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martes, 30 de diciembre de 2014

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO-MARIA VALTORTA


436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención.
14 de mayo de 1946.

1Y el sábado continúa, propiamente en el sábado. En la espléndida mañana, no pesado aún el aire por el calor, es agradable estar sentados, reunidos fraternal y pacíficamente debajo de la pérgola llena de sombra, o donde el manzano que está al lado de la higuera y del almendro proyecta, con éstos, manchas de sombra, prolongando la de la pérgola en que madura la uva. Es bonito ir y venir paseando por los senderos que hay entre los cuadros, yendo de la colmena hasta el palomar, desde éste hasta la pequeña gruta, y luego, pasando detrás las mujeres   María, María Cleofás, la nuera de ésta: Salomé de Simón, Áurea  , ir hacia los pocos olivos que desde el promontorio se alargan hacia el huerto quieto. Y esto es lo que hacen Jesús y los suyos, María y las otras mujeres. Y Jesús adoctrina incluso sin querer. Y María adoctrina incluso sin querer. Y los discípulos del primero y las discípulas de la segunda están atentos a las palabras de los dos Maestros.
Áurea, sentada en su taburetito habitual a los pies de María, casi acuclillada, está con las manos entrelazadas alrededor de las rodillas, la cara levantada, con los ojos abiertos completamente y fijos en el rostro de María: parece una niña escuchando una fábula. Pero no es una fábula, es una hermosa verdad. María cuenta las antiguas historias de Israel a la pequeña paganita de ayer, y las otras, aunque conozcan las historias patrias, escuchan también con atención. Porque es muy dulce oír fluir de esos labios la historia de Raquel, la de la hija de Jefté, la de Ana de Elcaná.
2Judas de Alfeo se acerca lentamente y escucha sonriendo. Está detrás de María, que, por tanto, no le ve. Pero la mirada sonriente de María Cleofás a su Judas advierte a María de que alguno está detrás de Ella, y se vuelve: «¡Oh, Judas! ¿Has dejado a Jesús por escucharme a mí, una pobre mujer?».
«Sí. Te dejé a ti para ir con Jesús, porque la primera maestra mía fuiste tú, pero me es dulce alguna vez dejarle a Él para venir contigo, a hacerme niño como cuando era un escolar tuyo*. Continúa, te lo ruego...».
«Áurea quiere su premio todos los sábados. El premio es narrarle aquello que más impresión le haya causado de nuestra Historia (yo se la voy explicando un poco cada día mientras trabajamos)».
También los otros se han acercado... Judas Tadeo dice: «¿Y qué te gusta, niña?».
«Muchas cosas; todo, podría decir... Pero, mucho mucho, Raquel, y Ana de Elcaná, luego Rut... y luego... ¡ah!, es muy bonito Tobit y Tobías con el Ángel, y luego la esposa que ora para ser liberada...».
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* cuando era un escolar tuyo, como en 38.8/9.

«¿Y Moisés no?».
«Me da miedo... Demasiado grande... Y en los profetas me gusta Daniel defendiendo a Susana». Mira a su alrededor y susurra: «...también a mí me ha defendido mi Daniel» y mira a Jesús.
«¡Pero también son bonitos los libros de Moisés!» .
«Sí. Donde enseñan a no hacer las cosas que son feas. Y también donde hablan de aquella estrella que nacerá de Jacob. Yo ahora sé su nombre. Antes no sabía nada. Y mi fortuna es mayor que la de aquel profeta, porque yo la veo, y además de cerca. Ella me ha dicho todo, así que sé también yo» termina con un cierto aire triunfal.
«¿Y la Pascua no te gusta?».
«Sí... pero... también los hijos de los demás tienen mamá. ¿Por qué matarlos? Yo entre el Dios que salva y el que mata, prefiero al primero...».
«Tienes razón... 3María, ¿no le has contado todavía nada de su Nacimiento?» dice Santiago, señalando al Señor, que escucha y calla.
«Todavía no. Quiero que conozca bien el pasado, antes del presente; para comprender este presente, que tiene su razón de ser en el pasado. Cuando lo conozca, verá que el Dios que te produce miedo, el Dios del Sinaí, es un Dios de amor severo, pero en todo caso amor».
«¡Oh, Madre, dímelo ahora, que me costará menos esfuerzo comprender el pasado cuando sepa el presente, que, por lo que yo sé de él, es muy bonito y hace amar a Dios sin miedo! ¡Yo necesito no tener miedo.
«La niña tiene razón. Recordad siempre todos esta verdad cuando evangelicéis. Las almas necesitan no tener miedo para ir a Dios con toda confianza. Es lo que Yo me esfuerzo en hacer, y más aún cuando, o por ignorancia o por culpas, están sujetos a temer mucho a Dios. Pero Dios, incluso el Dios que castigó a los egipcios y que te produce miedo, Áurea, es siempre bueno. Mira: cuando quitó la vida a los hijos de los egipcios crueles, tuvo piedad con ellos, los cuales, no creciendo, no se hicieron pecadores como sus padres, y dio tiempo de arrepentirse a sus padres del mal cometido. Así pues, fue una severa bondad. 4Hay que saber distinguir la verdadera bondad de lo que es sólo debilidad de educación. Cuando Yo era un pequeño infante, fueron asesinados muchos pequeñuelos en el pecho mismo de sus madres. Y el mundo gritó de horror. Pero, cuando el Tiempo ya no exista ni para los individuos ni para la Humanidad entera, comprenderéis, una y mil veces, que fueron afortunados, benditos en Israel, en la Israel de los tiempos de Cristo, aquellos que, por haber sido exterminados en la infancia, fueron preservados del mayor de los pecados, el de ser cómplices de la muerte del Salvador» .
«¡Jesús!» grita María de Alfeo poniéndose en pie, asustada, mirando a su alrededor como si temiera ver salir a los deicidas de detrás de los setos y de los troncos del huerto. «¡Jesús!» repite mirándole con pena.
«¿Es que ya no conoces las Escrituras, que tanto te asombras de esto que digo?» le pregunta Jesús.
«Pero... Pero... No es posible... No debes permitirlo... Tu Madre...».
«Es Salvadora conmigo, y sabe. Mírala a imítala».
María, en efecto, está austera, regia con su palidez, que es intensa; e inmóvil. Tiene las manos apoyadas en su regazo, apretadas, como en oración; alta la cabeza, la mirada fija en el vacío...
5María de Alfeo la mira. Luego se dirige de nuevo a Jesús: «¡Pero, de todas formas, no debes hablar de este horrendo futuro! Le clavas una espada en el corazón».
«Hace treinta y dos años que está esta espada en su corazón».
«¡Nooo! ¡No es posible! María... siempre tan serena... María...».
«Pregúntaselo a Ella, si no crees en lo que digo».
«¡Sí que se lo pregunto! ¿Es verdad, María? ¿Sabes esto?...».
Y María, con voz blanca pero firme, dice: «Es verdad. Tenía Él cuarenta días cuando me lo dijo un santo... Pero incluso antes... ¡oh!, cuando el Ángel me dijo que, sin dejar de ser la Virgen, concebiría un Hijo, que por su concepción divina sería llamado Hijo de Dios, lo que realmente es; cuando se me dijo esto, y que en el seno de Isabel estéril estaba formado un fruto por milagro del Eterno, no me fue difícil recordar las palabras de Isaías: "La Virgen dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel"... ¡Todo, todo Isaías! Y donde habla del Precursor... Y donde habla del Varón de dolores, rojo, rojo de sangre, irreconocible... un leproso... por nuestros pecados... La espada está en el corazón desde entonces, y todo ha servido para hincarla más: el cantar de los ángeles y las palabras de Simeón y la venida de los Reyes de Oriente, y todo, todo...».
«¿Pero, todo, qué otras cosas, María mía? Jesús triunfa, Jesús hace prodigios, le siguen turbas cada vez más numerosas... ¿No es, acaso, verdad?» dice María de Alfeo.
Y María, siguiendo en la misma postura, dice a cada pregunta: «Sí, sí, sí» sin congoja, sin alegría, solamente asiente con serenidad, porque así es...
«¿Y entonces? ¿Qué otro todo te clava la espada en el corazón?».
«¡Oh!... Todo...».
6«¿Y estás tan serena? ¿Tan serena? Siempre igual que cuando llegaste aquí, casada, hace treinta y tres años. Y me parece ayer todo este cúmulo de recuerdos... ¿Pero cómo tienes esta fuerza?... Yo... yo estaría como loca... yo haría... no sé lo que haría... Yo... ¡Bueno, que no, que no es posible que una madre sepa esto y esté serena!».
«Antes de ser Madre, soy hija y sierva de Dios... Mi serenidad ¿dónde la encuentro? En hacer la voluntad de Dios. Mi serenidad ¿de qué me viene? De hacer esta voluntad. Si hiciera la voluntad de un hombre, podría sentirme turbada, porque un hombre, aun el más sabio, siempre puede imponer una voluntad errada. ¡Pero la de Dios!... Si Él ha querido que sea Madre de su Cristo, ¿deberé acaso pensar que es un hecho cruel, y perder en este pensamiento mi serenidad? ¿Saber lo que será la Redención para Él, y para mí, también para mí, deberá turbarme con el pensamiento de cómo voy a superar ese momento? ¡Oh! será tremenda...» y María sufre un involuntario sobresalto, como un escalofrío improviso, y cierra las manos como para impedirles temblar, como para orar más ardientemente, mientras que su cara se pone aún más blanca, y los párpados sutiles, con un parpadeo de angustia, se cierran sobre sus dulces ojos garzos. Pero, después de un profundo suspiro de congoja, reafirma su voz y termina: «Pero Él, Aquel que me ha impuesto su voluntad y a quien sirvo con amor confiado, me dará la ayuda para ese momento. A mí, a Él... Porque no puede el Padre dictar designios demasiado fuertes para las fuerzas del hombre; y socorre... siempre... Y nos socorrerá, Hijo mío... nos socorrerá... Él nos socorrerá... y sólo podrá ser Él, que tiene medios infinitos, el que nos socorra...».
«Sí, Madre. El Amor nos socorrerá, y en el amor nos socorreremos recíprocamente. Y en el amor redimiremos...».
Jesús se ha puesto al lado de su Madre y ahora le pone una mano en el hombro. Ella levanta la cara para mirar a su hermoso y sano Jesús, destinado a quedar desfigurado por las torturas, muerto con mil heridas, y dice: «En el amor y en el dolor... Sí. Y juntos...».
7Ya ninguno dice nada... En círculo   alrededor de los dos Protagonistas principales de la futura tragedia del Gólgota  , apóstoles y discípulas parecen estatuas pensativas...
Áurea se ha quedado petrificada en su taburete... Pero es la primera que se recobra, y, sin ponerse en pie, se arrodilla, de forma que se encuentra justo contra María; le abraza las rodillas y agacha su cabeza y la apoya en su regazo; dice: «¡También por mí todo esto!... ¡Cuánto cuesto y cuánto os amo por lo que os cuesto! ¡Oh, Madre de mi Dios, bendíceme para que no os cueste sin fruto...».
«Sí, hija mía. No temas. Dios también te ayudará a ti, si aceptas siempre su voluntad». Le acaricia los cabellos y las mejillas, y siente éstas empapadas de llanto. «¡No llores! Del Cristo lo primero que has conocido ha sido el destino de dolor, el final de su misión de Hombre. No es justo que, habiendo conocido esto, ignores los momentos primeros de su vida en el mundo. Escucha... A todos les gustará salir de la contemplación amarga, tenebrosa, evocando el dulce momento, todo luz, todo canto, todo hosanna, de su Nacimiento... Escucha...» y María, explicando la razón del viaje a Belén de Judá, ciudad anunciada como ciudad natal del Salvador, dulcemente narra la noche del Nacimiento de Cristo.


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