Bienvenido a la mitad del camino entre el cristianismo y el ateísmo práctico
La teoría moral vigente hoy en el autodenominado “mundo civilizado”, especialmente entre los más jóvenes, pero sin limitarse a ellos, puede llamarse liberalismo moral.
Esta teoría está compuesta, básicamente, por dos principios:
El principio de la Libertad Personal Absoluta, que considera moralmente permisible toda y cualquier conducta siempre que no cause un mal directo a quien no consienta esa conducta.
El Principio de la Tolerancia Absoluta, que nos obliga a tolerar toda y cualquier conducta de los demás siempre que esa conducta no cause un mal directo a quien no consienta en ella.
Esta teoría viene siendo practicada a lo largo de los últimos cincuenta años para justificar muchos comportamientos antes considerados inmorales: sexo antes del matrimonio, cohabitación entre solteros, hijos fuera del matrimonio, aborto, prácticas homosexuales, matrimonio entre personas del mismo sexo y suicidio asistido por médicos, entre otros ejemplos.
Algunas de esas conductas son condenables hasta incluso por los “principios” del propio liberalismo moral (que finge que no entiende las propias contradicciones).
El aborto, por ejemplo, provoca un mal directo, nada más y nada menos que letal, contra alguien que no ha consentido en él: el feto.
Pero los campeones del aborto eluden esta “pequeña dificultad” negando que el feto sea un ser humano. Esa negación se basa, evidentemente, en tentativas forzadas, ilógicas y anticientíficas de argumentar que un ser humano vivo no es un ser humano vivo. O, peor aún, en una pura y simple deshonestidad y manipulación voluntaria.
Y ha funcionado: para millones de liberales morales que aprueban el aborto, esa pseudo ciencia ha sido psicológicamente eficaz.
La adopción generalizada del liberalismo moral en Occidente, a lo largo del último medio siglo, implica el rechazo de una moralidad tradicional anterior: la moral cristiana que, por ejemplo, defiende la alegría de la entrega mutua y exclusiva entre dos cónyuges, un hombre y una mujer, comprometidos en un matrimonio sólido hasta que la muerte los separe, manteniéndose abiertos a la vida y a su protección desde la concepción hasta su fin natural.
Es de esa propuesta positiva, madura y civilizada de vida y familia que surgen las posturas claras de la moral cristiana en cuanto a la sexualidad, el aborto, la eutanasia, el adulterio, etc.
No son meras y aleatorias “prohibiciones anticuadas”. Y cuando se rechaza la moral cristiana, se rechaza, lógicamente, el propio cristianismo.
Mucha gente defiende la teoría moral liberalista y aun así se considera cristiana, tanto entre católicos como entre protestantes. Es una forma bastarda de cristianismo. Es un pseudo cristianismo que dejó de lado mucho bagaje cristiano, tanto doctrinal como moral.
Es el tipo de abordaje religioso que viene siendo llamado “cristianismo liberal o progresista”, una especie de mitad de camino entre el cristianismo y el ateísmo positivo.
Cuando se trata de moralidad, este cristianismo bastardo intenta combinar, incoherente y ridículamente, el liberalismo moral con la ética de Jesús, reduciendo la propia ética de Jesús a un único principio genérico: el amor al prójimo.
Jesús, de hecho, defendió la ética del amor al prójimo, pero no pretendió anular la moralidad tradicional, relacionada, por ejemplo, con la sexualidad centrada en el acogimiento de la vida.
Los “cristianos progresistas”, sin embargo, argumentan que Jesús, a quien consideran un “genio religioso y de la ética”, no detalló las implicaciones prácticas del amor al prójimo.
Y así, nosotros, cristianos contemporáneos, gracias a muchos siglos de “experiencia” y a la “inteligencia” que adquirimos como hombres y mujeres, ahora pensamos que amar al prójimo significa tolerar, o incluso apoyar, prácticas como la fornicación generalizada, la cohabitación entre solteros sin ningún compromiso, el aborto, el matrimonio homosexual equiparado al matrimonio natural abierto a la vida y hasta el suicidio asistido (e inducido en muchos casos) para enfermos terminales.
Yo temo que el liberalismo moral, que ya destruyó el cristianismo en gran parte del autodenominado “mundo civilizado” (aunque aún continúen reductos alentadores de protestantes y católicos tradicionales), termine tarde o temprano destruyendo la propia civilización.
Piensa en cierto tipo de conducta que suele ser moralmente permisible cuando se aceptan los “principios” de liberalismo moral:
Relaciones poligámicas: basta que sean consensuales y entre adultos.
Adulterio: basta que el cónyuge “inocente” consienta, expresa o implícitamente, o si el cónyuge no dio su consentimiento, que el adulterio permanezca oculto, de modo que no hiera sus sentimientos.
Incesto: basta que la pareja sea adulta, consienta y tome las precauciones para evitar el embarazo.
Pedofilia: basta que el menor de edad sea considerado más maduro psicológicamente que la media, es decir, maduro lo suficiente para dar su consentimiento.
Sexo con animales: basta que el animal no sufra ningún dolor.
Suicidio: basta que la persona que lo comete sea consciente de la decisión.
Sacrificios religiosos de seres humanos: basta que la víctima sacrificada sea adulta y lo consienta.
Yo no quiero decir que el liberalismo moral nos llevará necesariamente a todas esas formas de conducta. Dudo, por ejemplo, que el sexo con animales se generalice.
Pero imagino que las próximas décadas sufrirán un aumento considerable en los casos de adulterio.
Así como los jóvenes de hoy ya presuponen que el cónyuge ha tenido un número considerable de parejas sexuales antes (ya que casi nadie toma en serio la virginidad antes del matrimonio), los casados del futuro tenderán a considerar normal que sus cónyuges tengan relaciones adúlteras ocasionales.
Imagino que habrá un aumento notable en las relaciones poligámicas y hasta en el incesto.
Y no me sorprendería si los duelos a muerte volvieran a ser un deporte relativamente popular, como ya lo fueron en el paganismo romano.
Pero no pretendo prever el futuro. Mi objetivo, con este texto, es sólo proponer tres puntos de reflexión:
Estos desarrollos pueden suceder y, por lógica, deben suceder en una sociedad que abraza el liberalismo moral.
El liberalismo no puede ser aplicado a la moral, ya que esas consecuencias son la propia negación del concepto de “moral”, que implica reglas de comportamiento del bien genuino, propio y del prójimo.
Una sociedad que abraza una pseudo teoría moral que niega la propia moral se destruirá a sí misma.
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