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jueves, 24 de julio de 2014

Segundo Libro de los Reyes



01 Vivían en Samaría setenta hijos de Ajab. Jehú escribió unas cartas y las envió a Samaría. Mandaba decir a los jefes de la ciudad, a los ancianos y a los que educaban a los hijos de Ajab:
02 «Ustedes tienen a los hijos de su amo, carros y caballos; su ciudad está fortificada y ustedes tienen armas. Pues bien, cuando reciban esta carta,
03 elijan al mejor y más valiente de los hijos de su amo, instálenlo en el trono de su padre y prepárense para luchar por la casa de su amo».
04 Quedaron aterrorizados y se dijeron: «Si dos reyes no fueron capaces de hacerle frente, ¿cómo podremos hacerlo nosotros?»
04 Quedaron aterrorizados y se dijeron: «Si dos reyes no fueron capaces de hacerle frente, ¿cómo podremos hacerlo nosotros?»
05 El mayordomo del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los que educaban a los hijos del rey dieron a Jehú esta respuesta: «Somos tus servidores y haremos todo lo que nos pidas. No proclamaremos rey. Haz lo que mejor te parezca».
06 Jehú les escribió entonces una segunda carta en la que les decía: «Si están conmigo y si están dispuestos a servirme, tomen las cabezas de los hijos de su amo y vengan a verme mañana, a la misma hora, en Yizreel». Los hijos de los reyes eran setenta y eran educados por los nobles de la ciudad.
07 En cuanto recibieron la carta, apresaron a los hijos del rey, degollaron a los setenta, pusieron sus cabezas en unos canastos y se las enviaron a Yizreel.
08 Llegó un mensajero a avisarle a Jehú: «¡Acaban de traer las cabezas de los hijos del rey!» Jehú respondió: «Hagan con ellas dos montones a la entrada de la puerta de la ciudad hasta mañana».
09 A la mañana siguiente Jehú salió y se presentó ante el pueblo, diciéndole: «Ustedes no han cometido delito alguno, mientras que yo conspiré contra mi señor y le di muerte... Pero, ¿quién dio muerte a todos éstos?
10 Vean como ninguna de las palabras que pronunció Yavé contra la casa de Ajab ha quedado sin cumplirse. Yavé llevó a cabo todo lo que había anunciado por boca de su servidor Elías».
11 Jehú dio muerte a todos los que aún estaban vivos de la casa de Ajab en Yizreel: a sus consejeros, sirvientes, sacerdotes; no dejó a nadie con vida.
12 Después se encaminó Jehú a Samaría. Cuando llegó a Bet-Equed-de los Pastores,
13 se encontró con los hermanos de Ocozías, rey de Judá. Les preguntó: «¿Quiénes son ustedes?» Respondieron: «Somos los hermanos de Ocozías y hemos bajado para saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina».
14 Entonces Jehú dijo: «¡Deténganlos!» Los apresaron y los degollaron en la Cisterna de Bet-Equed. Eran cuarenta y dos; a ninguno dejó Jehú con vida.
15 Saliendo de allí encontró a Yonadab, hijo de Recab, que le salía al encuentro. Lo saludó y le dijo: «¿Serás leal conmigo como yo quiero serlo contigo?» Yonadab le respondió: «Sí». «Si es sí, le dijo, dame la mano». Yonadab le tendió la mano y Jehú lo hizo subir a su carro al lado de él.
16 Lo llevó en su carro diciéndole: «Ven conmigo y verás mi celo por Yavé».
17 Cuando hubo entrado en Samaría, Jehú dio muerte a todos los que quedaban de la familia de Ajab en Samaría; los mató a todos, según la palabra de Yavé dicha por Elías.
18 Después reunió Jehú a todo el pueblo e hizo esta proclama: «Ajab sirvió sólo un poco a Baal, Jehú lo servirá mucho mejor.
19 Que se reúnan en torno a mí todos los profetas de Baal, todos sus ayudantes, todos sus sacerdotes, que no falte nadie, porque tengo que ofrecer un gran sacrificio a Baal. Los que no vengan serán condenados a muerte». Era una trampa, pues así quería Jehú dar muerte a todos los que servían a Baal.
20 Jehú añadió: «Convoquen a una asamblea solemne en honor de Baal». Ellos la convocaron.
21 Jehú despachó emisarios por todo Israel y se reunieron todos los servidores de Baal; no faltó ninguno. Entraron en la casa de Baal, que se llenó de bote en bote.
22 Jehú había dicho al hombre encargado de las vestimentas: «Saca las vestimentas para todos los servidores de Baal», y aquél había sacado las vestimentas.
23 Cuando Jehú llegó a la casa de Baal junto con Yonadab, hijo de Reab, dijo a los seguidores de Baal: «Averigüen y cerciórense de que aquí no haya ningún servidor de Yavé sino sólo los secuaces de Baal».
24 Luego entró para ofrecer los sacrificios y los holocaustos. 24 Jehú había ubicado afuera a ochenta hombres, a los que había dicho: «Entregaré a esos hombres en sus manos; si alguno de ustedes deja escapar a uno solo, pagará con su vida».
25 En cuanto terminó el holocausto, Jehú dijo a los guardias y a sus oficiales: «Entren, maten y que no escape nadie». Los guardias y sus oficiales les dieron muerte a espada; mientras avanzaban hasta el santuario del templo de Baal, iban tirando para afuera los cadáveres.
26 Botaron el poste sagrado de la casa de Baal y lo quemaron;
27 en seguida demolieron el altar de Baal y lo convirtieron en un basural que existe todavía hoy.
28 Así fue como Jehú hizo que desapareciera el culto a Baal en Israel.
29 Sin embargo Jehú no se apartó de los pecados a los cuales Jeroboam, hijo de Nabat, había arrastrado a Israel, a saber, los terneros de oro que estaban en Betel y en Dan.
30 Yavé dijo a Jehú: «Ya que has actuado bien, ya que has hecho lo que es justo a mis ojos, y has llevado a cabo todo lo que había decidido en contra de la casa de Ajab, tus hijos reinarán en Israel hasta la cuarta generación».
31 Pero Jehú no se preocupó de caminar con todo su corazón según la ley de Yavé, Dios de Israel. No se apartó de los pecados a los que Jeroboam había arrastrado a Israel.
32 Por esos días, Yavé comenzó a reducir el territorio de Israel: Jazael derrotó a los israelitas en todo el territorio
33 al este del Jordán, en el territorio de Galaad, en el de Gad, Rubén y Manasés, desde Aroer, que está encima del torrente Arnón; en una palabra, en Galaad y en Basán.
34 El resto de las acciones de Jehú, todo lo que hizo y toda su valentía, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
35 Jehú se acostó con sus padres y lo enterraron en Samaría; en su lugar reinó YoAjaz, su hijo.
36 Jehú había reinado en Israel, desde Samaría, durante veintiocho años.

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