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domingo, 22 de diciembre de 2013

Lecturas del 23 de Diciembre. Adviento


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Lunes 23 de Diciembre del 2013

Primera lectura

Lectura de la profecía de Malaquías (3,1-4.23-24):

Así dice el Señor: «Mirad, yo os envio a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 24,4-5ab.8-9.10.14

R/.
 Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación

Señor, enséñame tus caminos, 
instrúyeme en tus sendas: 
haz que camine con lealtad; 
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

El Señor es bueno y es recto, 
y enseña el camino a los pecadores; 
hace caminar a los humildes con rectitud, 
enseña su camino a los humildes. R/.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad 
para los que guardan su alianza y sus mandatos. 
El Señor se confía con sus fieles 
y les da a conocer su alianza. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,57-66):

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» 
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del Lunes 23 de Diciembre del 2013

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J.C.G
Quien no cree… ¡pierde!
La falta de fe no queda impune. Lleva en sí misma el castigo. Quien no confía, pierde hasta lo suyo, hasta su propia identidad. Sobre esto habla el evangelio de este día, centrado en la figura de un viejo e incrédulo sacerdote judío, Zacarías.
El evangelista Lucas inicia su libro con una historia de incredulidad. Un viejo y honrado sacerdote no cree en los signos de Dios. Es capaz de oponerse a la revelación. En su obstinación incrédula recibe la pena: ¡pierde la capacidad de hablar! San Pablo, en su carta segunda a los Corintios, dice –sin embargo- una expresión del todo diferente: “Creí, por eso, hablé”. La falta de fe nos quita hasta la palabra. Por eso, en la escena evangélica que hemos escuchado adquiere un rango protagonista la esposa de Zacarías, Isabel. Es a ella sola a quien la gente felicita por la gran misericordia que Dios le ha hecho. Es ella la que decide ponerle a su hijo un nombre que lo desconecta de su padre Zacarías y hasta de su familia. Por eso, le reprochan: ¡ninguno de tus parientes se llama así! Pero Isabel no cede. Juan es un nombre compuesto. Ju o Jo o Yo es abreviatura del nombre de Yahweh, y hen o hanna es un término que significa gracia. Johannes es aquel a quien Yahweh ha demostrado su gracia.
Las mujeres que han creído, María e Isabel, hablan, actúan. El varón incrédulo, Zacarías, está mudo. Si María es bienaventurada porque creyó, Zacarías se ha cerrado a la bienaventuranza con su incredulidad. Sin embargo, en este momento se rehace. Se adhiere a la propuesta de su mujer Isabel y escribe en una tabilla: Juan es su nombre. Renuncia a imponer el suyo… como indicando que en esa concepción de Juan él poco había intervenido a causa de su incredulidad y como reconociendo que era más hijo de Dios que suyo. Pero ese gesto de adhesión curó a Zacarías de todos sus males. Y renació en él la fe. Y toda la gente comenzó a sentir una profunda inquietud religiosa.
La incredulidad disminuye al ser humano. Le cierra puertas, lo deshereda, lo vuelve extraño y aislado. La fe nos hace pertenecer a un fantástico mundo de relaciones, donde todo va cobrando sentido poco a poco. Cuando nosotros, como el viejo sacerdote Zacarías, no dejamos lugar al Espíritu Santo, entonces quedamos poseídos por un espíritu mudo, que nos aísla. Cuando, en cambio, nos abrimos al Espíritu, todo renace en nosotros.
Pero ¡no entendamos las cosas de forma excesivamente espiritualista! Quien cree es creador. Y se abre a la capacidad creadora. Quien cree y confía en todo y más allá de todo, está abierto al Espíritu. Lo que más hemos de pedir a Dios es el don de la fe, de la confianza. Esa es una de las súplicas más importantes en la oración.

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