La probabilidad de que el degüello del padre Hamel no sea el último atentado contra el clero cristiano es muy alta, y autoridades policiales aconsejan a la Iglesia que busque medidas de seguridad. Algo que no va a hacer.
El aspecto que más incómodo tiene a nuestros líderes mediáticos y políticos del último y espantoso ataque yihadista ya no es solo su perpetua obsesión de tirar balones fuera cada vez que el islam (no el verdadero, como insisten cada vez, con un asombroso conocimiento de teología coránica) inspira un crimen, sino la condición de la víctima y el lugar del sacrificio.
Verán: nuestro tiempo tiene una rígida jerarquía, un estricto esquema que permite saber en cada momento qué grupo tiene la razón y debe ser agasajado y mimado, y este modelo depende a su vez de la condición de víctima que pueda alegar el colectivo en cuestión.
En nuestra época, marcada por la irracionalidad, el valor de los argumentos no depende de su lógica o su correspondencia con la realidad, sino de lo mucho que supuestamente haya sido perseguido, marginado o discriminado el grupo al que pertenezca la persona que lo hace.
Las minorías saben que tienen que lloriquear para ganar el debate y llevarse la subvención y las mayorías tienen que andar pisando huevos para no ofenderles
Así, los colectivos –mujeres, homosexuales, transexuales, minorías raciales, inmigrantes, discapacitados, nacionalistas e incluso especies no humanas– saben que tienen que lloriquear a todas horas y agitar agravios reales o míticos para ganar el debate y, sobre todo, llevarse la subvención.
Eso, además, impone un agobiante código de silencio sobre las mayorías, que tienen que andar pisando huevos al hablar pero no ofender a los perpetuamente ofendidos.
Pero, como todo el mundo sabe, hay un sector que está exento de este respeto universal, un grupo al que no solo sale gratis ofender sino que hacerlo tiene premio: la Iglesia. La Iglesia ha sido madre y maestra de la civilización europea, la arquitecta de nuestra cultura, así que por muchos siglos que llevemos dominados por una élite anticristiana, los cristianos nunca pueden ser minoría ‘en el buen sentido’.
El buen progresista nunca hablará del autor de una matanza yihadista con el paroxismo de rabia y aborrecimiento con que lo hace de un obispo valiente –especie verdaderamente escasa- como Monseñor Reig Pla, por citar un ejemplo cercano. No importa que, mundialmente, este sea el verdadero siglo de los mártires, que los cristianos estén siendo brutalmente perseguidos como nunca antes, que maten a uno por su fe cada cinco minutos en algún lugar del planeta: pese a su supuesta ‘mentalidad global’, nuestros popes de la modernidad no ven más allá de Occidente y piensan que el mundo real es Europa y Estados Unidos y poco más. De lo que está más allá, ‘hic sunt dracones’.
Pero todo eso podría cambiar si empiezan a matar a curas, a feligreses asistentes a misa; si las iglesias se vuelven doblemente lugares de sacrificio. Eso -¡horror!- podría suscitar cierta simpatía a la que, hasta la fecha, es la comodísima Culpable de Todo Lo Malo.
La Iglesia nació y creció perseguida y el martirio está siempre en el menú
No voy a negar que soy una cristiana más que tibia a la que la perspectiva de la más leve de las persecuciones, no digamos del martirio, me da una pereza espantosa. Pero lo innegable es que no podemos fingir que no se nos haya advertido, que la Iglesia –en flagrante contraste, por cierto, con la fe islámica- nació y creció perseguida y marginada y que el martirio está siempre en el menú.
Y convertir las iglesias en fortalezas, sencillamente, ni se contempla. El Papa ha dejado muy claro que los sacerdotes no pueden distanciarse de los fieles, y así lo ha dejado claro Caroline Farrow, de Catholic Voices, entrevistada al respecto en la BBC: lo que se puede hacer para proteger al clero es “muy poco”.
“La Iglesia no tiene ni el dinero ni el deseo de rodear a sus sacerdotes de guardias de seguridad”, ha dicho, recordando las palabras de Francisco. “Se supone que los sacerdotes son siervos de Dios y siervos de los fieles, y no queremos alejarlos ni un paso”.
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