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sábado, 15 de febrero de 2014

Las palabras de Dios se deben oír con humildad, y muchos no las estiman



Oye, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas, que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios del mundo. Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden examinar por el sentido humano. No se deben traer al sabor del paladar, mas se deben oír con silencio, y recibir con toda humildad y grande afecto.
Dijo David: Bienaventurado es aquel a quien tú enseñares, Señor, y a quien mostrares tu ley, porque lo guardes de los días malos, y no sea desamparado en la tierra.
Yo, dice el Señor, enseñé a los profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, mas muchos son duros y sordos a mi voz. Muchos de mejor gana oyen al mundo que a Dios; más fácilmente siguen el apetito de su carne, que al beneplácito divino. El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con toso eso le sirven con gran ansia; yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales. ¿Quién me sirve a mí y me obedece en todo, con tanto cuidado como al mundo y a sus señores se sirve?Avergüénzate, Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el por qué. Por un pequeño beneficio andan los hombres largo camino, y por la vida eterna muchos con dificultad levantan el pie del suelo. Buscan los hombres viles ganancias; por una blanca pleitean a las veces vergonzosamente; por cosas vanas y por una corta promesa no temen fatigarse noche y día. Mas ¡oh dolor! que emperezan de fatigarse un poco por el bien que no se muda, por el galardón que es inestimable, y por la suma honra y gloria sin fin. Avergüénzate, siervo perezoso y quejoso de ver que aquellos se hallan más dispuestos para la perdición, que tú para la vida eterna. Alégranse ellos más por la vanidad, que tú por la verdad. Porque algunas veces les miente su esperanza; mas mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en mí. Yo daré lo que tengo prometido. Y cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin. Yo soy galardonador de todos los buenos y rígido examinador de todos los devotos.
Escribe mis palabras en tu corazón, y considéralas con mucha diligencia, pues en el tiempo de la tentación las habrás menester. Lo que no entiendes cuando lees, lo conocerás en el día de la visitación. De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos; esto es, con la tentación y con el consuelo. Y dos lecciones les doy cada día, una reprendiendo sus vicios, otra exhortándolos al adelantamiento en la virtud. El que tiene mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.

ORACIÓN
Para pedir la gracia de la devoción

Señor Dios mío, tú eres todos mis bienes. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte? Yo soy un pobrísimo siervo tuyo, un gusanillo despreciable, mucho más pobre y más digno de ser despreciado de lo que yo sé, y me atrevo a decir. Pero acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo, nada valgo. Tú solo eres bueno, justo y santo, tú lo puedes todo, tú lo das todo, tú lo llenas todo, sólo al pecador dejas vacío. Acuérdate, Señor, de tus misericordias, y llena mi corazón de tu gracia, pues no quieres que queden vacías tus obras.
¿Cómo me podré sufrir en esta miserable vida, si no me esfuerza tu misericordia y tu gracia? No me vuelvas el rostro, no dilates tu visitación, no me quites tu consuelo, para que no sea mi alma como la tierra sin agua. Señor, enséñame a hacer tu voluntad, enséñame a conversar delante de ti digna y humildemente, porque tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces, y me conociste antes que el mundo se hiciese, y antes que yo naciese en el mundo.

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