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martes, 10 de septiembre de 2013

Amonestaciones para recibir la sagrada Comunión del cuerpo de Jesucristo nuestro Señor (Kempis)



CAPÍTULO VI

La examinación que se debe hacer antes de la comunión

Señor, cuando yo pienso tu dignidad y mi vileza, tengo gran temblor y hállome confuso; porque si no me llego, huya la vida; y si indignamente me atrevo, caigo en ofensa. Pues ¿qué haré, Dios mío, ayudador mío, consejero mío en las necesidades?
Guíame tú por carrera derecha y enséñame algún ejercicio convenible a la sagrada comunión.
Por cierto, utilísimo es saber de qué manera deba yo aparejar mi corazón con reverencia y devoción a ti, Señor, para recibir saludablemente tu sacramento, o para celebrar tan grande y divino sacrificio.

CAPÍTULO VII

De la examinación de la conciencia y del propósito de la enmienda

Sobre todas las cosas es necesario que el sacerdote de Dios llegue a celebrar, y tratar, y recibir este sacramento con grande humildad de corazón y con devota reverencia, con entera fe y con piadosa intención de la honra de Dios.
Examina tu conciencia con diligencia y, según tu poder, descúbrela y aclárala con verdadera contrición y humilde confesión de tus pecados, de manera que no te quede cosa grave, o te remuerda e impida de llegar libremente al sacramento. Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por los delitos que cada día cometes, duélete y gime más particularmente. Y si hay disposición, confiesa a Dios todas tus miserias en lo secreto de tu corazón.
Gime y duélete que aún eres tan carnal y mundano, tan vivo en las pasiones, tan lleno de movimientos de concupiscencias, tan mal guardado en los sentidos exteriores, tan revuelto en vanas fantasías, tan inclinado a las cosas exteriores y negligente a las interiores, tan ligero a la risa y al desorden, tan duro para llorar y arrepentirte, tan aparejado a flojedades y regalos de la carne, tan perezoso al rigor y al fervor, tan curioso a oír nuevas y a ver cosas hermosas, tan remiso en abrazar las cosas bajas y despreciadas, tan codicioso en tener muchas cosas, tan encogido en dar y avariento en retener, indiscreto en hablar, mal sufrido en callar, descompuesto en las costumbres, importuno en las obras, tan desordenado en el comer, tan sordo a la palabra de Dios, presto para holgar, tardío para trabajar, despierto para consejuelas, tan dormilón para las sagradas vigilias, muy apresurado para acabarlas, muy derramado, sin atención y negligente en decir las horas, muy tibio en celebrar, seco y sin lágrimas en comulgar, muy presto distraído, muy tarde o nunca bien recogido, muy de presto conmovido a ira, aparejado para dar enojos, muy presto para juzgar, riguroso a reprender, muy alegre en lo próspero y muy caído en lo adverso, proponiendo de continuo grandes cosas y nunca poniéndolas en efecto.
Confesados y llorados estos y otros defectos tuyos con dolor y descontento de tu propia flaqueza, propón firmísimamente de enmendar tu vida y mejorarla de continuo. Y después, con total renunciación y entera voluntad, ofrecerte a ti mismo en honra de mi nombre en el altar de tu corazón como sacrificio perpetuo, que es encomendándome a mí tu cuerpo y tu ánima fielmente, porque merezcas dignamente llegar a ofrecer el sacrificio y recibir saludablemente el sacramento de mi cuerpo: que no hay ofrenda más digna ni mayor sacrificio para quitar los pecados que en la misa y en la comunión ofrecerse a sí mismo pura y enteramente en el sacrificio del cuerpo de Cristo.

Si el hombre hiciere lo que es en su mano, y se arrepintiere verdaderamente, cuantas veces viniere a mí por perdón y gracia, dice el Señor, vivo yo, que no quiero la muerte del pecador, mas que se convierta y viva, porque no me acordaré más de sus pecados, mas todos le serán perdonados.

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