Una de las cosas que más he tardado en implementar en mi vida espiritual ha sido el ayuno, según lo indicado por la Reina de la Paz.
En los primeros tiempos me resultaba por lo menos difícil, insufrible, sentía algunas reacciones negativas en mi cuerpo: dolor de cabeza, mareos, a veces náuseas, debilidad física, agotamiento, cansancio. El panorama de mis ayunos era, por lo menos, poco alentador.  Luego comencé la noche anterior al ayuno a invocar con toda el alma al Espíritu Santo, me fijaba en alguna gracia específica que alguien quería obtener y que me había comunicado para orar. Traté de ser más consciente y de poner más empeño, dominando “la bestia” de mi carnalidad. Las cosas fueron mejorando. Llegó un momento en que casi había olvidado que estaba en ayuno, que casi no lo sentía.  Tomaba mucha agua y un poco de pan o galletas. Trataba de fomentar en mi interior el sentido de la presencia de Dios. Cierto, creo que el Enemigo y mi propia carnalidad a veces me hacían un combate alevoso y abusivo justo en días de ayuno: me hacían sentir todos los aromas y olores de las comidas más exquisitas. Hasta parecía que los aromas me perseguían. Trataba de recogerme en mi interior, orar a Dios, clamar a Él.
Con el tiempo me fui dando cuenta de una gran bendición que se iba obrando en mi interior: me hacía más atento y presente a mí mismo, a mis reacciones egoístas y violentas. Podía atajarlas más rápidamente, las veía venir a tiempo y las podía bloquear más fácilmente.
Luego, fui percibiendo cómo la oración volvía a ser más fuerte en mí. Debo decir que antes de tomarme en serio el ayuno yo estaba pasando por un momento muy bajo espiritualmente, mi oración estaba muy alicaída. Sin embargo, ahora veía cómo la oración iba siendo más fuerte, simple y cordial en mí. Lo noté también en mi predicación. Claro, al estar pasando por una etapa espiritual muy baja mi predicación había perdido fuerza y convicción. Pero ahora fluía una predicación nueva, más bíblica, más viva, más entusiasta.
No lo niego, aun me cuesta ayunar. Me siento a veces como un perro Rot Weiler al que no se le ha dado a tiempo su comida. Sin embargo, recuerdo todo lo que Dios y la Reina de la Paz han obrado en mí gracias a mi decisión de ayunar y eso me anima a hacer una vez más el ayuno según las intenciones de la Reina de la Paz.
De tanto en tanto escucho a algunas personas que dicen que todo está bonito y que todo lo que dice y pide la Reina de la Paz ellas lo cumplen… menos el ayuno, que eso no, que es mucho, que eso no es para ellas, que la Reina de la Paz entiende bien, etc. Cierto, La Reina de la Paz les entenderá seguramente, pero a esas personas les digo que se pueden estar perdiendo muchas cosas nuevas y bellas en sus vidas por no hacer el ayuno, tal como lo pide La Reina de la Paz.
Vivimos en un tiempo muy complicado para el mundo. La lógica del sacrificio, de la abnegación y de la ofrenda interior no está de moda, ni siquiera al interior de la Iglesia. Pero ahí está la invitación de la Reina de la Paz para recuperar esta gran arma espiritual con la que podríamos derrotar al enemigo y todos sus planes: el ayuno a pan y agua.
Fr. Israel del Niño Jesús, RPS.