por Diana Valeria Contreras
A los 15 años fui violada y quedé embarazada. Esto ocurrió en el verano de 2008 en el sur de Chile.
Pasó el tiempo y supe que estaba esperando un bebé. Tenía miedo, no quería ser madre y lo guardé en secreto. Lloré mucho, sufrí mucho porque sabía que era otra persona la que vivía en mí y yo no tenía derecho a hacer nada más que protegerlo. Me preparaba psicológicamente para entender lo que jamás nadie te explica.
A los tres meses perdí a este bebé de manera involuntaria y ese mismo año me intenté quitar la vida y terminé en el hospital, con tratamiento para la depresión. Era horrible oír que las personas que sabían de mi situación decían que aquello era algo bueno. Me comentaban: “Al menos, no le verás el rostro".
En el fondo de mi corazón, aun conociendo los detalles de su concepción, lo sentí mío y buscaba mil explicaciones para el día en que me preguntaran quién era ese niño o la posibilidad de que él mismo me pidiera saber más sobre el origen de su horrible padre.
Pasaron los años hasta que conocí a un hombre del cual me enamoré y quedé embarazada esperando a mi segundo hijo. Pero a los 7 meses de gestación su corazón dejó de latir. Cuando llegué al hospital el médico le contó a mi madre sobre mi primer bebé y, encima, me trataron mal porque pensaron que yo había sido negligente con mi embarazo para provocar su muerte.
Di a luz sola, no dejaron entrar a nadie y mi hijo fue llevado como si su vida fuese nada. Esto ocurrió el 2014. Me dejaron con la subida de la leche y pude ver a mi hijo Gabriel en pésimas condiciones, en un frasco. Quedé tan mal, con una pena tan profunda, que incluso me despidieron de mi trabajo.
A los 15 años fui violada y quedé embarazada. Esto ocurrió en el verano de 2008 en el sur de Chile.
Pasó el tiempo y supe que estaba esperando un bebé. Tenía miedo, no quería ser madre y lo guardé en secreto. Lloré mucho, sufrí mucho porque sabía que era otra persona la que vivía en mí y yo no tenía derecho a hacer nada más que protegerlo. Me preparaba psicológicamente para entender lo que jamás nadie te explica.
A los tres meses perdí a este bebé de manera involuntaria y ese mismo año me intenté quitar la vida y terminé en el hospital, con tratamiento para la depresión. Era horrible oír que las personas que sabían de mi situación decían que aquello era algo bueno. Me comentaban: “Al menos, no le verás el rostro".
En el fondo de mi corazón, aun conociendo los detalles de su concepción, lo sentí mío y buscaba mil explicaciones para el día en que me preguntaran quién era ese niño o la posibilidad de que él mismo me pidiera saber más sobre el origen de su horrible padre.
Pasaron los años hasta que conocí a un hombre del cual me enamoré y quedé embarazada esperando a mi segundo hijo. Pero a los 7 meses de gestación su corazón dejó de latir. Cuando llegué al hospital el médico le contó a mi madre sobre mi primer bebé y, encima, me trataron mal porque pensaron que yo había sido negligente con mi embarazo para provocar su muerte.
Di a luz sola, no dejaron entrar a nadie y mi hijo fue llevado como si su vida fuese nada. Esto ocurrió el 2014. Me dejaron con la subida de la leche y pude ver a mi hijo Gabriel en pésimas condiciones, en un frasco. Quedé tan mal, con una pena tan profunda, que incluso me despidieron de mi trabajo.
Entonces, experimenté un proceso de conversión que ya había iniciado en mis primeros años de pubertad…
Después de mi violación a los 15 años, el embarazo fruto de ese horrible acto y la pérdida espontánea del hijo que esperaba, seguía sintiendo ese abandono por parte de Dios aunque sabía que, de alguna forma, Él me había protegido cuando me intenté suicidar.
Tras la violación, me desvaloricé tanto que incluso llegué a prostituirme. Daba igual lo que pasara. Mi cuerpo experimentó un desorden tremendo y en mi casa no había recursos.
Vestía de negro y me hice el tatuaje de un dragón enorme en toda la espalda porque quería dejar plasmada mi rabia, mi dolor y justo había visto la película de Millennium con la que me sentí muy identificada. Y como no conseguía exteriorizar lo que sentía, me hice ese dragón.
Cuando murió Gabriel, le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosas?". Y un día me arrodillé y le dije: "Dame una explicación para entender esto porque me estás quitando las ganas de seguir en este mundo”.
Hasta que un día llegó una mamá pidiéndome ayuda y ahí entendí que todo absolutamente todo tenía un propósito y le entregué a Dios mi dolor.
Empecé a ir a la iglesia y a leer la Biblia. Un grupo de estudiantes cristianos de mi Facultad me ayudaron mucho. Sabía que había mucha gente que sufría como lo había hecho yo y no quería que sintieran que no valían nada. Dejé la ropa negra y el significado de mi dragón tatuado. Le dije a Dios: "Bueno, no puedes devolverme a mis hijos ni mi virginidad ni la juventud que perdí pero puedes aconsejarme para ayudar a otros".
Empecé a perdonar. Primero, a mí misma por haberme despreciado. Y después a todas las personas que me habían hecho daño: a los médicos, enfermeras... También a mi violador. Me costó mucho. Pero con el perdón alcancé la paz.
Hoy, trato de que ese dolor que ahora es nostalgia sea mi motor para ayudar a otros. Si hoy estoy levantada es por la Misericordia de Dios. Comprendí que hasta las cosas más tristes de este mundo tienen un propósito. Y Dios es capaz de sacar hasta la pena más grande y devolver las ganas de vivir. Él te recompensa por cada prueba que te hace pasar.
Ahora estoy soltera y luchando todo lo que puedo por los derechos del no nacido en memoria de mis hijos, en memoria de mi propio dolor, porque lo que más necesitamos es apoyo para seguir adelante sin tener que matar a nadie.
Diana Valeria Contreras, seguidora de Salvar El 1 ha compartido su historia con nosotros. A su corta edad, ella ha experimentado lo que es amar a un hijo concebido en violencia y a otro que falleció antes de nacer. Es la presidenta de la Fundación Ángel de Luz, una asociación que aboga por la identidad de los bebés fallecidos antes de nacer.
Después de mi violación a los 15 años, el embarazo fruto de ese horrible acto y la pérdida espontánea del hijo que esperaba, seguía sintiendo ese abandono por parte de Dios aunque sabía que, de alguna forma, Él me había protegido cuando me intenté suicidar.
Tras la violación, me desvaloricé tanto que incluso llegué a prostituirme. Daba igual lo que pasara. Mi cuerpo experimentó un desorden tremendo y en mi casa no había recursos.
Vestía de negro y me hice el tatuaje de un dragón enorme en toda la espalda porque quería dejar plasmada mi rabia, mi dolor y justo había visto la película de Millennium con la que me sentí muy identificada. Y como no conseguía exteriorizar lo que sentía, me hice ese dragón.
Cuando murió Gabriel, le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosas?". Y un día me arrodillé y le dije: "Dame una explicación para entender esto porque me estás quitando las ganas de seguir en este mundo”.
Hasta que un día llegó una mamá pidiéndome ayuda y ahí entendí que todo absolutamente todo tenía un propósito y le entregué a Dios mi dolor.
Empecé a ir a la iglesia y a leer la Biblia. Un grupo de estudiantes cristianos de mi Facultad me ayudaron mucho. Sabía que había mucha gente que sufría como lo había hecho yo y no quería que sintieran que no valían nada. Dejé la ropa negra y el significado de mi dragón tatuado. Le dije a Dios: "Bueno, no puedes devolverme a mis hijos ni mi virginidad ni la juventud que perdí pero puedes aconsejarme para ayudar a otros".
Empecé a perdonar. Primero, a mí misma por haberme despreciado. Y después a todas las personas que me habían hecho daño: a los médicos, enfermeras... También a mi violador. Me costó mucho. Pero con el perdón alcancé la paz.
Hoy, trato de que ese dolor que ahora es nostalgia sea mi motor para ayudar a otros. Si hoy estoy levantada es por la Misericordia de Dios. Comprendí que hasta las cosas más tristes de este mundo tienen un propósito. Y Dios es capaz de sacar hasta la pena más grande y devolver las ganas de vivir. Él te recompensa por cada prueba que te hace pasar.
Ahora estoy soltera y luchando todo lo que puedo por los derechos del no nacido en memoria de mis hijos, en memoria de mi propio dolor, porque lo que más necesitamos es apoyo para seguir adelante sin tener que matar a nadie.
Diana Valeria Contreras, seguidora de Salvar El 1 ha compartido su historia con nosotros. A su corta edad, ella ha experimentado lo que es amar a un hijo concebido en violencia y a otro que falleció antes de nacer. Es la presidenta de la Fundación Ángel de Luz, una asociación que aboga por la identidad de los bebés fallecidos antes de nacer.
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