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jueves, 17 de abril de 2014

De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia




Hijo, observa atentamente los movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque muy contraria y sutilmente se mueven, de modo que con dificultad son conocidos sino por varones espirituales e interiormente iluminados. Todos desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna bondad; por eso muchos se engañan con color del bien.
La naturaleza no quiere morir de buena gana, ni quiere ser apremiada ni vencida, ni de grado sujeta ni sometida, mas la gracia trabaja en la propia mortificación, resiste a la sensualidad, quiere ser sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su propia libertad, huélgase de estar bajo de la disciplina, no codicia dominar a nadie sino vivir, servir y estar siempre bajo la mano de Dios, y por Dios está pronta a obedecer con toda humildad a cualquier criatura humana.
La naturaleza trabaja por su interés y atiende a la ganancia que le puede venir de otro; la gracia no considera lo que es útil y provechoso a sí, sino lo que aprovecha a muchos.
La naturaleza recibe de buena gana la honra y la reverencia; la gracia fielmente atribuye sólo a Dios toda honra y gloria.
La naturaleza teme la confusión y el desprecio, mas la gracia alégrase en sufrir injurias por el nombre de Jesús.
La naturaleza ama el ocio y la quietud corporal; mas la gracia no puede estar ociosa, antes abraza de buena voluntad el trabajo.
La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece las viles y groseras; mas la gracia deléitase con cosas llanas y humildes, no desecha las ásperas, ni rehúsa el vestir ropas viejas.
La naturaleza mira lo temporal, gózase de las ganancias terrenas, entristécese del daño y enójase de una palabra injuriosa; mas la gracia mira las cosas eternas, no está apegada a lo temporal ni se turba cuando lo pierde, ni se aceda con las palabras ásperas; porque puso su tesoro y gozo en el cielo, donde ninguna cosa perece.
La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da, y ama las cosas propias y particulares, mas la gracia es piadosa y común para todos, desdeña la singularidad, conténtase con lo poco y tiene por mayor felicidad el dar que recibir.
La naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne, a las vanidades y a las distracciones; mas la gracia nos lleva a Dios y a las virtudes, renuncia a las criaturas, huye del mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos vagos y se avergüenza de parecer en público.
La naturaleza de buena gana toma cualquier consuelo exterior en que deleite sus sentidos; mas la gracia sólo en Dios se quiere consolar, y deleitarse en el sumo Bien sobre todo lo visible.
La naturaleza cuanto hace es por su propia comodidad y ganancia, no puede hacer cosa de balde, sino que espera alcanzar otro tanto o más alabanza o favor por el bien que ha hecho, y desea que sean sus obras y sus dádivas muy estimadas; mas la gracia ninguna cosa temporal busca, ni quiere otro premio sino sólo a Dios, y de lo temporal no quiere más que cuanto basta para conseguir lo eterno.
La naturaleza se alegra de los muchos amigos y allegados, gloríase de la nobleza del lugar y del linaje, lisonjea a los poderosos, halaga a los ricos y regocija a sus iguales; la gracia aún a los enemigos ama, y no blasona por los muchos amigos, ni estima el lugar ni el linaje donde viene, si no hay en ello mayor virtud; más favorece al pobre que al rico, tiene mayor compasión del inocente que del poderoso, alégrase con el veraz y no con el mentiroso, amonesta siempre a los buenos que sean mejores, y que por las virtudes imiten al Hijo de Dios.
La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo; la gracia sufre con constancia la pobreza.
La naturaleza convierte a sí todas las cosas, y por sí pelea y porfía; mas la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente dimanan; ningún bien se atribuye ni presume vanamente. No porfía ni prefiere su razón a la de los otros; mas en todo sentido y entendimiento se sujeta a la sabiduría eterna y al divino examen.
La naturaleza desea saber y oír novedades y secretos, y quiere mostrarse exteriormente y experimentar muchas cosas con los sentidos; desea ser conocida y hacer cosas de donde le proceda la alabanza y fama. Mas la gracia no cuida de entender cosas nuevas ni curiosas, porque todo esto nace de la corrupción antigua, porque no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra. Enseña a recoger los sentidos, a evitar la ostentación y pompa vana, a esconder humildemente las cosas maravillosas y dignas de alabar, y buscar de todas las cosas y de toda ciencia fruto provechoso, alabanza y honra de Dios. No quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; mas desea que Dios sea glorificado en sus dones, que los da todos por puro amor.
Esta gracia es una luz sobrenatural, y un singularísimo don de Dios, y propiamente una señal de los escogidos, y prenda de la salvación eterna, que levanta al hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de carnal lo hace espiritual. Así, que, cuanto más apremiada y vencida es la naturaleza, tanto le es infundida mayor gracia, y cada día es reformado el hombre interior según la imagen de Dios con nuevas visitaciones.

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