CAPÍTULO 50: CÓMO SE DEBE OFRECER EN LAS MANOS DE DIOS EL HOMBRE DESCONSOLADO.
El Alma:
1. Señor, Dios, Padre santo: ahora y
para siempre seas bendito, que como Tú quieres así se ha hecho, y lo que haces
es bueno. Alégrese tu siervo en Ti, no en sí, ni en otro alguno: porque Tú sólo
eres alegría verdadera: Tú esperanza mía y corona mía: Tú, Señor, eres mi gozo
y mi premio. ¿Qué tiene tu siervo sino lo que recibió de Ti, aun sin merecerlo?
Tuyo es todo lo que me has dado y has hecho conmigo. Pobres soy y lleno de
trabajos, desde mi juventud; y mi alma se entristece algunas veces hasta
llorar; y otras veces se turba contigo por las pasiones que la acosas.
2. Deseo el gozo de la paz; la paz de
tus hijos pido, que son recreados por Ti en la luz de la consolación. Si me das
paz, si derramas en mí un santo gozo, estará el alma de tu siervo llena de
alegría, y devota para alabarte. Pero si te apartares, como muchas veces lo
haces, no podrá correr por el camino de tus mandamientos, sino que hincará las
rodillas para herir su pecho; porque no le va como los días anteriores cuando resplandecía
tu luz sobre su cabeza, y era defendida de las tentaciones impetuosas debajo de
la sombra de tus alas.
3. Padre justo y siempre laudable,
llegó la hora en que tu siervo debe ser probado. Padre amable, justo es que tu
siervo padezca algo por Ti en esta hora. Padre para siempre adorable, ya ha
llegado la hora que habías previsto desde la eternidad, en la cual tu siervo
este abatido en lo exterior un corto tiempo, mas para que viva siempre
interiormente contigo. Despreciado sea y humillado un poco, y decaiga delante
de los hombres; sea consumido de pasiones y enfermedades, para que vuelva
nuevamente a verse contigo en la aurora de una nueva luz, y sea ilustrado en
las cosas celestiales. ¡Padre santo! Así lo ordenaste Tú, así lo quisiste; y lo
que mandaste se ha hecho.
4. Esta es, pues, la gracia que haces
a tu amigo, que padezca, y sea atribulado por tu amor en este mundo por
cualquiera, y cuantas veces lo permitieres. Sin tu consejo y providencia y sin
causa, nada se hace en la tierra. Bueno es para mí, Señor, que me hayas
humillado, para que aprenda tus justificaciones, y destierre de mi corazón toda
soberbia y presunción. Provechoso es para mí que la confusión haya cubierto mi
rostro, para que así te busque a Ti para consolarme, y no a los hombres.
También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que afliges así al
justo como al impío, aunque no sin equidad y justicia.
5. Gracias te doy porque no me
escaseaste los males; sino que me afligiste con amargos azotes, enviándome
dolores y angustias interiores y exteriores. No hay quien me consuele debajo
del cielo sino Tú, Señor Dios mío, médico celestial de las almas, que hieres y
sanas, pones en grandes tormentos y libras de ellos. Sea tu corrección sobre
mí, y tu mismo castigo me enseñará.
6. Padre amado, vesme aquí en tus
manos; yo me inclino bajo la vara de tu corrección. Hiere mis espaldas y mi
cerviz para que enderece mis torcidas inclinaciones a tu voluntad. Hazme
piadoso y humilde discípulo como sueles hacerlo, para que ande siempre
pendiente de tu voluntad. Me entrego enteramente a Ti con todas mis cosas para
que las corrijas. Más vale ser corregido aquí que en la otra vida. Tú sabes
todas y cada una de las cosas, y no se te esconde nada en la humana conciencia.
Antes que suceda, sabes lo venidera, y no hay necesidad que alguno te enseñe o
avise de las cosas que se hacen en la tierra. Tú sabes lo que conviene para mi
adelantamiento, y cuánto me aprovecha la tribulación para limpiar el orín de
los vicios. Haz conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi vida pecaminosa,
a ninguno mejor ni más claramente conocida que a Ti solo.
7. Concédeme, Señor, saber lo que se
debe saber; amar lo que se debe amar; alabar lo que a Ti es agradable; estimar
lo que te parece precioso; aborrecer lo que a tus ojos es feo. No permitas que
juzgue según la vista de los ojos exteriores, ni que sentencie según el oído de
los hombres ignorantes; sino dame gracia para que pueda discernir con verdadero
juicio entre lo visible y lo espiritual, y sobre todo, buscar siempre la
voluntad de tu divino beneplácito.
8. Muchas veces se engañan los
hombres en sus opiniones y juicios, y los mundanos se engañan también en amar
solamente lo visible. ¿Qué tiene de mejor el hombre porque otro le alabe? El
falaz engaña al falaz, el vano al vano, el ciego al ciego, el enfermo al
enfermo, cuando lo ensalza; y verdaderamente más le confunde cuando vanamente
le alaba. Porque cuanto es cada uno en tus ojos, tanto es y no más, dice el
humilde San Francisco.
CAPÍTULO 51: QUE DEBEMOS EMPLEARNOS EN EJERCICIOS HUMILDES CUANDO NO PODEMOS EN LOS SUBLIMES.
Jesucristo:
1. Hijo, no puedes permanecer siempre
en el deseo fervoroso de las virtudes, ni perseverar en el más alto grado de la
contemplación; sino que es necesario por el vicio original, que desciendas
alguna vez a cosas bajas, y también a llevar la carga de esta vida corruptible,
aunque te pese y fastidie. Mientras lleves el cuerpo mortal, sentirás tedio e
inquietud de corazón. Es preciso, pues, mientras vives en carne, gemir muchas veces
por el peso de la carne, porque no puedes ocuparte perfectamente en los
ejercicios espirituales en la divina contemplación.
2. Entonces conviene que te emplees
en ejercicios humildes y exteriores, consolándote con hacer buenas obras; y
espera mi venida y la visita del cielo con firme confianza; sufre con paciencia
tu destierro, y la sequedad del espíritu, hasta que otra vez yo te visite, y
seas libre de toda congoja. Porque te haré olvidar las penas, y que goces de
gran serenidad interior. Yo extenderé delante de ti los prados de las
Escrituras, para que, dilatado tu corazón, corras la carrera de mis
mandamientos. Entonces dirás: No son comparables las penas de este tiempo con
la gloria que se nos descubrirá.
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