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jueves, 10 de abril de 2014

Del deseo de la vida eterna, y cuántos bienes están prometidos a los que pelean



Hijo, cuando sientas infundirse en ti algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo para poder contemplar mi claridad sin sombrea de mudanzas, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana Bondad, que lo hace así contigo, visitándote con clemencia, excitándote con amor, levantándote con poderosa mano, para que no caigas en lo terreno por tu propio peso. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o esfuerzo, sino por sólo la dignación de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates venideros, y trabajes por allegarte a mí de todo corazón, y servirme con fervorosa voluntad.
Hijo, muchas veces arde el fuego, mas no sube la llama sin humo. Así también se encienden los deseos de algunos a las cosas celestiales; mas aún no están libres de la tentación del amor carnal. Y por eso no hacen por la honra de Dios con toda pureza de intención, aún lo que con muy gran deseo le piden. Tal suele ser muchas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad; porque no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.
Pide, no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para mí aceptable y honroso; que si rectamente juzgas, debes anteponer mi ordenación a tu deseo y a cualquier cosa deseada, y seguir mi voluntad. Yo conozco tu deseo, y he oído tus largos gemidos. Ya querrías tú estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la morada eterna y la patria celestial llena de gozo; mas aún no ha llegado esa hora, aún es otro tiempo; conviene a saber, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba. Deseas ser lleno del sumo Bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy. Espérame, dice el Señor, hasta que venga el reino de Dios.
Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás algún tanto consolado, mas no te será dada cumplida hartura. Por eso esfuérzate mucho y sé robusto, así en hacer como en padecer cosas contrarias a la naturaleza. Conviene que te vistas del hombre nuevo y que seas mudado en otro hombre. Conviénete hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres. Lo que agrada a los otros irá delante; lo que a ti te contenta no pasará más allá; lo que dicen otros será oído; lo que dices tú será reputado por nada; pedirán los otros y recibirán; pedirás tú y no alcanzarás.
Otros serán muy grandes en la boca de los hombres, mas de ti no se hará cuenta. A otros se encargará éste o aquel negocio, tú serás tenido por inútil. Por esto se entristecerá algunas veces la naturaleza; pero será cosa grande si lo sufrieres callado. En éstas y otras cosas semejantes suele ser probado el siervo fiel del Señor; para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más te convenga morir a ti mismo, como en ver y sufrir lo contrario a tu voluntad, principalmente cuando te parece sin razón, y de poco provecho lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo mandado, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar a la voluntad ajena, y dejar tu propio parecer.
Más considera, hijo, el fruto de estos trabajos, el fin cercano y el muy grande galardón, y no te serán graves, sino más bien de una gran consolación que esfuerce tu paciencia; porque también por esta poca voluntad propia que ahora dejas de grado, poseerás, para siempre tu voluntad en el cielo; pues allí hallarás todo lo que quisieres y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien sin miedo de perderlo. Allí tu voluntad, unida con la mía para siempre, no codiciará cosa alguna extraña o particular. Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, ninguno te impedirá ni contradecirá; mas todas las cosas deseadas tendrás presentes juntamente, y saciarán todo tu afecto, y lo colmarán cumplidamente. Allí te daré yo gloria por la injuria que sufriste, manto de alabanza por la tristeza, por el más bajo lugar, el trono del reino eterno. Allí aparecerá el fruto de la obediencia, alegrarse el trabajo de la penitencia, y la humilde sujeción será gloriosamente coronada.
Ahora, pues, inclínate humildemente bajo las manos de todos, y no cuides de mirar quién lo dijo o quién lo mandó. Mas ten grandísimo cuidado, ora sea prelado, o menor, o igual el que algo te pidiere o insinuare, que todo lo tengas por bueno, y cuides de cumplirlo con voluntad sincera. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese éste en esto y aquél en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú ni en esto ni en aquello, sino gózate en el desprecio de ti mismo y en mi voluntad y honra. Una cosa debes desear, que tanto en vida como en muerte sea Dios siempre glorificado en ti.


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