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miércoles, 28 de octubre de 2015

Santa María Faustina Kowalska DIARIO La Divina Misericordia en mi alma


181  Hoy limpiaba la habitación de una de las hermanas.  A pesar de que trataba de limpiarla con máximo esmero, ella me seguía diciendo durante todo el tiempo: Aquí hay polvo, allí una manchita en el suelo.  A cada señal suya yo pasaba y repasaba lo mismo, hasta diez veces (91), para tenerla contenta.  No es el trabajo que cansa sino la habladuría y las exigencias desmedidas.  No la satisfizo mi martirio de un día entero, sino que fue a la Maestra para quejarse.  Le digo, Madre, ¡qué hermana tan desatenta!, no sabe apresurase.  Al día siguiente fui a hacer el mismo trabajo sin una palabra de explicación.  Cuando volvió a molestarme, pensé: Jesús, es posible ser un mártir silencioso; las fuerzas disminuyen no por el trabajo, sino por este martirio.

182          Comprendí que algunas personas tienen un don especial de atormentar a los demás.  Los  ejercitan a más no poder.  Pobre aquella alma que cae bajo su mano.  No cuenta nada, las mejores cosas son juzgadas al revés.

+ Vigila de la Noche Buena

Hoy me uní estrechamente a la Santísima Virgen, viví sus momentos íntimos.  Por la noche, antes de partir “oplatek”*, entré en la capilla, para intercambiarlo espiritualmente con las personas queridas y pedí a la Virgen las gracias para ellas.  Mi espíritu estaba sumergido completamente en Dios.  Durante la Santa Misa de Medianoche vi al Niño Jesús en la Hostia; mi Espíritu se sumergió en Él.  Aunque era un Niñito, su Majestad penetró mi alma.  Me impresionó profundamente este misterio, este gran humillarse de Dios, este inconcebible anonadamiento Suyo.  Durante toda la fiesta de la Navidad lo tuve vivo en el alma.  Oh, nosotros nunca comprenderemos este gran humillarse de Dios; cuanto más lo medito [aquí la frase ha quedado interrumpida].
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         * En Polonia antes de empezar la cena de la Nochebuena, todos los miembros de la familia y otras personas reunidas en torno a la mesa navideña, parten “oplatek” (leer – opuatek, que es un trozo de la hostia no consagrada) y se dan augurios para todo el año.  Es una tradición muy antigua y muy difundida.


183          Una mañana, después de la Santa Comunión, oí esta voz:  Deseo que Me acompañes cuando voy a los enfermos.   Contesté que estaba de acuerdo, pero un momento después reflexioné:  ¿Cómo voy a hacerlo? Dado que las hermanas del segundo coro [101] no acompañan al Santísimo Sacramento, siempre van las Hermanas Directoras.  (92)  Pensé que Jesús lo solucionaría.  Pocos minutos después, la Madre Rafaela mandó llamarme y me dijo:  Hermana, usted va a acompañar al Señor Jesús, cuando el sacerdote visite a los enfermos.  Y durante todo el tiempo de la probación, siempre iba con luz, acompañando a Jesús y como un oficial de Jesús procuraba siempre ceñirme con un pequeño cinturón de hierro [102], porque no estaría bien acompañar al Rey vestida como de costumbre.  Esa mortificación la ofrecía por los enfermos.

184          +  La Hora Santa.  Durante esta hora procuraba meditar la Pasión del Señor.  No obstante mi alma fue inundada de gozo y de repente vi al pequeño Niño Jesús.  Y Su Majestad me penetró y dije:  Jesús, Tú eres tan pequeño, pero yo sé que Tú eres mi Creador y Señor.  Y Jesús me contestó:  Lo soy y trato contigo como un niño para enseñarte la humildad y la sencillez.

Todos los sufrimientos y las dificultades las ofrecía a Jesús como una ofrenda floral para el día de nuestros desposorios perpetuos.  Nada me resultaba difícil al recordar que lo hacía por mi Esposo, como una prueba de mi amor hacia Él.

185         Mi silencio para Jesús.  Procuraba mantener un gran silencio por Jesús.  En medio del mayor ruido, Jesús siempre encontraba silencio en mi corazón, aunque a veces eso me costó mucho.  Pero por Jesús, ¿qué puede resultar grande por Aquel a quien amo con toda la fuerza de mi alma?

186          + Hoy, Jesús me dijo:  Deseo que conozcas más profundamente el amor que arde en Mi Corazón por las almas y tu comprenderás esto cuando medites Mi Pasión.  Apela a Mi misericordia para los pecadores, deseo su (93) salvación.  Cuando reces esta oración con corazón contrito y con fe por algún pecador, le concederé la gracia de la conversión.  Esta oración es la siguiente:

187          Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío.

188          En los últimos días de carnaval, mientras celebraba la Hora Santa, vi al Señor Jesús sufriendo la flagelación.  ¡Oh, que suplicio inimaginable!  ¡Cuán terriblemente sufrió Jesús durante la flagelación!  Oh pobres pecadores, ¿cómo se encontrarán el día del juicio, con este Jesús a quien ahora están torturando tanto?  Su Sangre fluyó sobre el suelo y en algunos puntos la carne empezó a separarse.  Y vi en la espalda algunos de sus huesos descarnados… Jesús emitía un gemido silencioso y un suspiro.

189         En cierta ocasión Jesús me dio a conocer lo mucho que le agrada el alma que observa fielmente la regla.  El alma obtiene mayor recompensa por ser fiel a la regla que por las penitencias y por grandes mortificaciones.  Pero si éstas son emprendidas fuera de la regla, aunque también reciben la recompensa, pero no superior a la de la regla.


190          Durante una adoración el Señor me pidió que me ofreciera a Él como victima por un sufrimiento que serviría de reparación en la causa de Dios y no solamente en general por los pecados del mundo, sino en particular por las faltas cometidas en esta casa.  Dije en seguida que sí, que estaba dispuesta.  No obstante, Jesús me dio a conocer lo que debía sufrir y en un solo momento se presentó y pasó delante de los ojos de mi alma todo el martirio.  Primero, mis intenciones no serian reconocidas, varias sospechas y desconfianzas, toda clase de humillaciones y contrariedades, no las enumero todas.  (94)  Delante de los ojos de mi alma todo se presentó como una tempestad sombría, de la que un momento después iban a soltarse rayos, que estaban esperando solamente mi consentimiento.  Mi alma quedó espantada durante un momento.  De repente sonó la campanilla para el almuerzo.  Salí de la capilla temblorosa e indecisa.  Sin embargo aquel sacrificio estaba continuamente delante de mí, porque ni había decidido aceptarlo ni tampoco había dicho no al Señor.  Quería someterme a Su voluntad.  Si Jesús Mismo me la asignaba, estaba preparada.  Pero Jesús me dio a conocer que era yo quien debía aceptar voluntariamente y con pleno conocimiento, porque si no, no tendría ningún significado.  Todo su valor consistía en mi acto voluntario frente a Él, pero al mismo tiempo el Señor me dio a conocer que eso estaba en mi poder.  Lo podía hacer, pero [podía] también no hacerlo.  En aquel momento contesté: Jesús, acepto todo, cualquier cosa que quieras mandarme; confío en Tu bondad.  En un instante sentí que con este acto rendí un gran honor a Dios.  Pero me armé de paciencia.  Al salir de la capilla, me enfrenté en seguida con la realidad.  No quiero describirlo con detalles, pero hubo tanto cuanto pude soportar, no hubiera podido soportar ni una gota más.

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