No debemos confiar mucho en nosotros mismos, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción. Poca luz hay en nosotros, y presto la perdemos por nuestra negligencia. Muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en el alma. Muchas veces también obramos mal, y nos excusamos peor. Y a veces nos mueve la pasión, y pensamos que es el celo. Reprendemos en los otros las cosas pequeñas, y disimulamos en nosotros las graves. Muy presto sentimos y ponderamos lo que de otro sufrimos; mas no miramos cuánto enojamos a los demás. El que bien y rectamente ponderare sus obras, no tendrá que juzgar gravemente las ajenas.
El hombre interior antepone el cuidado de sí mismo a todos los cuidados; y el que tiene verdadero cuidado de sí poco habla de otros. Nunca serás recogido y devoto si no callares las cosas ajenas, y especialmente mirares a ti mismo. Si del todo te ocupares en Dios y en ti, poco te moverá lo que sientes de fuera. ¿Adónde estás cuando no estás contigo? Después de haber discurrido por todas las cosas, ¿qué has ganado si de ti te olvidaste? Si has de tener paz y unión posponlas y tengas a ti solo delante de tus ojos.
Mucho aprovecharás si te conservares libre de todo cuidado temporal; y muy menguado serás si alguna cosa temporal estimares en mucho. No te parezca cosa alguna elevada, ni grande ni agradable, sino Dios, o cosa que sea puramente de Dios. Ten por cosa vana cualquier consolación que viniere de alguna criatura. El alma que ama a Dios, desprecia todas las cosas sin él. Solo Dios eterno e inmenso, que todo lo llena, es gozo del alma y alegría verdadera del corazón.
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