Queridos amigos, paz y bien.
En dos semanas se nos acaba el año litúrgico. Y el Evangelio de Lucas nos va preparando ya para ello. Durante esta semana veremos varios mensajes de Jesús relacionados con la vida de la Comunidad cristiana. No escandalizar, perdonar siempre, tomar conciencia de la fuerza de la fe.
Se trata de evitar siempre el daño al otro. Que los demás no pequen por nuestra culpa. Porque “pequeños” somos todos. Cuando nos damos cuenta de Quién es Dios y quiénes somos nosotros, caemos en la cuenta de nuestra pequeñez. Y hay que vivir como Dios quiere. Que lo que Dios quiere siempre es para nuestro bien. Aunque a veces nos cueste entenderlo.
Además, es necesario perdonar a quien nos haya podido hacer daño; no hacer daño a los demás y perdonar el daño que nos hacen constituye un fundamento de la vida del seguidor de Jesús. Siete veces es una expresión que significa “siempre”. Cuando un hermano nos ha ofendido, como creyentes, sólo nos quedan dos posibilidades: corregirlo y perdonarlo. Nunca juzgarlo y condenarlo. Son las cosas de Jesús. Son las cosas de ser cristianos. Una llamada a asumir nuestra responsabilidad dentro de la comunidad, a ejercerla con amor y respeto, con comprensión y llenos de solicitud, sin prejuicios, sin miedos. Es una invitación a destruir todo orgullo de creerse mejores que los otros.
El tercer momento, la fe. Se ve que los discípulos se dieron cuenta de la dificultad de cumplir con todo lo anteriormente dicho Por eso, le piden al Señor que les aumente la fe. Por fe se entiende la capacidad de aceptar el misterio del Dios que se revela en Jesucristo, traduciéndolo en un modo de conducta consecuente (en el perdón, el amor a los pequeños, la esperanza). Esta petición de los apóstoles nos sitúa en el centro de toda la oración cristiana.
Jesús contesta hablando de la semilla del árbol de la mostaza, que es la simiente más diminuta, símbolo de los comienzos del Reino a partir de unos principios insignificantes. Cuando se cree en el Reino, no hay obstáculo insuperable. La fe llega hasta el fondo de Dios y de los hombres, a ese fondo en el que todo se sustenta. Por eso, quien vive en la fe no necesita trasladar montañas ni moreras; en el fondo ya lo ha trasladado todo y se mantiene en la vertiente verdadera de las cosas, allí donde Dios las ha puesto al servicio de los hombres. Está en las manos de Dios, y se entrega a Él.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C. M. F.
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