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domingo, 28 de febrero de 2016

Lecturas del Lunes de la 3ª semana de Cuaresma


Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes (5,1-15a):

En aquellos días, Naamán, general del ejército del rey sirio, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, pues por su medio el Señor había dado la victoria a Siria. Era un hombre muy valiente, pero estaba enfermo de lepra. 
En una incursión, una banda de sirios llevó de Israel a una muchacha, que quedó como criada de la mujer de Naamán, y dijo a su señora: «Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: él lo libraría de su enfermedad.» 
Naamán fue a informar a su señor: «La muchacha israelita ha dicho esto y esto.» 
El rey de Siria le dijo: «Ven, que te doy una carta para el rey de Israel.» 
Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes. Presentó al rey de Israel la carta, que decía así: «Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de su enfermedad.» 
Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras, exclamando: «¿Soy yo un dios capaz de dar muerte o vida, para que éste me encargue de librar a un hombre de su enfermedad? Fijaos bien, y veréis cómo está buscando un pretexto contra mí.» 
El profeta Eliseo se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras y le envió este recado: «¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel.» 
Naamán llegó con sus caballos y su carroza y se detuvo ante la puerta de Eliseo. 
Eliseo le mandó uno a decirle: «Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia.»
Naamán se enfadó y decidió irse, comentando: «Yo me imaginaba que saldría en persona a verme, y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que toda el agua de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio?» 
Dio media vuelta y se marchaba furioso. Pero sus siervos se le acercaron y le dijeron: «Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías. Cuanto más si lo que te prescribe para quedar limpio es simplemente que te bañes.» 
Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño. 
Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 41,2.3;42,3.4

R/.
 Mi alma tiene sed del Dios vivo: 
¿cuándo veré el rostro de Dios?


Como busca la cierva 
corrientes de agua, 
así mi alma te busca 
a ti, Dios mío. R/. 

Tiene sed de Dios, 
del Dios vivo: 
¿cuándo entraré a ver 
el rostro de Dios? R/. 

Envía tu luz y tu verdad: 
que ellas me guíen 
y me conduzcan hasta tu monte santo, 
hasta tu morada. R/. 

Que yo me acerque al altar de Dios, 
al Dios de mi alegría; 
que te dé gracias al son de la cítara, 
Dios, Dios mío. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,24-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» 
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del 

Carlos Latorre, cmf
Buenos días, amigos!
Hemos entrado en el corazón de la Cuaresma de este Año del Jubileo de la Misericordia. Vivir el Jubileo llevará a todos los cristianos a una renovación muy profunda. No dejemos pasar vacío este tiempo de bendición, que tanto bien puede hacer a los cristianos y a los que no lo son.
Las lecturas bíblicas de hoy presentan a Dios actuando más allá de los límites de su pueblo Israel. Es imposible poner fronteras a un Dios que es Padre de todas las  razas y pueblos. Así el libro de los Reyes en el Antiguo Testamento nos habla de Nahamán, un hombre rico y poderoso, pero enfermo de lepra de la que nadie era capaz de curarle. Por medio de una esclava israelita se entera de que puede ser sanado de su lepra, si visita al hombre de Dios que hay en su patria, Israel. Entonces pide al rey sirio que solicite al rey de Israel que cure a Nahamán.
La salud y la enfermedad no respetan razas ni fronteras ni religiones ni cargos importantes. Sólo Dios puede curar. Y así entra en escena Eliseo, que ante los grandes y encumbrados de esta tierra, subraya la soberanía absoluta de Dios.
Miremos ahora a Jesús en la sinagoga de Nazaret en medio de sus paisanos recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.
Lucas pone en esta primera escena de la vida pública de Jesús el rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración, se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque solamente es el hijo de José y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la biblia. El odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay como un anticipo de su resurrección.
Jesús recuerda a sus paisanos que Dios ofrece la salvación a todos los hombres. Y  para confirmar esta enseñanza recuerda que Elías y Eliseo realizaron milagros entre personas que no pertenecían al pueblo de Israel y lograron entre ellos mejores frutos de conversión.
No somos propietarios de Dios, sino sus humildes servidores, por eso el cristiano no se avergüenza de arrodillarse ante Él y dar una mano a su prójimo sin mirar el color de su piel.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero claretiano
carloslatorre@claretianos.es

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