CAPÍTULO XVII
De la vida Monástica
Conviene que aprendas a reprimirte en muchas cosas, si quieres tener paz y concordia con otros. No es poco morar en los Monasterios o Congregaciones, y allí conversar sin quejas, y perseverar fielmente hasta la muerte. Bienaventurado es el que vive allí bien y acaba dichosamente. Si quieres estar bien y aprovechar, mírate como desterrado y peregrino sobre la tierra. Conviene hacerte simple por Jesucristo, si quieres seguir la vida religiosa.
El hábito y la corona poco hacen; la mudanza de las costumbres y la entera mortificación de las pasiones son las que hacen al hombre verdadero religioso. El que busca algo fuera de Dios y de la salvación de su alma, no hallará sino tribulación y dolor. No puede estar mucho tiempo en paz el que no procura ser el menor y el más sujeto a todos.
Viniste a servir y no a mandar; persuádete que fuiste llamado para trabajar y padecer, no para holgar y hablar, pues aquí se prueban los hombres como el oro en el crisol, aquí no puede nadie permanecer si no quiere de todo corazón humillarse por Dios.
CAPÍTULO XVIII
De los ejemplos de los Santos Padres
Considera bien los heroicos ejemplos de los Santos Padres, en los cuales resplandece la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco o casi nada es lo que hacemos. ¡Ay! ¿qué es nuestra vida consagrada con la suya? Los Santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre, en sed, en frío, en desnudez, en trabajos, en fatigas, y vigilias y ayunos, en oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y en muchos oprobios.
¡Oh, cuántas y cuán graves tribulaciones padecieron los Apóstoles, los Mártires, los Confesores, las Vírgenes, y todos los demás que quisieron seguir las pisadas de Jesucristo, pues en esta vida aborrecieron sus almas, para poseerlas en la eterna! ¡Oh cuán estrecha y austera vida hicieron los Santos Padres en el desierto! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervorosas oraciones ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias practicaron! ¡Cuán gran celo y favor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes combates sostuvieron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron para con Dios! De día trabajaban, y las noches ocupaban en larga oración, aunque trabajando no cesaban de orar mentalmente.
Todo el tiempo gastaban obrando el bien; las horas les parecían cortas para dedicarse a Dios, y la gran dulzura que experimentaban en la contemplación les hacía olvidar la necesidad del mantenimiento corporal. Renunciaban a todas las riquezas, honores, dignidades, parientes y amigos, ninguna cosa querían del mundo, apenas tomaban lo necesario para la vida, y repugnaban servir a su cuerpo aun en las cosas necesarias. De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y virtudes. En lo exterior eran necesitados; pero en lo interior estaban abastecidos de la gracia y recreados con divinas consolaciones.
Extraños eran al mundo, pero muy allegados y familiares amigos de Dios. Teníanse por nada en cuanto a sí mismos, y para con el mundo eran despreciados; mas en los ojos de Dios fueron muy preciosos y amados. Se conservaban en obediencia, caminaban por la senda de la caridad y la paciencia, y por eso cada día crecían en el espíritu, y alcanzaban mucha gracia delante de Dios. Fueron puestos por dechados a todos los religiosos; y más nos deben ellos mover para aprovechar en el bien, que la muchedumbre de los tibios para relajarnos.
¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, qué tan presto declinamos del primitivo fervor, y nos es molesto el vivir por nuestra laxitud y tibieza! ¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el deseo de aprovechar en las virtudes, habiendo visto muchas veces los ejemplos de tantos varones piadosos!
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