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martes, 25 de septiembre de 2018

Discurso del Papa Francisco en la Catedral católica de Tallin, Estonia

Redacción ACI Prensa


El Papa pronuncia su discurso. Foto: Captura Youtube

El Papa Francisco mantuvo un encuentro con los asistidos por las obras de caridad de la Iglesia en la Catedral de San Pedro y San Pablo de Tallin, Estonia, durante su viaje apostólico a los países bálticos.

Allí escuchó el testimonio de Marina, madre de 40 años con 9 hijos, quien contó al Santo Padre las dificultades por las que atravesaba su familia hasta que apareció en sus vidas las Hermanas Misioneras de la Caridad.

“En primer lugar, quisiera felicitaros a ti, Marina, y a tu esposo, por el hermoso testimonio que nos habéis regalado. Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza”.

A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por recibirme esta tarde en vuestra casa. Para mí es importante realizar esta visita y poder estar aquí entre vosotros. Gracias a vosotros por vuestro testimonio y por haber querido compartir con nosotros lo que lleváis dentro del corazón.

En primer lugar, quisiera felicitaros a ti, Marina, y a tu esposo, por el hermoso testimonio que nos habéis regalado. Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza.

Por eso es reconfortante escucharte decir: “Damos gracias al Señor por la comunión y el amor que reina en nuestra casa”. En esta tierra, donde los inviernos son crudos, a vosotros no os falta el calor más importante, el del hogar, ese que nace de estar en familia. ¿Con discusiones y problemas? Sí, pero con ganas de salir adelante juntos. No son palabras bonitas, sino un claro ejemplo.

Gracias por compartir también el testimonio de esas hermanas que no tuvieron miedo de salir e ir allí donde vosotros estabais para ser signo de la cercanía y de la mano tendida de nuestro Dios.

Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34).

Amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa, como sucede en este hogar. Amor que sabe de compasión y de dignidad.

La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera.

Creo que ese es el milagro del que tú nos hablaste Vladímir. Encontraste hermanas y hermanos que te regalaron la posibilidad de despertar el corazón y ver que, en todo momento, el Señor te buscaba incansablemente para vestirte de fiesta (cf. Lc 15,22) y celebrar que cada uno de nosotros es su hijo muy querido.

La mayor alegría del Señor es vernos nacer de nuevo, por eso no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad. Por esta razón, son importantes los lazos, sentir que nos pertenecemos los unos a los otros, que toda vida vale, y estamos dispuestos a jugárnosla por esto.

Quisiera invitaros a seguir creando lazos. A que salgáis por los barrios a decirles a muchos: Tú y tú eres parte de nuestra familia. Jesús llamó a los discípulos, y hoy también os llama a cada uno de vosotros, queridos hermanos, para seguir sembrando y transmitiendo su reino. Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. ¿Puede contar con vosotros?

Gracias por el tiempo que me habéis regalado. Ahora me gustaría daros la bendición para que el Señor siga haciendo milagros por medio de vuestras manos. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

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