Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un
saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo
sobrenatural de lo oculto.
3 de octubre de 1944.
1Y
todavía Jesús que sigue andando* incansablemente por los caminos de
Palestina. El río está aún a su derecha, y Él camina en el mismo
sentido de la bonita agua: azul y resplendente en los lugares donde
el Sol la besa; verde turquí en las orillas, donde la sombra de
los árboles se refleja con sus verdes oscuros.
Jesús está en medio de sus
discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: «¿Entonces vamos
realmente hacia Jericó? ¿No temes alguna asechanza?».
«No temo. Llegué a Jerusalén
para la Pascua por otro camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde
prenderme sin llamar demasiado la atención de la gente. Créeme,
Bartolomé: para mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que
por senderos lejanos. El pueblo es bueno y sincero, pero también es
impetuoso. Se amotinaría, si me capturaran estando Yo entre ellos
para evangelizar y curar. Las serpientes trabajan en la soledad y en
la sombra. Y además... tengo todavía hoy y hoy y hoy para
trabajar... Luego... vendrá la hora del Demonio y vosotros me
perderéis. Para hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed
creerlo cuando los hechos parezcan desmentirme más que nunca».
Los apóstoles suspiran,
afligidos, y le miran con amor y pena, y Juan emite un gemido:
«¡No!», y Pedro le rodea con sus cortos y robustos brazos, como
para defenderle, y dice: «¡Oh, mi Señor y Maestro!». No dice nada
más. Pero hay mucho en esas pocas palabras.
_____________________
*
Y todavía Jesús que sigue andando... está
escrito en relación a la "visión" del día anterior,
reseñada en el capítulo 419.
«Así es, amigos. Para esto he
venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi meta, como uno
que va hacia el Sol, y sonríe a este Sol que le besa en la frente.
Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará
a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de
mi martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué
quiero sino esto? Poner vuestras manos en las manos del Eterno, Padre
mío y vuestro, y decir: "Mira, conduzco de nuevo a ti a estos
hijos. Mira, Padre, están limpios. Pueden volver a ti". Veros
arropados en su seno y decir: "Amaos, finalmente, porque el Uno
y los otros ansiáis esto, y sufríais agudamente por no haberos
podido amar". Ésta es mi alegría. Y cada día que me acerca al
cumplimiento de este retorno, de este perdón, de esta unión,
aumenta mi ansia de consumar el holocausto para daros a Dios y su
Reino».
Jesús está solemne y casi
extático mientras dice esto. Anda erguido, con su túnica azul y su
manto más oscuro, la cabeza descubierta, en esta hora aún fresca de
la mañana. Parece sonreír a una visión ¡quién sabe cuál!
que sus ojos ven, contra el fondo azul de un cielo sereno. El
Sol, que le besa en la mejilla izquierda, enciende más aún su
esplendorosa mirada y coloca relumbres de oro en sus cabellos movidos
por un leve viento y por su paso, y acentúa el rojo de los labios
abiertos para la sonrisa, y parece encender todo el rostro de una
alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón,
encendido por la caridad hacia nosotros.
2«Maestro,
¿puedo decirte una palabra?» pregunta Tomás.
«¿Cuál?».
«Anteayer dijiste que el
Redentor, Tú, tendrá un traidor. ¿Cómo podrá un hombre
traicionarte a ti, Hijo de Dios?».
«Un hombre, efectivamente, no
podría traicionar al Hijo de Dios, Dios como el Padre. Pero éste no
será un hombre. Será un demonio en cuerpo de hombre. El más
poseído, el más endemoniado de los hombres. María de Magdala tenía
siete demonios, y el endemoniado de hace unos días estaba dominado
por Belcebú. Pero en éste estará Belcebú y toda su corte
demoniaca... ¡Oh, verdaderamente el Infierno estará en ese corazón
dándole coraje para vender, como cordero al jifero, el Hijo de Dios
a sus enemigos!».
«Maestro,
¿ahora
este hombre está ya en posesión de Satanás?».
«No, Judas. Pero se inclina
hacia Satanás, a inclinarse hacia Satanás quiere decir ponerse en
las condiciones de caer en él» (Jesús habla a Judas Iscariote).
«¿Y por qué no viene a ti
para curarse de su inclinación? ¿Sabe que la tiene o lo ignora?».
«Si lo ignorara no sería
culpable, como lo es, porque sabe que tiende al mal y que no
persevera en las resoluciones de salir de él. Si perseverara vendría
a mí... pero no viene... El veneno penetra y mi cercanía no le
purifica, porque no la desea sino que huye de ella... ¡Éste es,
hombres, vuestro error! Cuanta más necesidad tenéis de mí, más
huís de mí» (Jesús ha respondido a Andrés).
«¿Pero ha venido a ti alguna
vez? ¿Le conoces? ¿Y nosotros le conocemos?».
«Mateo, Yo conozco a los
hombres antes incluso de que ellos me conozcan. Y tú lo sabes y
éstos lo saben. Yo soy el que os llamé porque os conocía».
«¿Pero nosotros le conocemos?»
insiste Mateo.
«¿Podéis no conocer a uno que
se acerca a vuestro Maestro? Vosotros sois mis amigos y compartís
conmigo el alimento, el descanso y las fatigas. Hasta mi casa os he
abierto, la casa de mi Madre santa. Os llevo a mi casa para que el
aura que en ella suavemente sopla os haga capaces de comprender el
Cielo con sus voces y mandatos. Os llevo a mi casa como un médico
lleva a sus enfermos, poco antes resurgidos de una serie de
enfermedades, a fuentes saludables que los fortalezcan venciendo los
restos de las enfermedades que siempre pueden hacerse de nuevo
nocivas. Por tanto, no tenéis desconocimiento de ninguno de los que
se acercan a mí».
«¿En qué ciudad le has
visto?».
«¡Pedro, Pedro! ».
«Es verdad, Maestro, soy peor
que una mujer chismosa. Perdóname. Pero es el amor, ya sabes...».
«Ya sé. Y por esto te digo que
no siento aversión por este defecto tuyo. Pero, quítatelo también».
«Sí, Señor mío».
3El
sendero, encajonado entre una hilera de árboles y una pequeña
acequia, se estrecha, y el grupo se hace más lineal. Jesús va
hablando precisamente con Judas Iscariote, al cual da indicaciones
para las compras y las limosnas. Detrás, de dos en dos, van los
otros. En la cola, solo, Pedro. Piensa. Camina cabizbajo, tan
recogido en sus pensamientos, que ni siquiera se da cuenta de que se
va quedando distanciado de los otros.
«¡Eh, tú, hombre!» se dirige
a él uno que pasa a caballo. «¿Estás con el Nazareno?».
«Sí. ¿Por qué?».
«¿Vais a Jericó?».
«¿Te preocupa saberlo? Yo no
sé nada. Sigo al Maestro y no pregunto nada. Dondequiera que vaya,
bien hecho está. El camino es el de Jericó, pero no hay que
descartar que regresáramos a la Decápolis. ¡Quién sabe! Si
quieres saber más, allí está el Maestro».
El hombre espolea y Pedro le
hace detrás una mueca curiosa y barbota: «No me fío, mi señorote.
¡Sois todos una masa de perros! No quiero ser yo el traidor. Me juro
a mí mismo: "Esta boca quedará sigilada". Esto es» y
hace una señal en sus labios como si los cerrara con candado.
El hombre que va a caballo ya ha
llegado donde Jesús. Le pregunta. Ello da la manera a Pedro de
alcanzar a los otros.
Cuando el hombre se marcha, hace
un gesto de saludo a Judas Iscariote. Ninguno lo advierte, menos
Pedro, que viene el último, y que parece no aplaudir ese saludo.
Toma a Judas de una manga y le pregunta: «¿Quién es? ¿Le conoces?
¿Y por qué?».
«De vista. Es un rico de
Jerusalén».
«Tienes amistades encumbradas
tú, ¿eh? Bien... si es que es bien. Pero... dime: ¿es ese cara de
zorra el que te dice tantas cosas?...».
«¿Qué cosas?».
«¡Hombre, pues las que dices
que sabes sobre el Maestro!».
«¿Yo?».
«Sí. Tú. ¿No te acuerdas de
aquel atardecer* de agua y barro, cuando la crecida?».
«¡Ah! No, no. ¿Pero piensas
todavía en unas palabras dichas en un momento de malhumor?».
«Yo pienso en todo lo que puede
perjudicar a Jesús: cosas, personas, amigos, enemigos... Y siempre
estoy dispuesto a mantener las promesas que hago a quien quiera
perjudicar a Jesús. Adiós».
Judas le mira de forma curiosa
mientras se marcha. En su mirada hay estupor, dolor, enojo, y diría
incluso más: hay odio.
4Pedro
llega donde Jesús y le llama.
«¡Oh! ¡Pedro! ¡Ven!». Jesús
le pone un brazo en los hombros.
«¿Quién era ese híspido
judío?».
«¿Híspido, Pedro? ¡Si estaba
todo liso y perfumado!».
«Tenía híspida la conciencia.
Desconfía, Jesús».
«Te he dicho que no es todavía
mi tiempo. Y cuando ese tiempo llegue, ninguna desconfianza me
salvará... si es que quisiese salvarme. Si Yo quisiera salvarme,
hasta las piedras gritarían y me formarían una cadena en torno».
«Será así... Pero,
desconfía... ¿Maestro!».
«¿Pedro? ¿Que te sucede?».
«Maestro... tengo una cosa que
decirte y un peso en el corazón».
«¿Una cosa? ¿Un peso?».
«Sí. El peso es un pecado. La
cosa es un consejo».
«Empieza por el pecado».
«Maestro... yo... yo odio... yo
siento repulsa, eso es, si es que no es odio porque Tú no
quieres que haya odios , por uno de nosotros. Me da la
impresión de estar cerca de una hura de donde sale hedor de
serpientes en celo... y temo que salgan para dañarte. Ese hombre es
una madriguera de serpientes y él mismo está en celo con el
demonio».
«¿Cómo lo deduces?».
«Bueno, pues... No sé. Soy
rudo e ignorante, pero tonto no soy. Estoy acostumbrado a leer en los
vientos y en las nubes... y me ha venido ojo también para los
corazones. Jesús... tengo miedo».
«No juzgues, Pedro. Y no
sospeches. La sospecha crea quimeras. Se ve lo que no existe».
_______________________
*
aquel atardecer..., en
481.5/7.
«Dios eterno quiera que no haya
nada. Pero yo no estoy seguro».
«¿Quién es, Pedro?».
«Judas de Keriot. Se jacta de
tener amistades encumbradas. Incluso hace poco ese mala facha le ha
saludado como se saluda a uno bien conocido. Antes no las tenía» .
«Judas es el que recibe y
reparte. Tiene posibilidades de tratar con los ricos. Es hábil».
«¡Ya! Es
hábil... Maestro,
dime la verdad, ¿Tú no sospechas?».
«Pedro, te quiero
entrañablemente por tu corazón. Pero quiero que seas perfecto, y
perfecto no es el que no obedece. Te he dicho: no juzgues y no
sospeches».
«Sí pero no me dices...».
«Dentro de poco estaremos cerca
de Jericó y nos pararemos a esperar a una mujer que no puede
recibirnos en su casa...».
«¿Por qué? ¿Es una
pecadora?».
«No. Es una desdichada. Ese
hombre a caballo que tanto fastidio te ha dado ha venido a decirme
que la espere. Y la voy a esperar, aunque sé que nada puedo hacer
por ella. ¿Y sabes quién ha puesto sobre mis pasos a la mujer y a
ese hombre? Judas. Como ves, por motivo honesto conoce a ese judío».
Pedro agacha la cabeza y calla,
confuso. Quizás no convencido y curioso todavía. Pero calla.
5Jesús
se detiene fuera de los muros de la ciudad, y, cansado, se sienta a
la sombra fresca de un sotillo que da sombra a una fuente cabe la
cual hay cuadrúpedos abrevándose. Los discípulos se sientan,
también esperando. Debe ser una parte muy secundaria de la ciudad,
porque, aparte de estos caballos y asnos, sin duda de mercaderes en
viaje, no hay gente.
Viene una mujer, toda arropada
en un manto oscuro y con el rostro muy cubierto. El velo, tupido y
oscuro, baja hasta la mitad de la cara. Viene con ella el hombre de
antes, ahora a pie, y otros tres hombres pomposamente vestidos.
«Te saludamos, Maestro».
«Paz a vosotros».
«Ésta es la mujer. Escúchala
y concédele lo que desea».
«Si puedo».
«Tú puedes todo».
«¿Lo crees, saduceo?». El
saduceo es el que iba a caballo.
«Creo en lo que veo».
«¿Y has visto que puedo?».
«Lo he visto» .
«¿Y sabes por qué puedo?».
Silencio. «¿Puedo saber cómo juzgas que puedo?». Silencio.
Jesús deja de ocuparse de él y
de los otros. Habla a la mujer: «¿Qué quieres?».
«Maestro... Maestro...».
«Habla, pues, sin temor».
La mujer mira oblicuamente a sus
acompañadores, los cuales lo interpretan a su manera.
«Esta mujer tiene a su marido
enfermo y te pide su curación. Es persona influyente, de la corte de
Herodes. Te conviene concederle lo que te pide».
«No por ser influyente, sino
por su infelicidad, se lo concederé si puedo. Ya lo he dicho. ¿Qué
le pasa a tu marido? ¿Por qué no ha venido? ¿Por qué no quieres
que yo vaya a verle?».
Nuevo silencio y nueva mirada
oblicua.
«¿Quieres
hablarme sin testigos? Ven» . 6Se
separan unos pasos. «Habla».
«Maestro... yo creo en ti. Creo
tanto, que estoy segura de que sabes todo sobre él, sobre mí, sobre
nuestra desgraciada vida... Pero él no cree... Y te odia... Y
él...».
«Y él no
puede
sanar
porque no tiene fe. No sólo no tiene fe en mí, es que tampoco tiene
fe en el Dios verdadero».
«¡Ah! ¡Tú
sabes!». La mujer llora desesperadamente. «¡Es un infierno mi
casa! ¡Un infierno! Tú liberas a los poseídos. Sabes, por tanto,
lo que es el demonio. ¿Pero a este demonio sutil, inteligente, falso
e instruido, le conoces? ¿Sabes a qué perversiones conduce? ¿Sabes
a qué pecados? ¿Sabes la destrucción que causa en torno a sí? ¿Mi
casa? ¿Es una casa? No. Es el umbral del Infierno. ¿Mi marido? ¿Es
mi marido? Ahora está enfermo y no se cuida de mí. Pero, incluso
cuando estaba fuerte y deseoso de amor, ¿era un hombre el que me
abrazaba, el que me tenía, el que me poseía? ¡No! Yo estaba entre
las espiras de un demonio, sentía el hálito y la baba de un
demonio. Le he querido mucho, le quiero. Soy su mujer y me tomó la
virginidad cuando yo era poco más que niña: tenía poco más de
catorce años. Pero, aunque la hora me transportase a aquella primera
hora, y
con ella me recordase las sensaciones intactas del primer abrazo que
me hizo mujer, yo, con la parte más elevada de mí lo primero y
luego con la carne y la sangre, sentía repulsa, repulsa de horror,
cuando me daba cuenta de que él estaba ensuciado de nigromancia. Me
parecía que, no mi marido, sino los muertos que él invocaba
estuvieran sobre mí, saciándose de mí... Y también ahora, ahora,
con sólo mirarle, moribundo y todavía abismado en esa magia, siento
repulsión. No le veo a él... veo a Satanás. ¡Oh, dolor mío! Ni
siquiera en la muerte estaré con él, porque la Ley lo prohíbe.
Sálvale, Maestro. Te pido que le cures para darle tiempo de
curarse». La mujer llora angustiosamente.
«Pobre
mujer! No, Yo no
puedo curarle».
«¿Por qué, Señor?» .
«Porque él no quiere».
«Sí. Tiene miedo de la muerte.
Sí, sí que quiere».
«No quiere.
No es un demente, no es un poseído que no conozca su estado y que no
pida la liberación porque no tenga la facultad del pensamiento
libre. No es uno que tenga impedida la voluntad. Es uno que quiere
ser
lo que es. Sabe que lo que hace está prohibido. Sabe que está
maldecido por el Dios de Israel. Pero persiste. Aunque le curase - y
empezaría por el alma él volvería a su satánico disfrute.
Su voluntad está corrompida. Es rebelde. No puedo».
7La
mujer llora más fuerte. Se acercan los que la han acompañado. «¿No
la complaces en lo que te pide, Maestro?».
«No puedo».
«¿No os lo había dicho? ¿Y
las razones?».
«Tú, saduceo, ¿las pides? Te
remito al libro de los Reyes*. Lee lo que dijo Samuel a Saúl y lo
que dijo Elías a Ocozías. El espíritu del profeta recrimina al rey
el haberle molestado llamándole del reino de los muertos. No es
lícito hacerlo. Lee el Levítico, si es que ya no te acuerdas de la
palabra de Dios, Creador y Señor de todo lo que existe, Tutor de la
vida y de los que están en la muerte. Muertos y vivos están en las
manos de Dios y no os es lícito arrancárselos de sus manos. Ni por
vana curiosidad ni por sacrílega violencia ni por incredulidad
maldita. ¿Qué queréis saber? ¿Si hay un futuro eterno? Y decís
que creéis en Dios. Si Dios existe, tendrá una corte ¿no? ¿Y qué
corte será, sino una corte eterna como Él, compuesta por espíritus
eternos? Si decís que creéis en Dios, ¿por qué no creéis en su
palabra? ¿No dice su palabra: "No practicaréis adivinación ni
observaréis los sueños"? ¿No dice: "Si uno se dirige a
los magos y a los adivinos y fornica con ellos, volveré contra él
mi rostro y le exterminaré de en medio de su pueblo"? ¿No
dice: "No os hagáis dioses de fundición"? ¿Y qué sois
vosotros? ¿Samaritanos y perdidos, o sois hijos de Israel? ¿Y qué
sois: hombres sin raciocinio o capaces de razonar? Y si, razonando,
negáis la inmortalidad del alma, ¿por qué invocáis a los muertos?
¿Si no son inmortales esas partes incorpóreas que animan al hombre,
qué otra cosa queda de un hombre después de la muerte? Podredumbre
y huesos, blancos huesos emergentes de una gusanera. Y, si no creéis
en Dios tanto como que recurrís a ídolos y señales para
obtener curación, dinero, oráculos, como ha hecho este cuya salud
pedís , ¿por qué sí os hacéis dioses de fundición y
creéis que ellos os pueden decir palabras más verdaderas, más
santas, más divinas que las que Dios os dice? Ahora Yo os doy la
misma respuesta que diera Elías a Ocozías: "Por haber enviado
mensajeros a consultar a Belcebú, dios de Acarón, como si no
hubiera un Dios en Israel a quien poder consultar, por ello, no
bajarás de la cama a que has subido, y ciertamente morirás en tu
pecado"».
8«Siempre
eres Tú el que insulta y nos ataca. Es una observación que te hago.
Nosotros venimos hacia ti para...».
«Para hacerme caer en una
trampa. Pero Yo os leo el corazón. ¡Quitaos la máscara, herodianos
vendidos al enemigo de Israel! ¡Quitaos la máscara, fariseos falsos
y crueles! ¡Quitaos la máscara, saduceos, verdaderos samaritanos!
¡Quitaos la máscara, escribas de palabra contraria a las obras!
¡Quitaos la máscara, todos vosotros violadores de la Ley de Dios,
enemigos de la Verdad, cuyos del Mal! ¡Quitáosla, profanadores de
la Casa de Dios! ¡Quitáosla, agitadores de las conciencias débiles!
¡Quitaos la máscara, chacales que oléis la víctima en el viento
que la ha tocado y seguís esa pista y aguaitáis, esperando la
hora propicia para
__________________________
*
Te remito al libro de los Reyes,
es decir: 1
Samuel 28, 15 19; 2 Reyes 1, 16. Lee el Levítico, en
Levítico
19, 4.26.31; 20, 6.
matar, y os relaméis los labios
ante aquel cuya sangre anticipadamente saboreáis, y soñáis que
llegue esa hora!... ¡Oh, chalanes y fornicadores, que vendéis por
mucho menos de un puñado de lentejas vuestra primogenitura entre los
pueblos! Ya no tendréis bendición, porque otros pueblos se vestirán
con la zalea del Cordero de Dios, y verdaderos Cristos serán a los
ojos del Altísimo, quien, sintiendo emanar de ellos la fragancia de
su Cristo, dirá: "¡Éste es el olor de mi Hijo! Semejante al
olor de un florido campo bendecido por Dios. Para vosotros el rocío
del Cielo: la Gracia. En vosotros, la copiosidad de la Tierra (los
frutos de mi Sangre). En vosotros, abundancia de trigo y de vino (mi
Cuerpo y mi Sangre, que daré a los hombres para vida y para recuerdo
de mí). Que os sirvan los pueblos y ante vosotros se inclinen las
gentes, porque donde esté el signo de mi Cordero estará el Cielo. Y
la Tierra está subordinada al Cielo. Dominad a vuestros hermanos,
porque los seguidores de mi Cristo serán los reyes del espíritu,
teniendo como tienen la Luz, y a esta Luz los otros volverán la
mirada esperando en su auxilio. Se inclinen ante vosotros los hijos
de vuestra madre: la Tierra. Sí, todos los hijos de la Tierra se
inclinarán un día ante mi Signo. Maldito quien os maldice y bendito
quien os bendice, porque tanto la bendición como la maldición que
recae sobre vosotros a mí viene, a mí, Padre y Dios vuestro".
Esto dirá. Esto, fornicadores que pudiendo tener como amada esposa
del alma la verdadera fe fornicáis con Satanás y con sus falsas
doctrinas. Esto es lo que dirá, asesinos, asesinos de conciencias y
asesinos de cuerpos. Aquí hay víctimas vuestras. Y, si bien dos
corazones son asesinados, un Cuerpo lo tendréis sólo durante el
tiempo de Jonás. Y luego ese Cuerpo, unido a su inmortal Esencia, os
juzgará». .
Jesús se muestra terrible en
esta invectiva. ¡Terrible! Creo que más o menos se mostrará así
en el último Día.
9«¿Y
dónde están estos asesinados? ¡Tú deliras! ¡Tú eres un cuyo de
Belcebú! Tú fornicas con él y en su nombre obras milagros. Y en
nuestro caso no puedes porque tenemos la amistad de Dios».
«Satanás no se expulsa a sí
mismo. Yo expulso los demonios. ¿En nombre de quién, entonces?».
Silencio. «¡Responded!».
«Pero no merece la pena
ocuparse de este endemoniado. Ya os lo había dicho. Vosotros no lo
creíais. Oídlo de sus labios. Responde, Nazareno demente. ¿Conoces
el siemanflorás?».
«¡No necesito conocerlo!».
«¿Oís? Una pregunta más: ¿No
has estado en Egipto?».
«Sí».
«¿Lo veis? ¿Quién es el
nigromante, el satanás? ¡Horror! Ven, mujer. Tu marido es santo
respecto a éste. ¡Ven!... Necesitarás purificarte. ¡Has tocado a
Satanás!...». Y se marchan con vivos gestos de repulsa y
arrastrando a la mujer, que llora.
Jesús, con los brazos cruzados,
los sigue con los relámpagos de sus miradas.
10«Maestro...
Maestro...». Los apóstoles están aterrorizados, por la violencia
de Jesús y por las palabras de los judíos.
Pedro pregunta (incluso un poco
agachado al decirlo): «¿Qué han querido decir con esas últimas
preguntas? ¿Qué es esa cosa?».
«¿Qué? ¿El siemanflorás?»
(¡Eso! ¿Qué chisme es ése?).
«Sí. ¿Qué es?».
«No pienses en ello. Confunden
la Verdad con la Mentira, a Dios con Satanás, y en su soberbia
satánica piensan que haya que conjurar a Dios con su tetragama, para
que condescienda con los deseos humanos. El Hijo habla con el Padre
el lenguaje verdadero, y con él, por amor recíproco de Padre e
Hijo, se cumplen los milagros».
«¿Pero por qué te ha
preguntado si has estado en Egipto?». .
«Porque el Mal se sirve de las
cosas más inocuas para sacar de ellas acusaciones contra aquel a
quien desea asestar el golpe. Mi estancia infantil en tierra de
Egipto estará entre las imputaciones en su hora de venganza. Sabed,
vosotros y los futuros, que con el astuto Satanás y sus fieles
servidores hay que tener doble astucia. Por esto he dicho: "Sed
astutos como serpientes, además de sencillos como palomas".
Esto es para poner el mínimo de armas en manos de los demonios. Y,
de todas formas, no sirve. Vamos».
«¿A dónde, Maestro? ¿A
Jericó?».
«No. Tomaremos una barca y
pasaremos de nuevo a la Decápolis. Remontaremos el Jordán hasta la
altura de Enón y luego bajaremos a tierra. Después, en las riberas
de Genesaret, tomaremos otra barca y pasaremos a Tiberíades, y de
allí a Caná y a Nazaret. Tengo necesidad de mi Madre. Y también
vosotros. Lo que el Cristo no hace con su Palabra lo hace María con
su silencio. Lo que no hace mi poder lo hace su pureza. ¡Oh, Madre
mía!».
«¿Estás llorando, Maestro?
¿Estás llorando? ¡Oh, no! ¡Nosotros te defenderemos! ¡Nosotros
te queremos!».
«No lloro ni
temo por los que me aborrecen. Lloro porque los corazones son más
duros que el diaspro y nada puedo
en
muchos de ellos. Venid, amigos».
Y bajan a la orilla y en la
barca de uno remontan el río. Todo termina así.
11Dice
Jesús:
«Tú y quien te guía meditad
mucho mi respuesta a Pedro.
El mundo y por mundo
entiendo no sólo los laicos niega lo sobrenatural, y, luego,
ante las manifestaciones de Dios, está dispuesto a sacar a colación
no lo sobrenatural sino lo oculto. Confunden una cosa con la otra.
Ahora escuchad: sobrenatural es lo que de Dios viene. Oculto es lo
que viene de fuente extraterrena pero no tiene raíz en Dios.
En verdad os
digo que los espíritus pueden venir a vosotros. ¿Pero cómo? En dos
modos. Por mandato de Dios o por violencia del hombre. Por mandato de
Dios vienen ángeles y beatos y espíritus que ya están en la luz de
Dios. Por violencia del hombre pueden venir espíritus sobre los
cuales un hombre puede tener mando, por estar sumergidos en regiones
más bajas que las humanas, donde todavía hay un recuerdo de Gracia,
si ya no hay Gracia activa. Los primeros van espontáneamente,
obedeciendo a una sola autoridad: la mía. Y consigo llevan la verdad
que quiero que conozcáis. Los otros van por un complejo de fuerzas
unificadas: fuerzas del hombre idólatra con fuerzas de
Satanás ídolo. ¿Pueden daros la verdad? No. Jamás.
Jamás
en términos absolutos. ¿Puede
una fórmula, incluso habiendo sido enseñada por Satanás, doblegar
a Dios a la voluntad del hombre? No.
Dios
viene
siempre de forma espontánea. Una
oración os puede unir a Él, no una fórmula mágica.
Y si alguno
objeta: "Samuel se apareció a Saúl", Yo digo: "No
por mérito de la maga, sino por voluntad mía, con la finalidad de
hacer reaccionar al rey, rebelde a mi Ley". Algunos dirán: "¿Y
los profetas?". Los profetas hablan por conocimiento de la
Verdad, que se les infunde o directamente o por ministerio angélico.
Otros objetarán: "¿Y la mano que escribió en el banquete del
rey Baltasar?". Lean éstos la respuesta de Daniel*: "...tú
también te has engreído contra el Dominador del Cielo... celebrando
a los dioses de plata, bronce, hierro, oro, madera, piedra, los
cuales no ven ni oyen ni conocen, y no has glorificada al Dios en
cuyas manos están todos tus respiros y movimientos. Por ello, Él ha
mandado el dedo
espontáneamente mandado, mientras
que tú, rey necio y necio hombre, no pensabas en ello y te
preocupabas de llenar tu vientre y engreírte la mente - de esa mano
que ha escrito lo que ahí se encuentra".
Sí. Alguna
vez Dios os llama con manifestaciones que vosotros consideráis de un
médium, y que son en realidad manifestaciones de piedad de un Amor
que quiere salvaros. Pero no debéis querer crearlas vosotros. Las
que creáis no son nunca sinceras, no son nunca útiles, nunca traen
un bien. No os hagáis esclavos de lo que os destruye. No queráis
consideraros y creeros más inteligentes que los humildes, que se
doblegan ante la Verdad depositada desde hace siglos en mi Iglesia,
por el solo hecho de que sois unos soberbios que buscáis en la
desobediencia permisos para vuestros ilícitos instintos. Volved a la
Disciplina varias veces secular y permaneced en ella: desde Moisés
hasta Cristo, desde Cristo a vosotros, desde vosotros al último día,
es
ésa y no otra.
¿Es ciencia
esta vuestra? No. La ciencia está en mí y en mi doctrina, y la
sabiduría del hombre está en obedecerme. ¿Es curiosidad sin
peligro? No. Es contagio cuyas consecuencias sufrís luego. Fuera
Satanás si queréis tener a Cristo. Soy el Bueno y no desciendo a
convivencia con el Espíritu del Mal. O
Yo o él. Elegid.
12¡Oh
"portavoz" mío, di esto a quien hay que decírselo! Es la
última voz que se les dirige. Y tú y quien te dirige sed cautos.
Las pruebas se transforman en pruebas contrarias en manos del Enemigo
y de los enemigos de mis amigos. ¡Tened cuidado! Id con mi paz».
__________________________
*
la mano que escribió... la respuesta de Daniel..., en
Daniel
5.
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