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jueves, 23 de junio de 2016

Lecturas del Natividad de san Juan Bautista


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (49,1-6):

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 138,1-3.13-14.15

R/.
 Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente

Señor, tú me sondeas y me conoces; 
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R/.

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma. R/.

No desconocías mis huesos,
cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,22-26):

En aquellos días, dijo Pablo: «Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: “Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos.” Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: “Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias.” Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación.»

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,57-66.80):

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. 
La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del 

Fernando Torres cmf

      Siempre me ha llamado la atención la frase de la gente del pueblo de Juan el Bautista: “¿Qué va a ser de este niño?” La verdad es que todo niño o niña recién nacido es un misterio, un libro en blanco. Nadie sabe lo que va a ser su futuro: enfermedades, trabajos, alegrías, gozos, rebeldías. Nadie sabe si estamos ante un futuro personaje de la historia o ante un ser mediocre. Quizá se convertirá en un asesino en serie o quizá será un santo. Ni siquiera el que sus padres sean de una determinada manera, mejores o peores, ricos o pobres, educados o incultos, significa de forma absoluta que el recién nacido ya tenga su destino predeterminado. Cada uno va a tener que hacer su camino. 
      Pero también es verdad que mucho va a depender de cómo se vaya acompañando a esa vida que nace y crece. La cercanía, el cariño, el consejo, el ejemplo, la mano siempre tendida, el perdón... todo eso facilitará las cosas, allanará el camino y hará que el recién nacido vaya encontrando su propio camino, adueñándose de su propia historia, creciendo como persona capaz a su vez de amar y crear vida. 
      Imagino, a partir de lo poco que conocemos de Juan el Bautista, que quizá en su infancia contó con la compañía y cercanía de sus padres, de sus familiares y, quizá, también de todos aquellos que cuando nació dijeron: “¿Qué va a ser de este niño?” Le educaron con la suficiente libertad para poder hacer su propio camino. Le dieron la oportunidad de encontrarse con el Dios de sus padres y de escuchar su voz. Le posibilitaron escuchar la llamada de Dios que le invitaba a ser su profeta, a anunciar que ya estaba cerca el que tenía que venir. 
      Y Juan fue lo suficientemente consciente de sus propias limitaciones como para apartarse humildemente cuando entendió que el que tenía que venir había venido. Lo señaló y se apartó. Porque el importante era el que tenía que venir y no él mismo. El importante era Jesús y no Juan. 
      Juan es un modelo para todo misionero, para todo evangelizador, para todo cristiano. Nos enseña a no colocarnos en medio ni sentirnos imprescindibles. Porque lo importante no es que tengamos muchos devotos ni mucha gente que nos escuche. Lo importante es que todas las personas, hombres y mujeres, se encuentren personalmente con Jesús. Lo nuestro es señalarles el camino y apartarnos para que cada uno lo pueda hacer sin estorbos. Indicar, señalar, apuntar, acompañar. Esos son los verbos que debe conjugar el evangelizador.

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