PADRE SERGIOConcepción Armida Cabrera entró con las Religiosas de la Cruz en 1908. Su mamá, Concepción Cabrera de Armida, le escribió una larga carta de despedida. Concluye esa carta diciéndole: «Que el Espíritu Santo, fuente de toda pureza, te la comunique por medio de la cruz y guarde siempre tu cuerpo y tu alma puros y sin mancha».
Estas palabras son una bendición que, años atrás, Concepción había escuchado que Jesucristo le enseñaba («me la estudió varias veces»), para que con ella bendijera a algunas personas, haciéndoles la señal de la cruz en la frente.
La fórmula de la bendición tiene tres elementos. Primero: el Espíritu Santo es fuente de toda pureza, es agua viva que limpia, es fuego purificador. Jesús resucitado dijo a sus discípulos: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados» (Jn 20,22-23). Al Espíritu Santo le pedimos: «lava lo que está sucio». Con el Espíritu Santo como guía, evitaremos todo mal.
Segundo: el Espíritu Santo nos comunica pureza por medio de la cruz. La cruz de Jesús, su muerte redentora, es la que nos purifica. Jesucristo «canceló el documento de nuestra deuda con sus cláusulas adversas a nosotros, y lo quitó de en medio clavándolo consigo en la cruz» (Col 2,14); él «nos libró de nuestros pecados por su sangre» (Ap 1,5). Pero también nuestra cruz, si la llevamos con fe y amor, nos purifica.
Tercero: el Espíritu Santo guarda nuestro cuerpo y nuestra alma puros y sin mancha. Estas palabras son como un eco del texto bíblico: «Que el Dios de paz los santifique por completo, y conserve todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– sin pecado para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1Ts 5,23).
Acudamos al Espíritu Santo, para que la santidad de Dios se manifieste en nosotros.
Fernando Torre, msps
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