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sábado, 25 de enero de 2014

HORAS DE PASION


De la 1 a las 2 de la tarde

Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera y cuarta palabra sobre la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.” Y Tú no vacilas en responderle:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. ¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al silencio. Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la Divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al Cielo. En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Tercera Palabra

Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan siempre más. Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que das a cada una tu propia Vida. Pero tu amor se ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir:

“Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!” Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura que la tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para enternecer a todos los corazones dices:

“Mujer, he ahí a tu hijo.”

Y a Juan:

“He ahí a tu Madre.”

Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces de tu sangre continúa diciendo: “Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos.” Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas que te reducen al silencio.

Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la Santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a todos dándonosla por Madre. ¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio? Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón. Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros? Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos. Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu Jesús.

Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aún mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás. Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía. Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y sumergirme en tu sangre para poder decir contigo: “¡Almas, almas!” Quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos. Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna turbación entre en mí. Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para comprenderte. Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra mirada divina. Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones.

Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor. Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre raptada en Ti. Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor.

Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu Vida Divina. Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el sufrir por amor suyo.

Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor, hazme tomar parte en tu inmutabilidad. Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca por medio de tu sangre y de tus llagas. Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor? Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más.

Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea en todo mi ser vida nueva, Vida Divina, pronuncia tus palabras sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo. Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no de un solo paso alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por las penas que sufres en tus pies.

Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso una por una tus llagas con la intención de poner en ellas todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones. Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y alas para transportarlas de esta tierra al Cielo.

Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de convertir las ofensas en amor. Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar como Tú ansías ser amado.

Cuarta Palabra

Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me abandono numerando tus penas, veo que un temblor convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas fuertemente:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. Mi Vida, mi todo, Mi Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás próximo a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros. Y Tú, debiendo satisfacer a la Divina Justicia también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones:

“¡No me abandonéis! Si queréis que sufra más penas estoy dispuesto, pero no os separéis de mi Humanidad. ¡Este es el dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera vuestra separación de Mí! ¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonéis!” amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona. Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo: ¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas, para pedirte almas; y si Tú quieres descenderé en los corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si me fuera posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu cercana muerte.

Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de las almas. Es en verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso lamento.

Oh mi Jesús, aumenta en todos la Gracia, a fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de aquellas almas que se deberían perder, para que no se pierdan. Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de estas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien en tu dolor.

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