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martes, 31 de mayo de 2016

«Un noviazgo fuerte se consigue con Cristo»

Alessandra y Francesco ayudan a jóvenes, novios y matrimonios jóvenes en su vocación
¿Cómo nació vuestro proyecto, 5 pani 2 pesci (5p2p)?
Alessandra: Nosotros nos casamos en el año 2005, después de un intenso camino de noviazgo ayudados por los hermanos franciscanos de Asís. Ya desde el inicio tuvimos una fuerte necesidad de conocer cuál podía ser el carisma propio de nuestro matrimonio, porque cada pareja tiene un carisma particular que expresar. Hace tres años, releyendo el Evangelio de nuestra boda –«Desde ahora seréis pescadores de hombres»–, intuimos que Dios nos estaba llamando a la evangelización. En un principio nos pareció algo absurdo: no somos consagrados, no hemos estudiado Teología, no somos psicoterapeutas. Solo somos una familia con tres hijos que vive en Alemania. En ese tiempo comenzaron a pedirnos dar testimonio en los encuentros sobre afectividad que los franciscanos organizan en Asís. Dijimos que sí y para profundizar en algunos de los temas nació la exigencia de comenzar a escribir un blog. Así comenzó todo.
A día de hoy, desde 5p2p intentamos llevar a Cristo a la vida de los jóvenes dando instrumentos prácticos y concretos para responder a su llamada a amar. ¡Nuestro objetivo es testimoniar la belleza de la vida en Cristo! Concretamente: escribimos en el blog, abrimos nuestra casa para acoger jóvenes, parejas de novios y esposos; editamos videos testimoniales sobre temas vocacionales y de afectividad; y damos nuestro propio testimonio allí donde nos llaman. Hoy hay cerca de quince personas que nos ayudan a sacar adelante este proyecto, y cada mes hay cerca de diez mil personas que siguen 5p2p. ¡La belleza es contagiosa!
Vosotros decís que se puede vivir un noviazgo «fuerte y luminoso»…
Francesco: La única manera de vivir un noviazgo fuerte y luminoso es metiendo a Cristo en el centro de nuestra vida. Pero nadie entra en el amor si no ha sido antes iniciado. Estudiamos años y hacemos muchas prácticas para ser médicos, abogados o ingenieros, pero nos metemos en esto del amor esperando que nos vaya bien. No funciona así, el amor necesita también de ciertas destrezas. El amor es el centro de toda nuestra vida y fallar en esto quiere decir fallar en lo más importante de nuestra vida. Todos somos llamados a responder a la llamada al amor, a vivir una afectividad plena y madura.
Es mentira que si tus historias de amor no salen adelante, entonces debes consagrarte como religioso. El camino de cualquier pareja de novios se basa en entender bien en qué consiste el amor, saber cuáles son las dinámicas que hacen crecer el amor y cuáles son las que dejan morir una relación. El noviazgo es un tiempo de prueba, un discernimiento para saber si un chico y una chica están llamados a la vocación del matrimonio juntos.
¿Cómo vivisteis vosotros vuestro propio noviazgo?
A.: ¡Fue un poco desastroso! Tuvimos muchas dificultades, entre ellas la distancia de 1.600 kilómetros que nos separaba. No fuimos una pareja perfecta, al contrario. Pero buscábamos a Cristo y nuestro deseo más grande era responder a nuestra vocación. Pero nuestra relación se habría acabado si no hubiéramos tenido el apoyo de los franciscanos de Asís, que nos instruyeron en las dinámicas propias del amor. Sin esa ayuda, nos habríamos desalentado ante las dificultades y no nos habríamos casado. En las relaciones de pareja hay verdades tan profundas que solo un oído atento a la Palabra de Dios puede llevar a la maduración plena.
En un ambiente en que cada vez más parejas deciden convivir sin casarse, ¿cómo proponerles hoy el matrimonio?
A.: Yo siempre me hacía esa pregunta: ¿qué diferencia hay entre casarse por la Iglesia e irse a vivir juntos? ¿Cambia mucho la cosa? La respuesta la encontré durante una profunda crisis después de tres años de matrimonio. Cuando pensaba que todo había sido un error y no tenía ya esperanzas, el sacramento que recibimos me salvó, aquel dolor fue por un bien más grande. Aquella dificultad me permitió ir hasta el fondo, curando las heridas del pasado. Todo aquello fue doloroso pero Cristo pasó por mi vida a través de las manos de Francesco. Si ante ese dolor me hubiera abandonado, nuestro matrimonio se habría destruido y yo estaría todavía más encerrada en aquellas heridas. Después de aquella crisis comenzamos un nuevo matrimonio. Casarse por la Iglesia significa amarse en Dios. Es un amor de tres: Alessandra, Francesco y Cristo.
También está el otro extremo: hay muchos chicos y chicas a los que les cuesta encontrar novio o novia. ¿Por qué sucede esto?
A.: Yo era chica muy metida en mi parroquia, tenía muchísimos amigos y destacaba en los estudios, pero rehuía el noviazgo. Por dos motivos: falta de autoestima y miedo a entrar en relación con un chico. En nuestro curso hablamos mucho de esto. Nos piden instrumentos prácticos y concretos para entender lo que Dios piensa de nosotros (como dice la Escritura: «Eres precioso a mis ojos, de gran precio, yo te amo») y cómo entrar a partir de ahí en una relación de amor con otra persona. Al mismo tiempo, es importante reconocer cuándo una persona tiene situaciones no resueltas y tiene necesidad de un camino personal psicológico para poder donarse plenamente en el amor.
¿Qué se les puede decir, especialmente cuando pasan los años y ven que no se casan?
F.: Este es un tema muy delicado que causa mucho sufrimiento. La llamada al amor es para todos, en cualquier condición de vida y a cualquier edad. A nuestros cursos vienen personas de más de 40 años que posiblemente no llegarán a casarse. Los motivos son muchos: hay quien tiene problemas no resueltos, los hay que no conocen los instrumentos necesarios para una relación, también quien ha perdido la confianza en el amor… Dios tiene para cada uno de nosotros un proyecto único, y podemos responder a su llamada en cualquier condición en la que estemos. Y son precisamente nuestros sufrimientos y los puntos oscuros de nuestra vida los que podrán permitirnos amar a los demás en sus dificultades. Dios es bueno: creer profundamente en esto es la raíz de nuestra santidad y de nuestra salvación. Dios tiene para cada uno un proyecto único. Solamente de rodillas delante de Dios cada uno puede entender de qué modo puede responder a su llamada al amor.
¿Creéis que la Iglesia debería articular alguna iniciativa específica para favorecer que chicos y chicas se puedan conocer?
F.: La Iglesia somos nosotros, no es un ente externo. No creo que haya que crear situaciones artificiales para que los jóvenes se puedan conocer. Creo que es fundamental abandonar el esquema clásico y comenzar a vivir la comunidad no como espectadores sino como protagonistas. Metiendo en juego tu vida, compartiendo las experiencias personales, las dificultades y las alegrías, se crea un tejido de relaciones verdaderas y profundas. También son necesarios los encuentros de formación en la afectividad, no desde un punto de vista teórico, sino basados en testimonios concretos en los que los jóvenes vean que, si tienes las destrezas necesarias, puedes entrar de manera madura en una relación.
El Sínodo de la Familia mostró su preocupación por los matrimonios jóvenes, porque buena parte de las rupturas sucede en los primeros años. ¿Cuál es vuestra experiencia? ¿Cómo habéis logrado «sobrevivir»?
A.: Nosotros llegamos a pensar en la separación después de tres años de matrimonio, por eso entendemos bien por qué muchos matrimonios terminan su relación. En toda vocación, también en los consagrados, llega siempre el momento de la prueba. Se trata siempre del momento más importante, el perno central de nuestra vocación, el momento en el que se llega a conocer lo peor del otro, cuando te das cuenta de que te falta el vino como en aquellas bodas de Caná. Nosotros no podemos hacer el milagro, ¡pero siempre podremos llenar las tinajas de agua! No debemos ser fuertes, sino aliarnos con el Fuerte. Si hemos invitado a Jesús a nuestro matrimonio y le dejamos actuar, entonces veremos el milagro y ese matrimonio será mejor que antes, como el vino de Caná. Se necesitan dos cosas para sobrevivir: la gracia del sacramento y el saber pedir ayuda a la Iglesia y, cuando es necesario, a profesionales.
¿Cómo se puede acompañar a los matrimonios en sus primeros años? ¿Qué se puede hacer desde la Iglesia, desde la parroquia?
F.: Es fundamental dar instrumentos durante el noviazgo y hacer un seguimiento a las parejas después de su boda. Para ello, para nosotros es necesario contar con matrimonios que hayan vivido y vivan una fuerte experiencia de Dios, y que ya hayan pasado por alguna crisis. Así ayudarán a otros matrimonios con su experiencia, con instrumentos prácticos y la luz de la Palabra de Dios. Un matrimonio joven no debería sentirse solo. Hay muchas familias en camino pero cuando nos encerramos en nuestra cotidianidad nos quedamos solos. El testimonio y los encuentros son decisivos para que un matrimonio joven pueda coger fuerzas: «Si ellos pasaron por esto y siguen adelante, nosotros también podemos».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

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