Queridos hermanos:
El Decreto conciliar sobre la Palabra de Dios nos enseña que, para entender los textos bíblicos, conviene conocer “los modos de narrar que se usaban en tiempo del escritor” (DV 12). Nosotros, aunque valoramos el lenguaje simbólico, no expondríamos hoy un tema teológico en la forma en que lo hace el libro de Daniel. Y, sin embargo, el pasaje que hoy leemos ofrece una enjundia teológica y muestra una habilidad pastoral extraordinarias.
Según la valoración de lectores del siglo XXI, el autor comete un “fraude”. Aparentemente sitúa la narración en el siglo VI antes de Cristo (Israel sometido al imperio babilónico), pero en realidad habla del siglo II, que es el suyo y de sus lectores. El imperio sirio o seleúcida, que ha conquistado Palestina, pretende nivelar en lo cultural y religioso a todos los pueblos que lo integran. Por salvaguardar su fe, Israel se resiste a tal nivelación, lo cual le cuesta persecución y martirio. Surgen las heroicas guerrillas macabeas, defensa desesperada del insignificante Israel frente a un imperio poderoso.
No nos detengamos en el detalle secundario de los alimentos puros o impuros, que Jesús relativizará o hasta ridiculizará. La leyenda quiere hablar de otra cosa: los israelitas no deben asumir las costumbres paganas, y su fidelidad será reconocida y premiada por Dios. Para ello se les pone como ejemplo estimulante una leyenda situada siglos atrás. Tanto en la época babilónica como en la siro-seleúcida, la visión de fe hace a los jóvenes más sabios que sus contemporáneos paganos.
En su aparente ingenuidad, la leyenda se adecúa extraordinariamente a la problemática del occidente cristiano actual. Una corriente cultural laicista, a veces incluso agresivamente atea, y pretenciosamente superior a la tradición religiosa heredada, quiere seducirnos y privarnos de nuestras más nobles raíces, orillar nuestra fe, nivelarnos a todos en la inmanencia chata y gris: vida de tejas abajo, sin esperanza ni horizonte.
La cultura occidental necesita hoy jóvenes que la vivifiquen, como hicieron los del libro de Daniel violentamente invadidos y amenazados con ser despojados de su identidad. No se trata de fomentar fanatismos ni terquedades irracionales, sino convicciones lúcidas, y libertad frente a “lo que se lleva”.
La viejecita del evangelio es un ejemplo humilde de esa “contracultura” cristiana; frente a la obsesión imperante por la prosperidad económica, a veces inhumana, ella fue desprendida y libre, consciente de que existen valores superiores incluso a la propia vida física.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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