6 de Junio de 1976
RESPETO HUMANO
Escribe, hijo mío: No te preocupes si aún no tienes la menor idea de lo que voy a decirte: esto demuestra que no eres tú el que
piensas y meditas, sino que soy Yo el que te hablo.
En mensajes anteriores te he hablado extensamente de las contradicciones de la pastoral moderna.
Estas contradicciones son tan
evidentes que no escapan a nadie, ni siquiera a las almas menos sensibles a los problemas de la vida cristiana.
Pero ¿ningún pastor tiene el valor de romper esta barrera de miedo, de respeto humano?
Miedo, respeto humano, temores se unen
formando juntos una pared casi insuperable.
Para poder escalar este muro se necesitaría, en unidad de espíritu y en ardor de fe, meditar el Evangelio, asimilar su contenido y
desear eficazmente su aplicación antes que nada en vuestro propio interior.
De ello derivaría como consecuencia la espontánea
voluntad de una aplicación exterior al Cuerpo místico. Si no se realiza primero la asimilación interior, no se puede, como
consecuencia, realizar la exterior.
Por analogía pasaría en el alma lo que normalmente sucede en el cuerpo: para un real y sin embargo siempre misterioso proceso de
la digestión, el alimento ingerido es transformado y asimilado primero, después estas sustancias se distribuyen a todos los demás
miembros que forman el cuerpo.
Contra la justicia
Pecan contra la justicia todos los que han dejado contagiar de errores y herejías a su grey, que no han tenido el valor de tomar una
posición firme contra los lobos que han hecho estragos en las almas del rebaño, especialmente en los seminarios y en las escuelas.
Pecan contra la justicia,
Pastores y Sacerdotes que permiten la propagación del materialismo en los ambientes nacidos para alegrar
a las almas, en un clima de serena alegría, que se han convertido a veces en lugares de contagio espiritual.
Pecan contra la justicia aquellos Pastores y aquellos Sacerdotes que, por tener la mente oscurecida por la presunción, no son casi
nunca objetivos en sus juicios.
Frente a terceros, toman posiciones equivocadas: no indagan directamente y a fondo, creyendo que
poseen en exclusiva la asistencia del Espíritu Santo. Con una sorprendente seguridad, cometen errores cuyas consecuencias son
lágrimas y sufrimientos para quien es la víctima de ellos.
Un padre no quiere el sufrimiento del hijo, quiere su corrección y por eso sabe unir la corrección, si se necesita, al amor y no
vincula nunca su obrar al juicio exterior de los demás.
Pastoral contradictoria
A ti, hijo mío, te parece duro afirmar esta verdad, porque tú no ves lo que Yo veo. Yo escruto los corazones humanos en su
profundidad, insondable para vosotros, pero no para Dios que los ha creado.
¿Cómo explicar el comportamiento de algunos Pastores, Superiores religiosos y Ministros míos rígidos e inflexibles hacia
sacerdotes animados de buen espíritu y con buenas iniciativas?
Por el contrario veras sonreír a los que osan rebelarse y se burlan, aún sabiendo muy bien que hacen mucho daño a la grey a ellos
confiada.
Una pastoral contradictoria no podrá nunca ser fecunda. No se dan cuenta que están sembrando en un desierto pedregoso, donde la
semilla muere en cuanto es arrojada y ni siquiera tiene tiempo de germinar.
El no querer profundizar en la investigación de los males que sufre hoy la Iglesia es también una contradicción.
Se excusarán diciendo que esto no es cierto, porque se han hecho muchísimos estudios. Sí, hasta demasiados, pero siempre en
superficie, jamás con profundidad.
La causa primera permanece siempre en el fondo de un mar tremendamente agitado, que
anuncia tormenta.
La causa primera, el gran mal que aflige a la Iglesia hoy, es la ambición y la soberbia en lo alto y en lo bajo. La oscuridad se
supera sólo con la humildad. Volvemos así a la comparación que algunos Pastores y Sacerdotes rehusan hacer entre su vida y la
mía, cuyo trazado está siempre marcado por la humildad, la pobreza y la obediencia.
Quién no tiene el valor de rehacer el camino de la propia vida sacerdotal desde Belén hasta el Calvario, se hace corresponsable de
aquello por lo cual mi Iglesia sufre hoy, y más aún, se hace corresponsable de la hecatombe que se avecina pavorosamente y que
arrollará juntos a corderos, ovejas y pastores, no sólo en la sangre sino, muchos, también en la perdición eterna.
Yo no he muerto en la cruz por capricho: he muerto en la cruz para arrancar las almas a Satanás y a sus legiones. No puedo tolerar
que las almas se pierdan por la ineficacia de aquellos que, siguiendo mi ejemplo, deberían subir diariamente
Conmigo al Calvario
en la humildad, en la pobreza y en la obediencia.
Hijo, no creen, no quieren creer.
Por esto insiste en el ofrecimiento y en la oración.
Te bendigo.
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