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jueves, 26 de mayo de 2016

Lecturas del Viernes de la 8ª semana del Tiempo Ordinario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (4,7-13):

El fin de todas las cosas está cercano. Sed, pues, moderados y sobrios, para poder orar. Ante todo, mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados. Ofreceos mutuamente hospitalidad, sin protestar. Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Queridos hermanos, no os extrañéis de ese fuego abrasador que os pone a prueba, como si os sucediera algo extraordinario. Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 95,10.11-12.13

R/.
 Llega el Señor a regir la tierra

Decid a los pueblos: El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente. R/. 

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (11,11-26):

Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «Nunca jamás coma nadie de ti.»
Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía, diciendo: «¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos." Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos.»
Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.»
Jesús contestó: «Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: "Quítate de ahí y tirate al mar", no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.»

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del 

Eguione Nogueira Ricardo, cmf
¡Estimados Hermanos y Hermanas en Cristo! ¡Paz y Bien!
La maldición de la higuera en el Evangelio, hecho extraño, tomado sólo en su materialidad, provoca inmediatamente inquietud: ¿por qué maldecir a un árbol cuando naturalmente no era tiempo de higos? Antes intentar comprender este gesto insólito de Jesús, quisiera empezar con un versículo de la primera lectura: “Mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados” (1Pe 4,8). Aunque el amor mutuo parezca algo sencillo, una actitud natural del ser humano, en la Sagrada Escritura asume un sentido salvífico al cubrir la multitud de pecados. Álvaro R. Echeverría, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, dice en cierta ocasión que “fuera de la fraternidad no hay salvación”. En este sentido el amor mutuo tiene fuerza de redención.
El amor es la pequeña vía de la infancia espiritual escogida por Santa Teresa de Lisieux. En la búsqueda espiritual de su misión en la Iglesia descubrirá que su vocación es el amor. Pero es un amor exigente, capaz de aceptar el otro pese todos los prejuicios que podemos tener en su contra. Por eso los frutos del amor según la primera lectura de hoy son: la hospitalidad y el servicio. La oración adquiere sentido desde ese amor que nos abre a Dios y a los demás a través de la entrega sin reservas. Solamente en la clave del amor podemos permanecer alegres en el sufrimiento, pues en Cristo el sufrimiento también adquirió un sentido salvífico.
Con eso creo que es más fácil entender el episodio del Evangelio de la higuera que no produce frutos. Este gesto de Jesús hacia la higuera está entre dos momentos de Jesús en el Templo. En el primer momento dice que Jesús apenas “observó todo a su alrededor” (Mc 11,11). En el segundo momento echó fuera a los que vendían y compraban en el Templo (cf. Mc 11,15). Entre las muchas interpretaciones que podemos hacer, la higuera puede ser vista como la actitud de quien vive una religión de mercancía, donde todo tiene su precio, incluso la salvación. Al expulsar los vendedores del Templo Jesús reclama lo que es esencial en la fe: el amor que puede salvarnos de intereses materialistas. Es cierto que hay otras interpretaciones, pero creo que esta puede ayudarnos a entender que el deseo de Jesús es que nuestra vida nunca sea estéril de amor.
Pidamos al Señor que nuestra oración se convierta en frutos de amor mutuo, que todos los que se acerquen a nosotros puedan probar buenos frutos de hospitalidad y de servicio.  
Fraternalmente, 
Eguione Nogueira Ricardo, cmf
eguionecmf@gmail.com

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