí mismo, viendo que el espíritu busca lo de arriba, y la carne lo de abajo.
5. ¡Oh Señor, cuanto padezco cuando revuelvo en mi pensamiento las cosas celestiales, y luego se me ofrece un tropel de cosas del mundo! Dios mío, no te alejes de mí, ni te desvíes con ira de tu siervo. Resplandezca un rayo de tu claridad, y destruya estas tinieblas; envía tus saetas, y contúrbense todas las asechanzas del enemigo. Recoge todos mis sentidos en Ti; hazme olvidar todas las cosas mundanas, otórgame desechar y apartar de mí aun las sombras de los vicios. Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna. Ven, suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza.
6. Perdóname también y mírame con misericordia todas cuantas veces pienso en la oración alguna cosa fuera de Ti. Pues confieso ingenuamente que acostumbro a estar muy distraído. De modo que muchas veces no estoy allí donde se halla mi cuerpo en pie o sentado, sino más bien allá donde me lleva mi pensamiento. Allí estoy donde está mi pensamiento; allí está mi pensamiento a menudo donde está lo que amo. Al punto me ocurre lo que naturalmente deleita o agrada por la costumbre.
7. Por lo cual, Tú, Verdad eterna, dijiste: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Si amo al cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo, alégrome con sus prosperidades, y me entristezco con sus adversidades. Si amo la carne, muchas veces pienso en las cosas carnales. Si amo el espíritu, recréome en pensar cosas espirituales. Porque de todas las cosas que amo, hablo y oigo con gusto, y lleno conmigo a mi casa las ideas de ellas. Pero bienaventurado aquel por tu amor da repudio a todo lo criado; que hace fuerza a su natural, y crucifica los apetitos carnales con el fervor del espíritu, para que, serena su conciencia, te ofrezca oración pura, y sea digno de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas las cosas terrenas.

CAPÍTULO 49: DEL DESEO DE LA VIDA ETERNA, Y CUÁNTOS BIENES ESTÁN PROMETIDOS A LOS QUE PELEAN.
Jesucristo:
1. Hijo, cuando sientes en ti algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo, para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanzas, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana bondad que así se digna favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con vigor, para que no te deslices por tu propio peso a las cosas terrenas. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino por sólo el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que te han de venir, y trabajes por llegarte a Mí de todo corazón, y servirme con ardiente voluntad.
2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin humo. Así los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales; mas aún no están libres del amor carnal. Y por eso no obran sólo por la honra de Dios puramente, aun en lo que con tan gran deseo me piden. Tal suele ser algunas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad. Pues no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.
3. Pide, no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para Mí aceptable y honroso; por que, si rectamente juzgas, debes seguir y anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada. Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemido. Ya quisieras estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún resta otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba. Deseas gozar del sumo bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy: espérame, dice el Señor, hasta que venga el reino de Dios.
4. Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida. Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de un hombre nuevo, y te vuelvas un varón constante. Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres, y dejar lo que quieres. Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te contenta, no se hará. Lo que dicen otros, será oído; lo que dices tú, será reputado por nada. Pedirán otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás.
5. Otros serán grandes en boca d los hombres; de ti no se hará cuenta. A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil. Por esto se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco si lo sufrieres callando. En estas y otras cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que en ver y sufrir cosas repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece conforme y menos útil lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo inferior, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.
6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio; y no te serán pesados, sino un gran consuelo de tu paciencia. Pues por esta poca voluntad que ahora dejas de grado, poseerás para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues, hallarás todo lo que quisieres, y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien, sin miedo de perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna contraria o propicia. Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te embarazará, nada se te opondrá; sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada.
7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos, y no cuides de mirar quién lo dijo, o quién lo mandó. Sino procura con gran cuidado que, ya sea superior, inferior, o igual, el que algo te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno, y cuides de cumplirlo con sincera voluntad. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto, y aquel en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegre ni en esto ni en aquello, sino en el desprecio de ti mismo, y en sola mí voluntad y honra. Una cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado en ti.

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