Ya vamos terminando un día más que Dios nos ha concedido para que adelantemos en la virtud. Pero, desgraciadamente, como somos débiles, en él hemos cometido muchas faltas grandes o pequeñas, y tenemos necesidad de perdón. Pidamos perdón a Dios y otorguemos nuestro perdón a quien nos ha ofendido, porque de esa manera nuestra alma estará en paz y no guardaremos rencor.
Todos necesitamos ser perdonados por Dios, y Él ha condicionado el perdonarnos a que nosotros perdonemos a su vez a nuestros prójimos.
Hagamos el esfuerzo de pedir perdón a quienes ofendimos, y demos nuestro perdón completo a quien nos lastimó, y así seremos verdaderamente hijos de Dios, semejantes al Padre eterno que es bueno con todos, y que muchas veces debe pensar que inútilmente ha creado al hombre y lo ha salvado, de tanto como los hombres le ofendemos.
Los Santos, en sus lechos de muerte, piden perdón a todos con los que convivieron. ¡Y son santos! ¿Y nosotros nos creemos más santos que ellos, y sin necesidad de pedir perdón a nadie? Pensémoslo.
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