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viernes, 25 de septiembre de 2015

Revelacions de la Venerada Hermana Sor Ana Catalina Emmerich. “La Vida de la Virgen Maria”

“R E V E L A C I O N E S” “PRESENTACION DE MARIA EN EL TEMPLO” 


           Sancta Virgo virginum, ora por nobis.    

 La niñita María será pronto llevada al templo de Jerusalén.  Vi hace algunos días a Ana en un aposento de la casa de Nazaret, teniendo delante de ella a María, ya de tres años de edad y enseñándola a rezar, porque luego vendrían los sacerdotes a examinarla para su admisión  en el colegio del Santuario. Ese día había fiesta en la casa de Santa Ana; como una preparación.  Se hallaban allí extranjeros, parientes, hombres, mujeres y niños; también se hallaban presentes tres sacerdotes, uno de Séforis, otro de Nazaret y el tercero de un lugar cercano.  Estos sacerdotes habían venido a examinar si la niñita María se hallaba en estado de ir al templo.
    Después los vi ponerse en marcha al amanecer.  La niñita María deseaba con ardor llegar al templo; salió de la casa con toda ligereza y fue a colocarse junto a las bestias de carga ; después de algunos días de viaje  llegaron a Jerusalén.  
                                     
    Bien temprano Joaquín se dirigió al templo con los otros hombres, más tarde María fue llevada allí también por su madre con un acompañamiento solemne.  Ana y María de Helí con su hija María de Cleofás iban adelante.  Las seguía la santa niña  con su saya y capa azul celeste con brazos y cuello adornados de guirnaldas, llevando en la mano una antorcha engalanada de flores.  A cada lado de María  marchaban tres niñas con iguales antorchas y vestidos blancos bordados de oro.  Como María, también ellas llevaban capas de color azul claro, guirnaldas de flores y pequeñas coronas alrededor del cuello y de los brazos.  Enseguida iban las otras vírgenes y niñitas, todas vestidas de gala pero sin uniformidad; cerraban la marcha las demás mujeres.     Cuando llegó el grupo descrito antes, vi a varios servidores del templo ocupados en abrir con grandes esfuerzos una puerta muy grande y muy pesada, brillante 

como el oro y sobre la cual estaban esculpidas algunas cabezas, racimos de uvas y manojos de espigas: Era la puerta Dorada.  El séquito pasó por esa puerta y para llegar a ella, tuvieron que subir por cincuenta gradas; no sé si entre ellas había algunos intervalos de piso plano.  Quisieron conducir de la mano a María pero, ella lo rehusó y llena de júbilo y entusiasmo, subió las gradas rápidamente y sin tropezar.  Todos se hallaban vivamente impresionados.    Después del sacrificio, arreglaron un altar portátil cubierto o sea, una mesa de sacrificio con gradas.  Zacarías y Joaquín con otro sacerdote, vinieron del patio de los presbíteros a éste altar, ante el cual estaban un sacerdote y dos levitas con rollos de papel y todo aparejo para escribir.    Un poco a la espalda de María, se hallaban las niñas que la acompañaban; ella se arrodilló sobre las gradas, Joaquín y Ana extendieron las manos sobre la cabeza de su hija, el sacerdote le cortó algunos cabellos que fueron quemados en un bracero.  Los padres pronunciaron ciertas palabras por las cuales ofrecían a su hija, palabras que los dos levitas escribieron.  Entretanto las niñas cantaban el salmo 44 y los sacerdotes el salmo 49 y los niños acompañaban con sus instrumentos.     Entonces dos sacerdotes tomaron a María de la mano y subiendo por muchas gradas, la pusieron en un sitio elevado del muro que lo separaba del vestíbulo del santuario.  Colocaron a la niña en una especie de nicho situado en la mitad de este muro de modo que ella podía ver en el templo donde se hallaban en el orden muchos hombres que me parecieron consagrados a éste santo edificio.  Dos sacerdotes estaban a los lados de la niña y sobre las gradas habían otros dos que recitaban en voz alta las oraciones prescritas en los rollos.  Por otro lado del muro, un anciano príncipe de los sacerdotes estaba de pié junto a un altar, en un sitio tan elevado que apenas podía vérsele la mitad del cuerpo.  Lo vi ofrecer el incienso cuyo humo se esparció alrededor de María.  Los presbíteros tomaron las coronas con que la niña rodeaba sus brazos y la antorcha que llevaba en la mano y se las dieron a sus compañeras.  Le colocaron sobre la cabeza una especie de velo moreno y haciéndola bajar por unas gradas, la condujeron a una sala vecina donde otras seis vírgenes del templo mayores que ella vinieron a recibirla esparciéndole flores a su paso.  Seguíanla sus maestras, Noemí hermana de la madre de Lázaro, la profetiza Ana y otras más.  Los sacerdotes recibieron entre sus manos a la niña y después de esto, se retiraron.  Se hallaban también allí el padre y la madre de la niña y sus más próximos parientes.  Acabándose las cánticos sagrados, la niña se despidió de su familia.  Joaquín sobretodo se hallaba sumamente conmovido; tomó a María en sus brazos, la estrechó contra su corazón y le dijo bañado en lágrimas: “Acuérdate de mi alma delante de Dios”.  Entonces María con la maestra y muchas niñas se dirigió a la habitación de las mujeres en la parte septentrional del templo.  Ellas ocupaban piezas que habían sido construidas en sus gruesos muros.  Podían ellas por medio de pasajes y escaleras, subir a pequeños oratorios colocados cerca del santuario  del Santo de los Santos.    Vi a la santa Virgen en el venerado edificio, ya en el colegio con las demás niñas, ya en su aposento, progresando siempre en el estudio, en la oración y en el trabajo.  Hilaba, tejía, hacía encajes para el servicio del templo, lavaba los paños y limpiaba los vasos.  Muchas veces la vi  rezar  y    ...  aparte de las oraciones prescritas por las reglas del    colegio, la vida de María era un anhelo incesante de la Redención y una continua oración interior; pero hacía todo eso de un modo pacífico y secreto.  Cuando todos dormían, ella se levantaba de la cama e invocaba a Dios. Muchas veces la vi bañada en lágrimas e inundada de la Luz durante la oración, oraba con velo.    Se ocultaba de igual modo con el velo cuando hablaba a los sacerdotes o cuando bajaba a una sala contigua al templo para recibir el trabajo que debía ejecutar o bien, entregar el ya hecho.    Vi a la santa Virgen frecuentemente en el templo arrebatada en éxtasis en oración; parecía que su alma no se hallaba en la tierra y a menudo recibía consuelos celestiales.  Ardientemente suspiraba por el cumplimiento de la promesa y en su humildad apenas se atrevía a formar el deseo de ser la última criada de la Madre del Redentor.   La maestra que cuidaba de María, de llamaba Noemí hermana de la madre de Lázaro y tenía cincuenta años.  De ésta, aprendía María a trabajar y con ella andaba cuando limpiaba los vasos y paños manchados con la sangre de los sacrificios o cuando dividía o preparaba ciertas porciones de la carne de las víctimas reservadas para los sacerdotes y mujeres del templo.    Difícil era que los sacerdotes desconocieran del todo los destinos que la Providencia le había asignado a María.  Su conducta, la gracia que la adornaba y su discreción extraordinaria eran tan notables desde su infancia, que ni su extremada humildad bastaba para ocultarlas enteramente. 

“R E V E L A C I O N E S”  “DESPONSORIOS DE LA SANTISIMA VIRGENCON SAN

JOSE


Virgo Fidelis, ora pro nobis.     

 La Santa Virgen vivía en el colegio con otras muchas vírgenes bajo la vigilancia de piadosas matronas.  Esas vírgenes se ocupaban de bordados  y obras de esa clase para las colgaduras del templo y paramentos sacerdotales; también cuidaban del aseo de los vestidos y de otros objetos pertenecientes al culto divino.  Tenían celditas con vista al  interior del santuario, en las cuales oraban y meditaban.  Cuando llegaban a la edad nubil, se procuraba casarlas.  Sus padres las habían consagrado enteramente a Dios al conducirlas al templo y entre los más piadosos israelitas, había el presentimiento  de que uno de estos matrimonios, produciría a su tiempo la venida del Mesías.     Habiendo pues cumplidos catorce años la Sma. Virgen y debiendo se salir del lugar santo pronto con otras siete niñas para casarse, ví que Santa Ana la vino a visitar. Ya no vivía Joaquín.  La Santa Virgen tenía una cabellera abundante, de un rubio dorado, cejas negras y arqueadas,  ojos grandes, habitualmente  bajos, con largas pestañas negras, nariz de bella forma y un poco larga, boca noble y graciosa y barba afilada; su talla era mediana y marchaba con gracia, decencia y gravedad.   Cuando se anuncio a María que debía dejar el colegio y casarse, la ví profundamente conmovida y declaró al sacerdote que ella no deseaba dejar el templo, que se había consagrado solo a Dios y que no le agradaba el matrimonio, pero se le respondió que debía de casarse. 
Enseguida la vi en el oratorio rogar a Dios con fervor; me acuerdo también que, teniendo mucha sed, bajó con su cantarito para llenarlo de agua en un estanque o depósito y de allí oyó una voz sin aparición visible, que le consoló y la fortificó haciéndole conocer que debía consentir en casarse.
    Después, se enviaron mensajeros a todas partes del país convocando al templo a todos los hombres solteros del linaje de David.  Reunidos y que fueron muchos de ellos al santuario en traje de fiesta, los presentaron a la santa Virgen; y ví entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén.  Este joven había pedido a Dios con gran fervor el cumplimiento de la promesa y descubrí en su corazón un gran deseo de ser esposo de María.  Cuando María volvió a su celda, derramó santas lágrimas porque no podía ni siquiera imaginarse que tuviese que dejar de ser virgen.    Entonces vi que el gran sacerdote obedeciendo a un impulso interior  que había recibido, presentó una vara a cada uno de los asistentes y les encargó que escribiesen su nombre en la respectiva vara y que cada uno la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio.  Cuando hubieron practicado todo lo que se les dijo, se recogieron las varas, se colocaron sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS y se les anunció que aquel cuya vara floreciera, sería el designado por Dios para ser el esposo de María de Nazaret.    En virtud de la orden del gran sacerdote, José vino también a Jerusalén y se presentó al templo.  También se le hizo tener en la mano una vara durante la oración y el sacrificio.    Cuando se disponía ponerla sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS, brotó de la vara una flor blanca semejante a una azucena y vi bajar sobre él cierta aparición luminosa; era como si hubiese recibido el Espíritu Santo.  Se conoció pues que, José era el hombre designado por Dios para esposo de la santa Virgen; los sacerdotes lo presentaron a la santa Virgen María en presencia de su madre.  María resignada con la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente como su esposo, porque sabía que todo es posible para Dios, que había recibido su voto de pertenecer a EL únicamente.
    José, hijo de Jacob, era el  tercero de seis hermanos.  Sus padres moraban enfrente de Belén, en una gran casa que en otro tiempo fue de Isaí o Jessé, padre de David.  En la época de José solo existían los gruesos muros de la antigua construcción.
    José, que en esta visión tendría ocho años, era de un carácter muy diverso del de sus hermanos.  Al mismo tiempo que poseía una gran aventajada inteligencia y muy feliz memoria, era también sencillo, pacífico, piadoso y sin ambición.  Sus hermanos le hacían sufrir de varios modos y a veces lo maltrataban.
    En una época en que él  tendría doce años cumplidos. Ví que para liberarse de las ofensas de sus hermanos, iba con frecuencia al otro lado de Belén, no lejos de lo que fue después la gruta del Pesebre, a  pasar algún tiempo entre piadosas personas que pertenecían a una reducida comunidad de esenios.
    La persecución de sus hermanos le hizo por fin imposible la permanencia en casa de sus padres.  Vi que un amigo de Belén, cuya casa estaba separada de la de José por  un arroyuelo, le proporcionó vestidos con qué disfrazarse y con ese medio dejó la casa paterna; y se fue a otra parte a ganar la vida con su oficio de carpintero.  Tendría entonces de 18 a 20 años.
    José era piadoso, bueno y sincero; y todos lo querían.   Más tarde lo vi en Tiberíades trabajando para un patrón.  José vivía solo en una casa a la orilla del agua, tendría entonces 33 años de edad.  Mucho tiempo hacía que sus padres habían muerto en Belén; dos de sus hermanos habitaban allí y los otros se hallaban dispersos.
José era justo y pedía vehementemente la venida del Mesías.  Se ocupaba en arreglar junto a su casa un oratorio donde poder orar con más fervor, cuando un ángel le dijo que no continuase el  trabajo, porque así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración del trigo de Egipto, así ahora, iba a confiar a su cuidado el granero que encerraba la mies de la Salvación.
    José en su humildad no comprendió estas palabras y siguió orando con empeño hasta que lo citaron a que fuese al templo de Jerusalén para aspirar, en virtud de una prescripción de lo alto; es decir, a ser esposo de la Santísima Virgen.
    Las bodas de María y de José que duraron de siete a ocho días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa vecina a la montaña de Sión, que se alquilaba casi siempre para fiestas de éste género.  Además de las maestras y de las condiscípulas de María en el colegio del templo, había muchos parientes de Ana y Joaquín.  Las bodas fueron solemnes y suntuosas y se inmolaron muchos corderos en sacrificio.    Vi muy bien a María en su traje de desposada.  Vestía una saya muy ancha con mangas y abierta por delante; sobre la saya lucía una capa o manto azul celeste que le caía sobre las espaldas, se plegaba por los dos lados y terminaba en cola.  En la mano izquierda llevaba una pequeña corona de rosas de seda encarnada y blanca, y en la derecha un hermoso candelero dorado en que ardía algo que producía una llama blanquecina.

    Las vírgenes del templo, arreglaron los cabellos de María, haciéndolo con increíble destreza.  Ana había traído el traje de novia y la virgen por su humildad, no quiso volver a ponérselo después de su desponsorio.  Prendiéronle los cabellos en torno de la cabeza, cubriéndola con un velo blanco que le caía sobre los hombros y sobre el velo, le pusieron una corona.    El anillo nupcial de la santa Virgen  no era de oro, ni de plata ni de otro metal, era de color oscuro y tornasolado, no era pequeño ni delgado, sino grueso y como un dedo de ancho; era además sencillo, aunque se veían incrustados en él pequeños triángulos regulares en los cuales había letras.     José vestía una saya larga de color azul, las mangas que eran muy anchas, estaban sujetas a los lados por cordones.  Le rodeaba el cuello un collar oscuro o más bien, una ancha estola y dos bandas blancas le colgaban  sobre el pecho..    Ví a María y José durante la fiesta en traje de bodas y en una ocasión me pareció que san José ponía el anillo nupcial  en el dedo de la Sma. Virgen.    Terminadas las bodas, la Sma. Virgen en compañía de su madre Ana, se fue a Nazaret; también la acompañaron  hasta cierta distancia del camino muchas otras vírgenes que dejaron el  templo juntamente con ella.  María hizo el viaje a pié, José había ido a Belén para arreglar negocios de familia y solo más tarde se marchó a Nazaret.  

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