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lunes, 24 de marzo de 2014

DOCUMENTOS

Sor Lucía y el Santo Rosario

El 26 de Diciembre de 1957, el Padre Agustín Fuentes, Postulador de la Causa de Beatificación de Francisco y Jacinta Marto, entrevistó a Sor Lucía Dos Santos, vidente de las apariciones de Fátima. En el curso de esa entrevista, le dijo Sor Lucía al Padre Fuentes:
"… La Santísima Virgen nos dijo, tanto a mis primos como a mí, que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el Santo Rosario y el Inmaculado Corazón de María…"
"… Mire, Padre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en que estamos viviendo, ha dado una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario, de tal manera que ahora no hay problema por más difícil que sea: sea temporal y, sobre todo, espiritual; sea que se refiera a la vida personal de cada uno de nosotros o a la vida de nuestras familias del mundo o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario".
"Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas. Por eso, el demonio hará todo lo posible para distraernos de esta devoción; nos pondrá multitud de pretextos: cansancio, ocupaciones, etc., para que no recemos el Santo Rosario".
"Si nos dieran un programa más difícil de salvación, muchas almas que se condenarán tendrían el pretexto de que no pudieron realizar dicho programa. Pero ahora el programa es brevísimo y fácil: rezar el Santo Rosario. Con el Rosario practicaremos los Santos Mandamientos, aprovecharemos la frecuencia de los Sacramentos, procuraremos cumplir perfectamente nuestros deberes de estado y hacer lo que Dios quiere de cada uno de nosotros".

"El Rosario es el arma de combate de las batallas espirituales de los Últimos Tiempos".



EL ADULTERIO

Dice Jesús:
“Puede causarte asombro el que te hable a ti, que eres célibe, de este tema. Pero tú no eres sino la “portavoz” y por ello debes sujetarte a transmitir cualquier cosa. Lo que digo ahora sirve a los demás. Sirve para corregir uno y más errores, cada vez más arraigados en el mundo.
El mundo se divide en dos grandes categorías. La primera, que es amplísima, es la de los sin escrúpulos de ninguna clase: ni humanos ni espirituales. La segunda es la de los piadosos, la cual, sin embargo, se subdivide en otras dos clases: la de los justamente piadosos y la de los pequeñamente piadosos. Hablo a la primera gran categoría y a la segunda clase de la segunda categoría.
El matrimonio no está condenado por Dios, tanto es así que Yo he hecho de él un sacramento. Y aquí no hablo ni siquiera del matrimonio como sacramento, sino del matrimonio como enlace, como Dios Creador lo ha hecho creando hombre y mujer para que se unieran formando una sola carne, que una vez unida ninguna fuerza humana puede separar, ni debe separar.
Yo, viendo vuestra dureza de corazón, cada vez más dureza, he cambiado el precepto de Moisés sustituyéndole con el sacramento. El fin de mi acto era ayudar a vuestra alma de cónyuges contra vuestra carnalidad de animales y un freno contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo que antes habéis elegido para pasar a nuevos cónyuges ilícitos, con daño de vuestras almas y de las almas de vuestras criaturas.
Se equivoca tanto quien se escandaliza de una ley creada por Dios para perpetuar el milagro de la creación –y generalmente éstos no son los más castos sino los más hipócritas, porque los castos no ven en el enlace sino la santidad del fin, mientras que los otros piensan en la materialidad del acto- como quien con ligereza culpable cree poder sobrepasar impunemente mi prohibición de pasar a nuevos amores, cuando el primero no ha sido deshecho por la muerte.
Adúltero y maldito es ese viviente que separa una unión antes querida, por capricho de la carne o por intolerancia moral. Que si él o ella dicen que el cónyuge es ahora para ellos causa de peso y repugnancia, Yo digo que Dios ha dado al hombre reflexión e inteligencia para que la usen, y mucho más para que la usen en casos de tan grave importancia como es la formación de una nueva familia; Yo digo aún que, si en un primer momento se ha errado por ligereza o por cálculo, es necesario después soportar las consecuencias para no crear mayores desgracias que recaen especialmente sobre el cónyuge más bueno y sobre los inocentes, llevados a sufrir más de lo que la vida conlleva, y a juzgar a los que Yo he hecho injuzgables por precepto: el padre y la madre. Digo en fin que la virtud del sacramento, si fuerais verdaderos cristianos y no los bastardos que sois, debería actuar en vosotros, cónyuges, para hacer de vosotros un alma sola que se ama en una carne sola y no dos fieras que se odian atadas a una misma cadena.
Adúltero y maldito es ese viviente que con engaño obsceno tiene dos o más vidas conyugales y vuelve al lado del otro cónyuge y al lado de los inocentes con la fiebre del pecado en la sangre y el olor del vicio sobre los labios mentirosos.
Nada os hace lícito ser adúlteros. Nada. Ni el abandono o la enfermedad del cónyuge, y mucho menos su carácter más o menos odioso. La mayoría de las veces es vuestro ser lujuriosos lo que os hace ver odioso al compañero o compañera. Lo queréis ver tal para justificar ante vosotros mismos vuestro vergonzoso obrar que la conciencia os reprocha.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero no sólo quien consuma el adulterio, sino quien desea consumarlo en su corazón porque mira con hambre de sentidos a la mujer o al hombre no suyo.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero quien con su modo de actuar pone en condiciones de ser a su vez adúltero al otro cónyuge. Dos veces adúltero, responderá por su alma perdida y por la que ha llevado a perderse con su indiferencia, descuido, villanía e infidelidad.
A todos éstos incumbe la maldición de Dios, y no creáis que esto sea un modo de hablar.
El mundo se quiebra en ruinas porque antes se han arruinado las familias. El río de sangre que os sumerge ha tenido los diques de contención resquebrajados por vuestros vicios singulares que han empujado a gobernantes más o menos grandes –de los jefes de estado a los jefes de pueblecitos- a ser ladrones y prepotentes para tener moneda y lustre para sus codicias.
Mirad la historia del mundo: está llena de ejemplos. La lujuria está siempre en la triple combinación que provoca el surgir de vuestras ruinas. Han sido destruidos estados enteros, naciones desarraigadas del seno de la Iglesia, grietas seculares creadas para escándalo y tormento de razas por el hambre de carne de los gobernantes.
Y es lógico que sea así. La codicia extingue la Luz del espíritu y mata la Gracia. Sin Gracia y sin Luz no os diferenciáis de las bestias y por eso cometéis acciones de bestias.
Hacedlas, si así os gusta. Pero recordad, viciosos que profanáis las casas y los corazones de los hijos con vuestro pecar, que Yo veo y recuerdo y os espero. En la mirada de vuestro Dios, que amaba a los niños y ha creado para ellos la familia, veréis una luz que no quisierais ver y que os fulminará”.
(Los Cuadernos – 25 de septiembre de 1943 – María Valtorta)


Vivir católico

Paciencia. 

Santa Teresa de Jesús dice que "la paciencia todo lo alcanza". El tema es cómo alcanzar la paciencia, pues efectivamente todo lo de la vida cotidiana conspira para hacernos perder la paciencia.

Se trata de una lucha sin cuartel que debemos entablar cada día, venciéndonos a nosotros mismos, y pidiéndole ayuda a Dios, porque solos es como que "hacemos agua", es decir, no podemos sin la ayuda de Dios, conservar la paciencia por mucho tiempo.

Por eso Dios quiere que hagamos lo que podamos y que pidamos en la oración lo que no podemos, y con la perseverancia lograremos ser pacientes.

Sobre todo con la recepción de los sacramentos, en especial la Eucaristía, lograremos tener más paciencia, puesto que Jesús mismo vendrá a nosotros para vivir en nosotros, transmitiéndonos sus virtudes, gracias y dones, y así no seremos nosotros quienes viviremos, sino Cristo que vivirá en nosotros.

Una cosa muy importante para conservar la paciencia, es mantener la boca cerrada y no proferir palabras cuando nos importunan o molestan. Si es preciso mordámonos los labios hasta que pase la tormenta, porque los desahogos de ira, en palabras y obras, no hacen más que hacernos perder la paz, la paciencia, a veces incluso la gracia santificante, y no ganamos nada con enojarnos, sino que perdemos mucho.

Es una lucha de cada día, y en el mundo moderno es fácil impacientarnos porque nos estamos acostumbrando a tener todo "ya", al instante, y cuando las soluciones o los resultados se demoran, entonces perdemos la paciencia.

Hagamos el propósito, especialmente en esta Cuaresma, de trabajar la virtud de la paciencia, y seremos felices ya en este mundo, por cada victoria obtenida.


Sitio Santísima Virgen

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