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viernes, 13 de septiembre de 2013

Amonestaciones para recibir la sagrada Comunión del cuerpo de Jesucristo nuestro Señor



CAPÍTULO XII

Que se debe aparejar con grandísima diligencia el que ha de recibir a Jesucristo

Yo soy amador de pureza y dador de toda santidad; yo busco el corazón puro, y allí es el lugar de mi descanso. Aparéjame un palacio grande, bien aderezado, y haré contigo la pascua con mis discípulos. Si quieres que venga a ti y me quede contigo, alimpia de ti la vieja levadura y limpia la morada de tu corazón. Alanza de ti todo el mundo y todo el ruido de los vicios. Asiéntate como pájaro solitario en el tejado, y piensa tus pecados en amargura de tu ánima. Cualquier persona que ama a otra, apareja buen lugar y muy aderezado para recibirla. Porque en esto se conoce el amor del que hospeda al amado.
Mas sábete que no puedes cumplir este aparejo con el mérito de tus obras, aunque un año entero te aparejases y no tratases otra cosa en tu ánima; mas por sola mi piedad y gracia se te permite llegar a mi mesa, como si un pobre fuese llamado a la mesa de un rico, y no tuviese otra cosa para pagar el beneficio sino, humillándose, agradecerlo.
Haz lo que es en ti y con mucha diligencia, no por manera de costumbre ni por necesidad; mas con temor, y reverencia y amor recibe el cuerpo del Señor Dios tuyo, que tienes por bien venir a ti. Yo soy el que te llamé, yo el que mandé que se hiciese así; yo supliré lo que te falta, ven y recíbeme. Cuando yo te doy gracia de devoción, da gracias a Dios, no porque eres digno, mas porque tuve misericordia de ti.
Y si no tienes devoción, y te sientes muy seco, continúa la oración, da gemidos, llama y no ceses hasta que merezcas recibir una migaja o una gota de saludable gracia. Tú me has menester a mí, que no yo a ti. Ni vienes tú a santificarme a mí, mas yo a santificarte y mejorarte. Tú vienes para que seas por mí santificado y unido conmigo, para que recibas nueva gracia y de nuevo te enciendas para mayor perfección. No desprecies esta gracia, apareja de continuo con toda diligencia tu corazón, y recibe dentro de ti a tu amado.
Y también conviene que te aparejes a la devoción y sosiego no sólo antes de la comunión, mas que te conserves y guardes en ella después de recibido el santísimo sacramento. Ni se debe tener menos guarda después que el devoto aparejo primero. Porque la buena guarda de después es muy mejor aparejo para alcanzar otra vez mayor gracia. Que de aquí viene a hacerse el hombre muy indispuesto, por desordenarse y derramarse luego en los placeres exteriores.
Guárdate de hablar mucho, y recógete a algún lugar secreto, y goza de tu Dios, pues tienes al que todo el mundo no te puede quitar. Yo soy a quien del todo te debes dar, de manera que ya no vivas más en ti, sino en mí sin ningún cuidado.

CAPÍTULO XIII

Que el ánima devota con todo su corazón debe desear la unión de Cristo en el sacramento

Señor, ¿quién me dará que te halle dolo, y te abra todo mi corazón, y te goce como mi ánima desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura alguna me mueva, mas tú solo me hables, y yo a ti, como suele hablar el amado a su amado y conversar un amigo con otro? Esto ruego y esto deseo, que sea unido todo a ti, y aparte ya mi corazón de todo lo criado, y por la sagrada comunión y por la frecuencia del celebrar aprenda a gustar cosas eternas. ¡Oh Señor, Dios mío!, ¿cuándo estaré todo unido contigo, y absorto en ti, y del todo olvidado de mí, y que tú seas en mí, y yo, Señor, en ti, y que así estemos juntos en uno?
Verdaderamente tú eres mi amado, escogido en muchos millares, con el cual desea morar mi ánima todos los días de su vida. Verdaderamente tú eres mi pacífico, en ti está la suma paz y la verdadera holganza; fuera de ti todo es trabajo, y dolor, y miseria infinita. Verdaderamente tú eres Dios escondido, y tu consejo no es con los malos, mas con los humildes y sencillos es tu habla.
¡Oh Señor, cuán suave es tu espíritu, que tienes por bien para mostrar tu dulzura de mantener tus hijos del pan suavísimo que desciende del cielo! Verdaderamente no hay otra nación tan grande que tenga sus dioses tan cerca de sí como tú, Dios nuestro, estás cerca de todos sus fieles, a los que te das para que te coman, y gocen con gozo continuo, y para que levanten su corazón al cielo.
¿Qué gente hay alguna tan nobilísima como el pueblo cristiano, o qué criatura hay debajo del cielo tan amada como el ánima devota, a la cual entra Dios a apacentar de su gloriosa carne? ¡Oh inexplicable gracia, oh maravillosa bondad, oh amor sin medida, dado singularmente al hombre!

¿Qué daré yo al Señor por esta gracia y caridad tan grande? No hay cosa que más agradable le pueda yo dar que es mi corazón todo entero, para que sea a él ayuntado entrañablemente. Entonces alegrarán todas mis entrañas, cuando mi ánima fuere unida perfectamente a Dios. Entonces me dirá Él: Si tú quieres estar conmigo, yo quiero estar contigo. Y yo le responderé: Señor, ten por bien de quedarte conmigo, que yo de buena voluntad quiero estar contigo. Éste es todo mi deseo, que mi corazón esté unido contigo.

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