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domingo, 8 de septiembre de 2013

SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR EXHORTACIÓN DEVOTA PARA LA SAGRADA COMUNIÓN. (KEMPIS)

CAPÍTULO IV

Que se otorgan muchos bienes a los que devotamente comulgan

Señor Dios mío, anticipa a tu siervo con bendiciones de tu dulzura, porque merezca llegar digna y devotamente a tu magnífico sacramento. Despierta mi corazón en ti y despójame de la pesadumbre del cuerpo; visítame en tu salud para que guste en espíritu tu suavidad, la cual está escondida en este sacramento muy cumplidamente, así como en fuente.
Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio, y esfuérzame para creerlo con firmísimo fe. Porque esto, Señor, obra tuya es, y no humano poder. Es sagrada ordenación tuya, y no invención de hombres. No hay, por cierto, ni se puede hallar alguno suficiente por sí para entender cosas tan altas, que aun a la sutileza angélica exceden. Pues yo pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y entender de tan altísimo sacramento?
Señor, en simplicidad de corazón, en buena y firme fe y por tu mandato vengo a ti con esperanza y reverencia, y creo verdaderamente que estás presente aquí en este sacramento, Dios y hombre. Y pues quieres, salvador mío, que yo te reciba y que me ayunte a ti en caridad, suplico a tu clemencia y demando me sea dada una muy especialísima gracia para que todo me derrita en ti y rebose de amor, y que no cure más de otra alguna consolación.
Por cierto, este altísimo y dignísimo sacramento es salud del ánima y del cuerpo, y medicina de toda enfermedad espiritual; con él se curan mis vicios, refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen y disminuyen, dase mayor gracia, la virtud comenzada crece, confírmase la fe, esfuérzase la esperanza, enciéndese la caridad y extiéndese.
De verdad, Señor, muchos bienes has dado y siempre das en este dulcísimo sacramento a los que te aman, cuando te reciben, Dios mío, recibidor de mi ánima, reparador de la humana enfermedad y dador de toda interior consolación: que tú les infundes gran consuelo y fortaleza contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio desprecio los levantas a la esperanza de tu defensión, y con una nueva gracia los recreas y alumbras de dentro; porque los que antes de la comunión se habían sentido congojosos y sin devoción, después, recreados con manjar y beber celestial, se hallan muy mejorados.
Y esto, Señor, haces así con tus escogidos, porque conozcan verdaderamente, y manifiestamente experimenten que no tienen nada de sí, y sientan la bondad y gracia que de ti alcanzan, porque de sí mismos merecen ser fríos, duros, indevotos; mas de ti, Señor, alcanzan ser fervientes, alegres y devotos.
¿Quién llega con humildad a la fuente de la suavidad que no traiga algo de la suavidad? ¿O quién está cerca de algún gran fuego que no reciba algún calor? Y tú, Señor, fuente eres siempre llena y muy abundosa, fuego que continuo arde y nunca desfallece. Por tanto, si no me es lícito sacar del henchimiento de la fuente, ni beber hasta hartarme, pondré siquiera mi boca al agujero de algún cañito celestial, para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla para refrigerar mi sed, porque no me seque del todo. Y si no puedo del todo ser celestial, ni puedo abrasarme como los serafines, trabajaré a lo menos de darme a la oración y aparejaré mi corazón para buscar siquiera una pequeña centella del divino entendimiento, mediante la humilde comunión de este sacramento que da vida.
Todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo tú benigna y graciosamente por mí, pues tuviste por bien llamar a todos, diciendo: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os recrearé.
Yo, Señor, por cierto, trabajo y estoy atormentado con sudor de mi rostro y con dolor de corazón; cargado estoy de pecados, y combatido de tentaciones, envuelto y agravado, no hay quien me libre y salve sino tú, Señor Dios, Salvador mío. A ti me encomiendo con todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para gloria y honra de tu santo nombre. Tú, Señor, que me aparejaste tu cuerpo y sangre en manjar y en beber, otórgame, Señor, salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la continuación de este tu misterio.

CAPÍTULO V

De la dignidad del sacramento y del estado sacerdotal

Aunque tuvieses la pureza de los ángeles y la santidad de San Juan Bautista, no serías digno de recibir ni tratar este santísimo sacramento, porque no cabe en humano merecimiento que el hombre consagre y trate el sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles.
Grande es este misterio, y grande la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es concedido a los ángeles: que sólo los sacerdotes ordenados en la Iglesia derechamente tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo, y el sacerdote es ministro de Dios, y usa de palabras de Dios por el mandamiento y ordenación de Dios; mas Dios es allí el principal autor y obrador invisible, al cual está sujeta cualquier cosa que quisiere, y le obedece a todo lo que mandare.
Y así, más debes creer a Dios todopoderoso en este excelentísimo sacramento que a tu propio sentido o alguna señal visible. Y por eso, con temor y gran reverencia debe el hombre llegar a este sacramento.
Mira, pues, sacerdote, qué oficio te han encomendado por mano del obispo; mira cómo eres ordenado y consagrado para celebrar. Mira ahora que muy fielmente y con devoción ofrezcas a Dios el sacrificio en su tiempo y te conserves sin reprensión. Mira que no has aliviado tu carga, mas con mayor y más estrecha caridad estás atado y a mayor perfección estás obligado.
El sacerdote debe ser adornado de todas virtudes y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida; su conversación no ha de ser con los comunes ejercicios de los hombres, mas con los ángeles en el cielo y con los perfectos en la tierra. El sacerdote vestido de las sagradas vestiduras tiene lugar de Cristo para rogar humilde y devotamente a Dios por sí y por todo el pueblo.
Él tiene la señal de la cruz de Cristo ante sí y detrás de sí, para que de continuo tenga memoria de su pasión. Ante sí, en la casulla, trae la cruz, porque mire con cuidado las pisadas de Cristo y estudie de seguirlo con fervor. Detrás también está señalado de la cruz, porque sufra con paciencia por amor de Dios cualquier adversidad o daño que otros le hicieren. La cruz lleva delante porque llore sus pecados, y detrás la lleva porque llore por compasión los ajenos y sepa que es medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar y de ofrecer el santo sacrificio hasta que merezca alcanzar gracia y misericordia.
Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios y alegra a los ángeles, edifica a la Iglesia, ayuda a los vivos y da reposo a los difuntos y hácese particioneo de todos los bienes.


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