Que no se hable más de vuestra misericordia, oh bienaventurada Virgen María, si hubiera un solo hombre que recuerde haberte invocado en vano frente a sus necesidades. Nosotros, tus pequeños servidores, nos felicitamos por tus otras virtudes, y nos regocijamos por Tu misericordia.
Alabamos tu virginidad, admiramos tu humildad, y por desdichados que seamos, tu misericordia tiene mayor dulzura, mayor valor. Es ella que nos concede la regeneración del mundo, la salvación de todos (…).
¿Quién, entonces, Virgen bendita, podrá medir la amplitud, la altura y la profundidad de tu misericordia? (Cf. Eph., III, 18). Ya que por su amplitud, tu misericordia alcanza hasta el último día a todos aquellos que la invocan, por su longitud ella recubre toda la superficie del globo y en su altura llena la tierra, contribuye a la restauración de la ciudad celeste; por su profundidad obtiene la redención de quienes están sentados entre las tinieblas y bajo la sombra de la muerte (Luc I, 79).
Por ti, en realidad, el cielo ha sido poblado, el infierno vaciado, la Jerusalén celeste resurgida de sus ruinas, la vida restaurada a los desventurados que la habían perdido.
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