Una tentación muy frecuente en quienes comienzan a vivir una vida cristiana más seria, es la que se presenta cuando el diablo nos sugiere que cometamos el pecado, total después nos confesamos y listo.
No caigamos en esta trampa, porque hay que evitar el pecado a toda costa, incluso evitarlo aunque por ello perdamos la vida. Porque en primer lugar no estamos completamente seguros de que luego de cometer el pecado, tengamos tiempo y modo de confesarnos, ya que no sabemos si moriremos al instante.
Pero, además, el pecado mortal abre la puerta al demonio, que así puede influenciar en nuestra vida y hacernos cada vez más difícil la vuelta a Dios. ¿Beberíamos, acaso, un veneno mortal, con la intención de beber luego el antídoto? Claro que no. Pues bien, tampoco debemos pecar, con la idea de confesarnos luego, porque ésta es una gran trampa que nos pone Satanás.
Además la confesión perdona la culpa, pero no la pena, y por ese pecado, si bien estaremos perdonados, tendremos que pagar en la tierra o en el Purgatorio, con largos padecimientos. Y aparte los pecados cometidos, aunque perdonados, dejan en nosotros una mayor inclinación al mal, y secuelas y heridas que son difíciles de sanar.
Por eso tenemos que decir como decían los Santos: "¡Morir antes que pecar!".
No cometamos un pecado mortal POR NADA, porque es volver a crucificar a Jesús, a quien amamos tanto.
Tampoco cometamos deliberadamente pecados leves o veniales, porque nos predisponen a caer en pecados graves, y son como una enfermedad, que si bien no mata el alma, la deja debilitada para resistir las tentaciones y también le da al demonio armas para complicarnos la vida.
Lamentablemente no tenemos conciencia de lo que es el pecado, porque a veces lo hemos cometido y "parece que no pasó nada", pero nuestra alma muerta no grita y por ello creemos que todo sigue igual. Pero si viéramos con los ojos del cuerpo un alma en pecado, quedaríamos horrorizados. Y así la ve Dios.
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